Capítulo 2

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El que atiende a la corrección va camino a la vida; el que la rechaza se pierde.

Proverbios 10:17

Un nuevo día estaba comenzando y con la primera luz del amanecer, Jeremías se dispuso a comenzar una nueva jornada eclesiástica.

Procedió a tomar el rosario que tenía encima de la biblia en su mesa de luz y arrodillado mirando hacia la ventana que tenía detrás de la cabecera de su cama de la sobria habitación de la casa parroquial, se dispuso a rezar la oración de la mañana.

"Señor, en el silencio de este día que nace,

Vengo a pedirte paz, sabiduría y fuerza.

Hoy quiero mirar al mundo con ojos llenos de amor.

Ser paciente, comprensivo, humilde, suave y bueno.

Ver a tus hijos detrás de las apariencias,

Como los ves tú mismo,

Para así poder apreciar la bondad de cada uno.

Cierra mis oídos a toda murmuración.

Guarda mi lengua de toda maledicencia.

Que sólo los pensamientos que bendigan permanezcan en mí.

Quiero ser tan bienintencionado y bueno

Que todos los que se acerquen a mi sientan tu presencia.

Revísteme de tu bondad señor

Y haz que en este día yo te refleje. Amén"

Rápidamente procedió a levantarse y a ejercitarse con su rutina diaria de abdominales y musculación en el pequeño gimnasio que tenía instalado en una de las habitaciones de la planta baja de su casa. Luego de eso procedió a ducharse. El agua caliente fuertemente caía sobre su ejercitado cuerpo. Jeremías era un hombre joven, de unos treinta y tres años, uno de los sacerdotes más jóvenes de la diócesis local. Su pecho era musculado y levemente peludo, al igual que sus brazos y piernas. Y la barba de su rostro lo hacía verse muy sexy y masculino.

Lentamente se enjabonaba y lentamente masajeaba su cuerpo trabajado bajo la ducha y el agua caliente que caía sobre el mismo, la cual le generaba cierta sensación de placer y se veía reflejado en la reacción involuntaria de su cuerpo y que Jeremías debía ignorar debido a sus votos de castidad. Por lo que debía evitar todo placer sexual que se le presentara.

Sus manos seguían recorriendo lentamente todo su pecho, lo enjabonaba y masajeaba sin parar, también masajeaba y recorría sus brazos y rápidamente lo hacía con sus glúteos. Luego lentamente procedió a recorrer con sus manos sus largas y firmes piernas, masajeaba lentamente sus piernas, acariciaba sus pantorrillas una y otra vez, de manera lenta y rítmica a la vez. Sus genitales se ponían cada vez más tensos con las caricias que le hacía a su cuerpo, pero el hombre se resistía a todo placer carnal que el mismo le pedía. Solamente procedía a tocarse en su zona genital por razones higiénicas y no por placer.

El hombre se sentía incómodo y a la vez complacido con lo que estaba experimentando, pero no quería caer en pecado, sentía que no debía fallarle a Dios, que no debía ceder ante el placer carnal y romper su comunión con él.

Finalmente dejó de tocarse y quedo quieto bajo la ducha, con el agua cayendo a toda fuerza recorriendo cada centímetro de su cuerpo, esperando a que el mismo dejara de estar tenso y tratando de borrar todo pensamiento impuro de su mente, insistía en que no quería fallarle al Señor e ir a cumplir con su deber eclesiástico de manera impura.

El Monaguillo del DiabloWhere stories live. Discover now