9. Caminar a ciegas

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Capítulo 9

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Capítulo 9.

CAMINAR A CIEGAS

Lana está parloteando sobre algo que en realidad no escucho. No sé si simplemente es su costumbre, o quizás nada más le gusta saber que habla sin que nadie en particular la escuche; porque siempre fue igual conmigo, escucharé cuando sea algo que llame mi atención.

Momento.

Ella dijo algo sobre una tal Lucille.

—Espera, ¿quién dijiste que se mudó a Nueva York? —le pregunto directamente, dejando la televisión para observarla a ella.

Se está limando las uñas, con una extraña mirada de concentración que más bien parece como si estuviera fulminándose las manos.

—Lucille, mi compañera de instituto, ¿la recuerdas? —me cuenta, entonces parece como si su cabeza se iluminara, porque de un momento a otro me está mirando con sus labios formando una "o" y sus cejas se menean de arriba abajo de forma sugerente—. ¡La que te gustaba! ¡La rubia!

—Sí, sí, recuerdo a la rubia. Y no me gustaba —miento, ondeando mi mano al aire para restarle importancia al asunto—. ¿Y por qué se mudó a New York?

No es que me interese saber de la chica porque en realidad sí me gustaba... Se trata de la curiosidad. Además, me gusta escuchar el chismerío que me cuenta mi hermana.

Sí, convéncete a ti mismo.

—Bueno, es lo que el amor verdadero a veces logra —dice con aires románticos, echando un suspiro de chica enamorada de sus labios—. Está enamorada y... simplemente abrió sus ojos, supongo.

—¿Qué? —el control se cae de mis manos de la impresión, mis ojos se expanden por sí solos y me giro a mirarla nuevamente—. ¿Se fue? ¿La chica esa que no tenía tiempo para coquetear con nadie más que con su estudio? ¿La que era muy reservada y no le gustaba saber nada de chicos? ¿Se fue con un novio a kilómetros de distancia de su familia?

—Sí, sí, podríamos estar toda la noche haciéndonos ese tipo de cuestionamientos —alega con tranquilidad, moviendo la lima de un lado a otro sobre su uña del dedo índice—. ¡No imaginas cómo se le rio Magda en la cara!

Estoy por preguntar por qué su amiga se burlaría de algo como eso, pero me veo interrumpido por el timbre del departamento.

—Parece que ya llegó tu guardián. —le digo, dirigiéndome al teléfono que hay en la cocina.

—¡Dile que no quiero verlo hasta que haga lo que pedí! —chilla ella con furia, puedo imaginarme su cara de niña berrinchuda a punto de explotar porque no le dan lo que quiere.

Ruedo mis ojos, atiendo el tele comunicador y apoyo mi cuerpo de la pared.

—¿Aló?

—Brad, soy yo, Fred.

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