1. "Efervescencia"

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Había pensado meticulosamente en todo. El servicio fúnebre, la misa, la prensa. Pero nunca pensé en lo que pasaría después de ello. ¿Qué sería la vida después de Alessandro? ¿Qué sería de mí? ¿Estaba preparada para la avalancha que estaba a punto de caer sobre mis hombros?

— ¡El testamento! —Escuché a alguien decir con humor —. Tú parte favorita de todo este espectáculo.

Tuve que girarme sobre mi eje porque no podía creer que el dueño de aquella voz, estaba allí de pie, a poca distancia lejos de mí.

Dante Napolitano y yo, estábamos compartiendo el mismo aire después de seis meses.

En ese instante, me hundí en la miseria de mi propio aliento. Uno que apenas podía enviar a mis pulmones. Uno que, el hombre impasible que estaba en frente de mi, me estaba robando.

Dante me observaba serio y atento a cada maldita expresión de mi rostro, de mis acciones. E incluso creí que podría escuchar a mi corazón latir duramente contra mi pecho, detenerse una fracción de segundo y seguir su curso desbocadamente.

Me quede tan quieta, tan imperturbable. Me quede observando y, tratando de descifrar lo que sus ojos tan verdes como un bosque que florecía decían. No había nada más que inexpresión en ellos.

Tuve que evitarle la mirada. Sentía que me consumiría si se la sostenía un instante más.

—Le hare saber cuándo sea el momento indicado. —Me dirigí al abogado de mi esposo. Con un asentimiento y una mueca de disculpa de marchó.

—Quien no te conociera te compraría ese disfrazado desinterés por conocer lo que dice el testamento. —La voz de Dante acarició mi cuello y tragué duramente.

— ¿Qué haces aquí? —Pregunté ignorando sus palabras.

Me crucé de brazos y, al verme tan afectada por su presencia, tuve que bajarlos con disimulo.

—No solo ha sido tu esposo quien ha fallecido, cuñadita. —Enfatizó al final con sarcasmo puro—. Sino mi hermano también.

Vi en sus ojos un destello de tristeza que rápidamente se encargó de borrar.

—La misa comenzará dentro de unos minutos. —Le hice una sugerencia hacia la habitación con una de mis manos y comencé a alejarme.

Me ardieron los brazos y las piernas. Como si una corriente de vértigo me hubiese atravesado. Frio y calor. Euforia y nostalgia. Una mezcla de sensaciones inconexas que me sacudieron mientras avanzaba.

Antes de llegar a las escaleras, una mano fría y tan dura como el acero me tomó por sorpresa y con fuerza por el antebrazo.

Solté un quejido y me solté con tanta fuerza del agarre que me tambaleé sobre mi eje. Dante me observó con ojos iracundos.

—Era esto lo que querías. ¿No es así Camelia Rinaldi?

—No sé de lo que estás hablando. —Y en efecto, no sabía que querían decir sus palabras llenas de ira.

Una risa carente de humor abandonó sus labios. Negó con la cabeza sin dejar de escudriñarme con sus ojos de ciervo.

— ¿Cuánto tiempo te llevó planear la muerte de Alessandro? ¿Te encargaste primero que dejara todo a tu maldito nombre? — ¡¿De qué demonios estaba hablando?! — ¡Respóndeme! ¿Ya conseguiste lo que malditamente querías? ¡Asesinarle y quedarte con la fortuna Napolitano!

Mastiqué una áspera adrenalina que me envió a abofetearle en la mejilla.

Él, permaneció atascado con la rabia o lo que sea que estuviese sintiendo en ese momento en la garganta y no dijo nada más. En sus ojos bailaban llamas de fervor.

— ¡Vete al infierno, Dante! —Solté con la garganta irritada.

—Estoy seguro que allí nos veremos, Camelia.

Pronunció mi nombre en una amenaza alarmante.

Dante Napolitano estaba declarándome una guerra que yo no sabría cómo batallar. No cuando volver a verle me había sacudido de aquella estremecedora manera, no cuando había traído consigo una avalancha de recuerdos del hombre que alguna vez fue y ya no era nunca más.

. . .

Sentía que mi vida terminaba allí. Había comenzado con él y debía terminar con él. Era lo que era gracias a él. Me arrebató del seno de una familia que me aborrecía y me castigaba con látigos. Me dio un techo y abrigo. Me dio la vida que ahora tengo y la siento tan vacía sin él.

Me dio todo lo que soy. ¿Por qué no pude amarle? ¿Por qué no pude retribuirle todo lo que había hecho por mí?

Me hundí en la tina y dejé que la espuma se llevara los rastros de suciedad y lágrimas por el drenaje.

Me hundí con tan poco aire en los pulmones que pensé en cómo sería la muerte debajo del agua.

Mis pulmones ya no lo soportarían más y colapsarían. La sangre fría dejaría de fluir y, de un momento a otro mi corazón se detendría.

Entonces en ese instante la muerte me llevaría con él.

Era una sensación placentera, así que abrí los ojos y me dejé ir. Sosegada por la claridad que poco a poco se desvanecía y se convertía en oscuridad.

Un instante más tarde, me sentí un poco menos terrenal. Un instante más tarde, le temí el vértigo que me produjo la sensación de estar muerta y, cuando creí que podía dar marcha atrás y arrepentirme, era demasiado tarde. Mis brazos ya flotaban y ya no había espacio para el arrepentimiento.

La vida se me estaba apagando de un zumbido bajo el agua. La vida me estaba dejando ir, pero unos brazos que me sacaron a flote del agua, no lo permitieron.

— ¡Maldita sea! ¿Qué hiciste? —Alguien refutó y quien me trajo de vuelta, ahora le debía mi vida.

❁❁❁

No olviden dejarme su estrellita y sus comentarios de lo que les pareció. Después de tanto tiempo me haría enormemente feliz saber que ha valido la pena regresar y ponerme presión a mi misma. 

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Camelia +18 ©Where stories live. Discover now