1. "Efervescencia"

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❝La fría nube negra está llegando y yo, siento como si estuviera tocando las puertas del cielo❞  

. . .

Camelia

Una corriente nocturna con la llegada  de aquel invierno abrasador se coló por el panteón y, con drástica crueldad me atravesó los huesos. Los sentí doler, tal vez un poco más que mi corazón. Casi, por un instante, me sentí flotando en el violento y denso aire que se escurría a través de la noche.

Cerré los ojos y un suspiro me acompañó en silencio mientras hipaba y, trataba con mucha fuerza de retener las lágrimas.

Odiaba la hipócrita nostalgia con la que la gente acostumbraba a observarte en momentos así. Había ya experimentado la sensación muchas veces atrás, la pérdida de un ser querido que te hacia estremecer el alma y las miradas cercanas de personas que decían compartir tu dolor.

¿Realmente alguien podría sufrir el dolor ajeno?

Me aovillé junto a la lápida y acaricie lentamente su nombre, letra por letra sobre la piedra del sarcófago.

Lagrimas inundaron mis ojos y no lo pude contener más, ellas comenzaron a ser derramadas por mis mejillas son lentitud, como si todo estuviese sucediendo de esa manera; tortuosamente lento.

Agradecí en ese instante que los velones que ayudaban a iluminar el panteón, se apagaran con la ráfaga de viento que se paseaba. Agradecí que, nadie pudiese verme tan triste y desolada.

Me abracé a mí misma un instante más tarde. El ambiente se había convertido en algo petrifico con la noche helada y el cielo que rugía con pequeñas gotas de agua.

—Cariño. —La voz de mi suegra se escuchó muy cerca y, supe que lo estaba cuando sus brazos me rodearon con suavidad—. Es hora de ir a casa.

Asentí, sin embargo; me resignaba a dejarle. Sabía que, cuando abandonara el panteón, le habría perdido para siempre.

»Llévame contigo—Susurré entre mis labios que besaban la piedra—. Tal vez en la otra vida si pueda amarte«

...Porque en esta nunca lo hice

. . .

Todos me pedían descansar, no obstante; quería hacer cualquier maldita cosa que me mantuviera despierta que cerrar los ojos y recobrar la pesadilla de aquella trágica noche en la que le habían arrebatado la vida.

Recibí a los recién llegados con asentimientos y una sonrisa. Éramos pocos en aquella habitación, los familiares más cercanos. El perímetro residencial estaba abarrotado de amistades y periodistas que querían ingresar a la misa.

La muerte de un Napolitano había sacudido a toda la maldita aristocracia italiana.

Me retorcía aquella palabra, »muerte«. Siempre creí que mi matrimonio acabaría en el instante en que los dos decidiéramos separarnos, creí que se cansaría y se marcharía cuando se hartara de no escuchar un té amo también de vuelta. No fue así, si se había marchado, pero para siempre...

Alessandro era un hombre fuerte, el más fuerte que alguna vez podría conocer en mi vida. Llevaba una industria hotelera sobre sus hombros, por supuesto, el legado de su padre, Silvano Napolitano, un hombre que la vida llena de excesos lo ha llevado a reconstruir su vida y matrimonio.

—Señora Napolitano. —Se me erizo la piel al escuchar el apellido de mi esposo cuando se dirigían hacia mí. Gire impávida—. Lamento mucho su perdida. Sé que no es el momento adecuado, pero me gustaría saber cuándo podemos dar parte al testamento.

Camelia +18 ©Where stories live. Discover now