8. "Impotencia"

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El orgullo te hará sentir más fuerte, pero jamás te hará sentir feliz❞


. . .

Camelia

Una ráfaga nocturna entró por la única ventana abierta con cautela. —Ya se me hacía extraño el frio tétrico de hace un rato—Se paseó por la habitación y empujó las flemas de las velas, no lo suficiente para apagarlas. Aunque, en medio de un corazón que me palpitaba con rareza, deseé que así fuera.

La tensión se me acumuló en los tendones y mordí el interior de mi mejilla. Evite con muchísima fuerza mantener mis ojos sobre mi cuñado y la mitad de su cuerpo desnudo delante mis ojos. Un torso delgado, firme y fuerte. Y, pesar de que la parte izquierda de su pecho y hombro estaban cubiertos por el vendaje, el resto de su pecho era codicioso. Se notaba, sin conocer demasiado del tema, que sus brazos y abdomen habían sido ligeramente trabajados.

Preferí enterrarme las uñas en las palmas de las manos que soltar un aliento mal interpretado.

Dante—Salvaje e imponente—Avanzó hasta el centro de la mesa, recargándose sobre esta. Me miró y, en medio de la turbulencia, pestañeé. Yo tuve que contar los pasos hasta su dirección para mantenerme enfocada. Conocía sus intenciones. Sabia de ante mano lo que estaba tramando, sabía que, quería provocar alguna reacción de mi parte. Una, que me negué rotundamente a darle.

—Voy a revisarte la herida. —Solté en un susurro controlado—. Y para eso voy a quitarte el vendaje.

Asintió, pude darme cuenta de soslayo.

Recurrí al alcohol para esterilizar mis manos. —Básicamente ponía en práctica lo que en Grey's anatomy alguna vez vi—. Comencé por una capa hasta la quinta. Aun, la sangre brillaba un poco en la herida que se asomaba un poco abierta. Esterilicé la gaza y, con la parte con la que no tuve contacto, fui limpiando los rastros al rededor de su pecho.

De pronto, saltó con un espasmo involuntario. Uno ligero que, para ser una herida de bala, ameritaba más dolor e importancia. Sin embargo, Dante Napolitano carecía de aquello.

El gesto me recordó a Alessandro. Algo que me hizo sentir inquieta, como si el pudiese saber que estaba a solas ahora mismo con su hermano. ¿Qué pensaría? ¿Lo desaprobaría? No quise saberlo...

Terminé por colocarle el vendaje, sintiendo como sus ojos me escudriñaban. Como si estuviese esperando por algo, como si estuviese esperando el momento indicado para atacar. Todo en él, era de aquella manera. No había paz para consigo ni conmigo. Siempre tenía que existir una guerra. Una que no entendía porque había iniciado.

—Tienes que ir con un profesional para que te revise esa herida. —Mascullé sin mirarle—. Se te puede infectar.

— ¿Dejarías que eso pase? —Preguntó. Me mantuvo muy quieta el ronquido de su voz

—No.

— ¿Por qué?

—Instinto humanitario.

—Instinto humanitario. —Soltó muy despacio con una sonrisa de lado, como si estuviese probando las palabras en sus labios.

—Al parecer, uno del cual careces

Soltó una risita incrédula.

— ¿Recuerdas que te he salvado dos veces la vida?

— ¿Por obligación o porque realmente quieres?

Camelia +18 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora