Capítulo 38 Azul Profundo

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Sin más que hacer la pequeña obedeció a Sherlock. Teresa sintió como la niña ya no endurecía su cuerpo, logró hacerla caminar y ambas se alejaron de la sala de estar para esconderse en el segundo piso.

Sherlock colocó su pie sobre el arma y la arrastró por debajo de uno de los sillones. Ajay se facilitó en dar un codazo en la boca del estómago al detective y este sintió como el aire escapaba de una manera horrible de entre sus pulmones. Ajay quedó libre del agarre y fue directo sobre el arma; abrazándose Sherlock notó el perchero y con dificultad lo tomó y se cobró aquel golpe que había recibido. El malhechor cayó al suelo, un terrible dolor cubrió su espalda y maldiciendo, pensó en como librarse de aquel sujeto.

—Ríndete Ajay —mencionó agotado—. Si lo haces, las cosas se arreglarán de una mejor manera.

Él maníaco comenzó a reír.

—¿Rendirme? Claro que no. Primero me cargo a ti y luego a esa perra.

—¿Por qué tanto odio hacia Mary Watson?

—Eso no te incumbe.

—Por supuesto que sí.

Ajay se alzó del suelo resistiendo el dolor, cerró sus manos y lanzó sus puños hacía el detective quien, raudo, esquivó cada uno de ellos. Sherlock intentó alejarse de los golpes; se sentía aun adolorido, necesitaba reposar y recuperar las fuerzas pero este sujeto tenía demasiado odio y estaba dispuesto a expulsarlo todo. El detective tanteó salir de la sala de estar y al lograrlo Ajay fue detrás de él, y así, ambos comenzaron un juego del coyote y el correcaminos. Sherlock buscó recargarse en la pared, trató de alejarse de Ajay y poder recuperar las fuerzas mientras en lo que él tomó un jarrón y lo lanzó hacia él. Sherlock logró esquivarlo, pudo darse un leve respiro pero el dolor seguía cubriendo su cuerpo.

En la planta alta Teresa y Bell se habían encerrado en la habitación de esta última. La joven mucama se mantenía pegada a la puerta y ambas escuchaban el desastre de la planta baja. La niña, sentada en su cama y abrazando fuerte a su señor conejo, imploró que anda malo le pasara Sherlock. Los ruidos incrementaban junto a las ideas que ambas forjaban en que era lo que ocurría allá abajo; Teresa sacó del bolso de su pijama un celular y al notar el aparato Bell brincó de la cama para acercarse a ella.

—¡Dámelo! —ordenó. Teresa le observó asombrada.

—¡¿Qué?!

—¡Qué me lo des!

Atónita ella obedeció y le entregó el aparato a la niña. Temblorosa Bell marcó un número que conocía a la perfección. El primer timbre sonó, el segundo, el tercero luego una cuarta vez y la niña comenzó a estresarse, hasta que, una voz familiar se escuchó.

¿Hola? —cuestionó adormitado John Watson.

—¡¡Tío John!! —exclamó aliviada la niña.

¿Bell?

—¡¡Tío John, por favor llama al inspector Lestrade!!

¿Qué sucede Bell? —insistió, esta vez alterado.

—¡¡Tío, Sherlock está en problemas!!

—¡¿Cómo qué está en problemas?! —al sentir una adrenalina sobre su cuerpo, John sacudió su cabeza. Del otro lado de la cama Mary despertó curiosa por el escándalo de su marido—. Bell, cariño, ¿qué está pasando? Por favor, dime con calma las cosas.

¡Hay un ladrón en la casa y Sherlock se está peleando con él! ¡Por favor llama al inspector Lestrade!

—Cálmate Bell. Llamaré a Lestrade, he iré a tu casa... ¿Dónde estás tú? —John escuchó atentó a la niña en lo que Mary encendía la luz y observó preocupada—. Bien, quédate donde estás. Pronto estaremos ahí.

La Niña que llegó al 221B de Baker Street. 【E D I T A N D O】Where stories live. Discover now