—Tranquilas, yo me encargo —habló Lilian, caminando hacia el escritorio.

Sin previo aviso, presionó el botón en el teléfono fijo que culminaba la llamada. Para cuándo Primrose se dio cuenta, alzó la vista hacia Lilian ¿De verdad había hecho eso? ¿Tuvo la osadía de hacer tal cosa?

—Ahora, ¿nos dices dónde está la doctora? —Lilian le dedicó una sonrisa falsa, casi tan grande como las que solía hacer Margaret.

—¡¿Quién mierdas te crees?! ¡Estaba hablando! —gritó Prim.

— ¿Estabas hablando? ¿Ay, en serio? ¡No me digas! —habló con sarcasmo —. Y, respondiendo a tu pregunta, me creo la chica a la que le dirás dónde carajo está tu jefa o, de lo contrario, no me temblará la voz para pedirle que te despida. No creo que se ponga muy feliz cuando le cuente que usas el teléfono de la oficina para contar chismes ¿Captas, o te lo repito?

Primrose parpadeó un par de veces al escuchar las palabras de Lilian. Su agria y desafiante manera de hablar era intimidante, así que terminó por carraspear como respuesta. Se removió incómoda en su silla y dejó el teléfono en su lugar. Hizo el vago intento de fingir una sonrisa, no lo logró. Aquí entre nosotros dos, te digo que hacía mucho tiempo que Primrose no sonreía.

—La doctora quiere que vayan al patio trasero, chicas —les indicó.

—Gracias —y, sin decir más, Lilian se retiró hacia la puerta de la salida trasera seguida por el resto de las chicas.

Una vez estuvieron fuera, Cloe y Dalia no pudieron hacer más que reír. La reacción de Primrose ante esa confrontación fue algo digno de apreciar. Sanne también esbozó una sonrisa al tiempo en que ajustaba una vez más su abrigo. El frío volvía a hacerse presente ya que no estaban rodeadas de cuatro paredes con calefacción.

—¡Dios! ¡¿Vieron su cara?! —dijo Cloe, entre carcajadas —. Lilian, la pusiste en su lugar.

—¡Sí! Es que Lili, cuando te molestas, das miedo —aseguró Dalia.

—Sí, demasiado —concordó Sanne con una sonrisa divertida en su rostro —. Recuérdame no hacerte enojar, Lilian.

—Y a mí recuérdame pedirte clases para responder así —siguió Cloe —. ¡Que mierda tan cómica su cara! ¡Dios!

Lili les dedicó una sonrisa ladeada y se cruzó de brazos ante el frío del exterior. Le resultaba difícil creer que su largo abrigo no fuese suficiente para evitar el temblor de sus huesos ¿Cómo lo aguantaba Cloe, que era más delgada que ella? Como no le iba a preguntar, continuó caminando junto con las chicas por el patio trasero. Este resultaba ser incluso más impresionante que el delantero gracias a los árboles y arbustos bien cuidados. Por su puesto, los mismos continuaban despojados de sus hojas, producto del invierno que no tardaría en irse.

La gran mayoría de las ramas de los abedules estaban completamente desnudas, salvo uno que tenía un vestuario peculiar. Las chicas notaron que, en las ramas de ese gran árbol en particular, colgaban papeles. Al acercarse, observaron que no se trataban de sencillas hojas suspendidas por hilos, eran fotografías que se movían al compás de la tenue brisa. No eran simples fotos, estaban lejos de ser unas imágenes cualesquiera. Al ver mejor, notaron que quienes aparecían en las ramas de aquel árbol eran ellas. Cada rama tenía aproximadamente seis fotografías colgando y en el tronco estaba colgada una nota con la elegante letra de la doctora que las chicas ya podían reconocer a la perfección.

—"Queridas margaritas" —Sanne se dedicó a leer la nota—, "yo llamo a esta sesión 'el árbol de los recuerdos', y no lo hago en vano. Cada una tiene una rama en la que fotos de ustedes se mantienen colgadas. Con esto busco que recuerden, que aprecien el pasado. Están en el peor momento de sus vidas, así que quiero que retrocedan y vean las sonrisas que alguna vez tuvieron en sus rostros. Cuando terminen de observar, búsquenme en mi oficina. Con cariño, la doctora M. Wallace".

Margaritas || P.E #1Where stories live. Discover now