✨Epílogo✨

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Allen le puso un suéter sobre los hombros y después la tomó de la mano.

—¿Me acompañas?

Rebecca asintió, confundida de que se le ocurriera salir casi en la madrugada a las calles de Barcelona. Sin embargo, no protestó.

La noche era fría y solitaria.

No habían tenido que caminar bastante para llegar al parque favorito de Allen. El árbol al que se acercaron era el más grande, el más viejo y el más apartado de todos. El viejo roble parecía tener muchas décadas. Entonces ella lo recordó. Ese era el árbol al que Allen siembre acudía en momentos de oscuridad durante los años en que vivió en Barcelona.

—Pero el árbol no es lo que quiero enseñarte... —dijo Allen con un deje de gracia—. Al menos no se trata de mi verdadera intención.

—¿Cómo...?

Pero antes de que pudiera suceder otra cosa, vio cómo Allen colocó una rodilla en la tierra y se hincó ante ella. Su corazón aceleró su ritmo, pero trató de respirar profundo.

—Sé que es el lugar más inadecuado del mundo, pero bajo este árbol lloré, sentí, y me lamenté más que en cualquier otro lugar en el que haya estado... —comenzó a decir Allen con un nudo en la garganta—. Tú me has enseñado a crear nuevos recuerdos para remplazar a los malos, y es justo lo que pretendo hacer ahora...

Allen tomó su mano y la miró suplicante.

El rostro de Becca estaba húmedo por las lágrimas.

—Becca... ¿Quieres casarte conmigo?

Ella soltó un grito ahogado de alegría y asintió con frenesí.

No lo dudó ni un segundo.

—Es lo que más deseo, Allen —respondió ella entre lágrimas antes de abrazarlo. Él la rodeó con fuerza, con esos brazos seguros que amaba tanto.

Cuando deshicieron el abrazo, Becca pudo notar lágrimas de felicidad en los ojos de Allen. Jamás lo había visto llorar de alegría, pero sus ojos resultaban aún más maravillosos. Sobre todo, cuando reflejaban felicidad.

—Tengo que admitir que no tengo ningún plan respecto a ello, pero ahora me siento aliviado. Puedo dormir en paz porque me has aceptado.

—Bueno, eso lo planearemos con calma... —dijo Becca antes de ponerse de puntillas para besarlo—. Por ahora, seamos felices. ¿Te parece?

—Contigo no puedo ser de otra forma —respondió Allen en un susurro.

Entonces él pudo comprobar que era cierto: de las heridas profundas pueden nacer las más bellas flores si se saben regar.


***

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