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Luke arrastró la silla a Maryse para que esta se sentara, como todo un caballero. Saliendo de la estación de policía, el alfa se llevó a la nefilim a un café cercano. Cada uno pidió lo que iba a ingerir, y esperaron pacientemente a que les trajesen el pedido; mirándose el uno al otro, aún incapaces de creer lo ocurrido: reunirse después de tanto tiempo, los dos solos. El pensamiento hacía a Maryse avergonzarse.

Después de varios minutos, los cafés servidos, y enfriándose, Luke decidió que ya habían pasado bastante tiempo en silencio, por lo que fue él quién habló primero.

–Así que... ¿Maryse Trueblood?– alzó la ceja divertido.

La fémina bufó rodando los ojos, obteniendo del alfa una risotada.

–¿Puedo preguntar, o me dirás más adelante?

Maryse le dio una sonrisa amable.

–Más adelante. – prometió.

Luke se dio por satisfecho, al saber que era terreno delicado.

–Entonces, me buscabas a mi trabajo, ¿Por qué? Y no me mal interpretes, no es que no me agraden las visitas sorpresas, me gustan, ahora más, si vendrás a menudo.

Coqueteó, descaradamente, ganándose un sonrojo en la mejillas morenas de Maryse, quién carraspeó para hablar (no supo porqué, pero perdió súbitamente la voz).

–Te dije que mandaría a hacer exámenes en el cuerpo con Isabelle, eso hice y ya tengo los resultados. – le dio una mirada fugaz a la carpeta marrón a un lado.

Luke entendió que ahí estaban dichos resultados.

–¿Y qué salió?

La cazadora se mordió el labio algo apenada y bajó la mirada a su café, ya frío.

–No sé. No los abrí.

–¿Por qué? –alzó la ceja interrogante.

–B-bueno, me ayudarás a encontrar al asesino, eso nos hace un equipo y, y, y quería que viésemos los resultados a la par para, para... ir en conjunto. – logró balbucear.

La vista de una Maryse sonrojada y tartamudeante se le hizo de lo más tierna, y pensó, que Alec había salido muy parecido a su madre, en muchos aspectos; tenaces, buenos líderes, grandes estrategas, imponentes, un sin fin de rasgos notablemente fuertes, pero por sobre todo, eran unas ternuras.

El mero pensamiento le hizo reír.

–Debo decir, estoy muy conmovido. Eres muy considerada.

Alabó.

Y Maryse quería ser un avestruz, pero no lo dejó notar.

El alfa se levantó de su asiento, y arrastró la silla hacia la fémina, para quedar a su lado, bien juntos.

Maryse abrió sus ojos con sorpresa al ver la acción del lobo, pero no dijo nada; sólo... lo dejó estar.

Juntos, hombro con hombro, echaron un vistazo al contenido de la carpeta. Estuvieron hablando y analizando, planeando la caza para el asesino.

Así pasó la tarde para ellos, en ése café, pidiendo bebidas calientes que las dejaban enfriar, para, cuando notasen que estaban allí, las tomasen de un trago. En algún momento de la velada, dejaron de lado el caso, y se empeñaron en disfrutar la compañía del otro en base de charlas triviales.

–¡Es tan obvio!

Estallaron en risas.

–Para ser un vampiro de casi cien años, todo elegante y de pose aburrida, es todo un libro abierto. – chistó Maryse.

El alfa rió.

–Le debe gustar mucho mi hija...

–Se le nota en los ojos. – segundó Luke. – Pero a Isabelle no le es indiferente. –comentó.

Comentario que llamó la atención de Maryse. Sus ojitos brillaron, y eso le encantó a Luke.

Para ya entrada la noche, salieron del café con una generosa cuenta por tantas tazas de café. En un punto de la caminata hasta la camioneta de Luke, Maryse pasó –inconscientemente– su brazo entre el brazo contrario; abrazando así la extremidad del alfa.

Luke aparcó justo al frente del instituto (esa iglesia abandonada y vieja). Apagó el motor, y giro un poco en su asiento, en dirección a su acompañante, encontrándose con los ojitos marrones brillando en alegría.

Ella estaba lista para despedirse, pero Luke la interrumpió.

–Debo decir, Mary. Ha sido una tarde muy buena, la pasé bien a tu lado. – el comentario hizo sonreír a la cazadora. – Y aunque no está en mi código moral tener citas con una mujer casada, me gustó tener esta contigo.

Acercó su rostro al femenino, viendo la sospresa en las pupilas dilatadas de Maryse, su atención paró en los labios rosados, decorados en una esquina por un bonito lunar; pero, para frustración, alivio, y muchos sentimientos contradictorios en Maryse, Luke no la besó en los labios: sino le regaló un muy tierno beso en la mejilla.

Una vez separado, Maryse se permitió salir del letargo, y le sonrió felizmente al lobo.

–Buenas noches, Lucian. Te veré después.

Con eso, Luke supo que podría, tenía luz verde.

Dicho aquello Maryse bajó del auto y se dirigió a pasos graciosamente rápidos, que le causaron ternura al alfa, hacia la puerta del instituto. Antes de abrir la puerta, giró su vista y se encontró con la intensa mirada del alfa. Con la última sonrisa para él, se adentró a la edificación.

Con pasos calmados y una sonrisita de colegiala enamorada Maryse pasó por la sala de control, sin notar el evidente cansancio en los demás cazadores –ése Alec, les jodió la madre–.

Su nublada mente llevó sus pasos a una habitación en concreto. Pasó y cerró la puerta, dónde se recargó por unos momentos mordiéndose el labio al recordar las suaves palabras dichas por el alfa. Soltó una risita.

Se despegó de la puerta y se sentó en la cama, aún mirado sus botas.

–¿Mamá?

Llamó Alec, quién venía vistiendo un mono de pijama y se iba secando el cabello con una toalla. Al cazador se le hizo inusual la actitud de su madre... estaba actuando como él cuando Magnus le besó después de que confesaron sus sentimientos.

Maryse alzó la vista por fin, y Alec casi se encandila por lo brillante que estaba su mirada dilatada, se preguntó si su madre se había drogado.

–Alec. – llamó, con la voz más pacífica y dulce que una madre jamás empleó. Al ojiazul le entraron unas repentinas ganas de que su madre le arrullara.

–He tenido una cita. – la risita que acompañó esa frase hizo la situación de lo más irreal posible.

«¿Qué?»

Baby Steps.Where stories live. Discover now