JUDE EMER CARTER
—Te espero en Caffè Nero, nena —reí embobado al teléfono. Estaba enamorado hasta las trancas, ¿quién lo diría?
—Vale —ronroneó—, te amo.
Corté la llamada entrando a la abarrotada cafetería de Trafalgar Square.
Me acerqué a la barra de madera. El olor a café me llenó los pulmones.
—Buenos días —me saludó una camarera de color—, ¿qué desea tomar?
—Buenos días —le sonreí a la par que leía en la pared, detrás suya, los cafés que ofrecían—. Tomaré un Moca helado con un cruasán de almendras.
Fuera resplandecía el sol, algo fuera de lo común.
»Y un Moca de chocolate blanco con leche de coco —pedí orgulloso el café de mi chica—: con nubes. Para comer un Pain au chocolat.
Sonreí a la camarera.
—¿Nombre? —preguntó en modo automático.
—Jude.
—¿Para tomar aquí?
—Sí.
Esperé, como el resto de personas, a un lado de la barra. Me moría de hambre, es más, me rugía el estómago a modo de huelga: «queremos comer, queremos comer» protestaba con pancartas.
La cafetería de paredes color crema ofrecía una panorámica de Londres: la columna de Nelson, las fuentes, el museo; autobuses de un lado para otro de Trafalgar, Uber, coches, pero sobre todo personas, desde londinenses hasta turistas.
—Jude —me nombró el camarero con desgana llamado Chad, según decía la chapa de su blusa negra.
Busqué un lugar acogedor; una mesa cuadrada de nogal. De la pared colgaban cuadros, fotografías...
Coloqué su café frente al mío, esperando que llegase.
Jude
Te espero al fondo, nena 11:35
Me guardé el Samsung, me erguí para soplar el humo que salía del café, encontrándome cara a cara con Caden, era él ¡joder! con su pelo color oscuro, como su barba. Éste me saludó susurrando un: Emer, claro a oídos míos. Tras de mí oí un carraspeo: Dan, con su pelo claro como el mío se abrió su chaqueta de Prada, mostrándome un arma. Me tragué el nudo que se me formó en la garganta. ¿Qué hacían ellos aquí?
—Hola, Emer —oh, no.
El murmullo del gentío pasó a segundo plano. Estaba en un local, no podía hacerme nada.
—¿Qué tal estás? —era él; su acento claro como el agua me heló la sangre—, ¿puedo?
Callé.
Ocupó el lugar de Alba en la mesa.
Alba, ¡no! Llegaría de un momento a otro.
—Mírame, Jude —más que un ruego fue una orden. Le miré: era él.
Su pelo era negro como el ébano; iris color esmeralda; rasgos cincelados.
—Tú... —balbuceé. Temblé como un flan, agarrándome a la mesa.
Él me escrutó con sorna.
—¿Yo...? —apartó el café con nubes a un lado—. No me gustan las nubes.
—Tú estabas con ella... aquella noche en Las Ramblas.
—Eso parece —su chupa de cuero se amoldaba a su cuerpo—. No deberías haber estado allí.
No debería, pero estaba.
Aquella noche quería saber qué pensaría aquel hombre de pelo negro al saber que un tercero había pagado por dar con ella, ¿sacaría su espada?, ¿se enfrentaría al malo?
Quería saber qué había hecho Mía en un pasado, ¿lo sabría él? Me pregunté día a día.
Lo sabía.
Días después lo comprobé en el Parque Natural de los Puertos, al sur de Tarragona, cuando Hunter Campbell, uno de los hombres más poderosos de Canadá, se apeó del Bentley Mulsanne.
Yo sólo quería protegerla. Protegerla de Cross. Protegerla de aquel tercero en la sombra, pero el mundo —como las personas— no era como esperabas, las guerras no cesaban, así como el hambre o el dolor. Había treguas, pero nunca habría un hasta nunca.
El cabrón inglés de Cross no era más que el burócrata canadiense Hunter Campbell. Ya no había coche, ni noche ni humo de un puro que lo ocultase a mí.
—¿Ella lo sabe? —pregunté. ¿Sabría Mía quién era su amado Hunter?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque no.
—¿Sabías quién era?
—Sí —susurró apenado—, pero no sabía qué había hecho o qué querían de ella —se echó para adelante—. Sabes de sobra que nunca conocemos quién nos paga. Mía escondía un pasado más oscuro que el mío: carreras, drogas... Creí que habría cabreado a alguna de las personas de su pasado, pero no.
—Sé lo de las carreras —Ed me lo contó, me contó que Mía corría en carreras cuando se la encontró en una de éstas—. Regresó a ellas.
—Lo sé.
—Podríamos habernos ahorrado lo que pasó. El día que la conocí en Icebarcelona creí que me había pasado con los porros. Ocho meses escuchando hablar de ella, ocho meses deseando conocerla. Nunca creí que Mía: «la muy callada», así solían hablar de ella, era la cría de la foto. En ella parecía otra persona. Más oscura.
—Ya.
Fuera el sol se fue apagando. Nunca creí que hablaría con el señor Cross, ahora el puto Hunter Campbell en una cafetería del centro de Londres.
—Callada —a Hunter se le llenaron los ojos de... ¿eso eran lágrimas?
Parpadeé confuso.
—Sí, no era de hablar mucho. Salí con ella un par de veces. Tenía algo que me atraía, pero se escondía detrás de una máscara, eso me echó para atrás. El no saber qué ocultaba.
—No ocultaba nada —bramó.
Me reí.
—No, para nada. Las carreras o las drogas no son nada.
—Lo son, claro que lo sé, pero no fue culpa de ella, la engatusaron para hacerlo —se pasó el dedo por su cara, por una marca blanca: una cicatriz, ¿quizá?
»No la querían a ella, por eso tú sólo debías dar con ella.
—De acuerdo.
—Querían usarla para llegar a su tía.
—¿A su tía?, ¿qué pinta su tía en todo esto?
—Ella me usó cuando era menor de edad; creo que la palabra correcta es: abusó.
Caden detrás de él parecía apenado.
»Sospecho de algunas personas, pero ¿qué más da? Lo hecho, hecho está. Perdóname. No quería matarte. Estaba...
—Estabas colocado —acabé por él, afirmó—. ¿Qué pasa con ella?, ¿qué pasó con ustedes? Su grupo a penas se hablaba cuando desperté del coma. Después de la orla Mía se esfumó, no se supo más de ella. Emma se cabreó como una mona, al parecer no habla con Mía desde aquel día, según fuentes cercanas —acabé como el desenlace un post en un Blog de prensa rosa.
—¿Tu fuente es Alba?
Asentí. Se mudó a Londres para hacer un máster.
—Lo nuestro se acabó, así como Cross. Ten —me entregó un sobre de color ocre—. Acéptalo. ¿Me serías leal?, ¿ocultarías lo que hacíamos?
Creí que ese día no llegaría nunca.
Asentí.
—Perdóname —me rogó.
—Claro.
Hunter no se parecía en nada a la persona que antaño me mandó de una patada a un coma.
No sabía porque, pero lo seguí por la cafetería—: Hunter.
Sus dos guardaespaldas se pararon a escasos centímetros de él.
—¿Sí? —preguntó.
—No eres tan malo como creía —le palmeé el bíceps—. Estaré aquí para lo que sea. Te debo más de lo que tú me debes a mí.
Contemplé cómo luchó por retener sus lágrimas.
Tenía una teoría, fundada en hechos, cuando una persona lloraba, lloraba por todo aquello que había llegado a callar.
—¿Señor Campbell? —Dan colocó su mano en su hombro—. Su abuelo le espera.
Fuera el Mulsanne esperaba a un lado de la acera aparcado.
Se marchó y con él se llevó su dolor.
Lo corroboré: las personas que permanecíamos en el Caffè Nero nos percatamos de su aura atormentada.
Hunter Campbell había pasado de tenerlo todo a no ser nada.
—Hola, bebé —Alba me rodeó el cuello con los brazos—. ¿Me has echado de menos?
No sabía cuánto.
¿Echaría él de menos algo?, ¿echaría de menos a alguien?
¿Qué os ha parecido? ¿Sabíais quién era CROSS u os hacías una idea? No os preocupéis porque en el próximo capítulo Hunter explicará el porqué de todo.
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HUNTER (Cross Vol. II)
RomanceCROSS está en proceso de relectura para su futura corrección. HUNTER segunda entrega de CROSS está incompleta. En esta segunda entrega, Mía Anderson cruza el gran charco y se muda de au pair a Vancouver, Canadá, para cursar el máster en abogacía en...
