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HUNTER CAMPBELL

¿Qué esperar cuando no esperabas nada? 
Sorpresa, alegría, cólera. Eso sentí cuando, pasados cinco meses, encendí el móvil. 
Tenía 308 llamadas perdidas de Mía, dos llamadas por día desde que desaparecí, una por la mañana, otra por la noche. 
154 mensajes de voz por día de Mía.
Hunter —sollozó—, perdóname. Yo... sé que soy una zorra, nunca debí hacer lo que he hecho, pero... bebí, estaba colocada, de hecho, aún lo estoy. No sabía lo que hacía, bueno sí, quería... quería... Perdóname, por favor —berreó, ahogándose en su pesar—. Soy una egoísta... y orgullosa. Mucho. Por favor, dame una se... Te amo, Hunter. Te amo, ¡joder!
¿Qué esperar cuando no esperabas nada? 
Fue aquel: te amo, Hunter, desgarrador, pero parco en palabras, lo que causó en mí una oleada de cólera reforzada. 
Mía mentía, mentía como un cosaco; de haberme amado nunca hubiese acabado en la cama de Kenneth, con su polla dentro de su menudo cuerpo. 
Los borrachos mentían, nunca decían la verdad.  
Mía estaba borracha. 
Ergo Mía mentía. 
—Un Bacardí —Alec me palmeó la espalda, ocupando la butaca celeste de al lado. 
—Dos —alcé dos dedos. El barman del Nineteen Hundred Bar & Lounge del hotel Hilton Edinburgh Carlton asintió antes de marcharse. 
—¿Qué haces? 
Alcé los hombros, abrí la agenda de contactos, busqué a Mía y pulsé la sugerente opción de: bloquear este contacto
—Joder, colega. ¿Estás seguro? 
—Seguro —pulsé: bloquear contacto. El barman se acercó a nosotros con la botella de Bacardí y dos vasos vacíos. 
—Hunter —conocía el tono empleado, uno que decía espera a hacer las cosas en frío. 
—Cállate —arremetí en tono categórico. Cogí el vaso de ron y me lo bebí en segundos.
Alec, ofuscado, se pasó la mano por el pelo. 
Se acabó Mía. 
—¿Hablaste con tu hermano? —negué, palpando el mármol blanco de la barra con los dedos. Frío. Suave. Alec llamó al barman para que nos llenase los vasos vacíos por segunda vez—. Hunter. 
—¿Qué, Alec?, ¿qué? —pregunté harto. 
—Cuando lleguemos a Canadá deberías hablar con Mía. 
Me reí, me reí a todo pulmón; acababa de bloquear su contacto ¡por Dios!, ¿por qué querría hablar con ella en persona? 
«Para arreglar las cosas».
«Por favor, dame una se...» su voz llenó cada hueco vacío que había en mí. Y había muchos. 
Negué, cerrando los párpados pesados. 
—Hunter, el pasado no es pasado, porque escondemos en él algo que nos ahoga, algo que estará ahí día a día. Creemos que por pertenecer al pasado podemos pasar página, pero no es así, Hunter —sus dos lagos grisáceos se apagaron, como la mecha de un mechero—. Podemos guardarnos las cosas, como solemos hacer los hombres, porque somos seres fríos; o sacarlos fuera, sólo así, el pasado pasará a ser eso: pasado. 
¿Qué aspecto del pasado me ahogaba? Muchos, es más, podía enumerarlos. Quería saber por qué el abuelo Baltashar me detestaba, ¿por qué no podía ser como el abuelo Lucas Rogers?; quería saber qué sabía, cada cosa que ocultaba. 
Quería saber quién era, a qué familia pertenecía. 
Quería preguntarle a Kenneth Hughes qué le había llevado a clavarme la espada por la espalda. 
Pero, ante todo, quería despertar cada mañana con Mía e irme a la cama cada noche con ella. 
Sólo cuando marcase con un ✔️ cada cosa, cada "algo" del pasado que me ahogaba podría cerrar aquella etapa, pero no estaba preparado, no al menos para perdonar a Mía. Por mucho que me amase. 
—Claro —respondí. Apoyé los codos en la barra. 
—De acuerdo —carraspeó con la frente arrugada—, ahora me toca a mí desnudarme. 
¡¿Qué?!
—¡¿Qué?! 
Bufó.
—El día que te conocí llevaba horas deambulando por Vancouver; se suponía que debía estar en un funeral. Se suponía. Cuando pasé frente a YEW seafood + bar de West End, estabas de espaldas a mí, sentado en una butaca, con tu pelo negro como el ébano la leche de enredado; joder, Hun...
—No me llames Hun —le corté, escuchándole desnudarme su alma. 
—Joder, Hun...Hunter —nos reímos a pesar de nuestro diálogo la mar de chungo—. Entré al bar porque te me parecías a una persona. 
—¿A qué persona? 
—A una, un ser humano. 
—Alec... 
—Era un gran tío. Era defensa en los UBC Thunderbirds, el número veintidós. Era bueno en lo que hacía, en TODO lo que hacía, dentro o fuera del campo de fútbol —susurró apenado. El barman nos cedió el control de la botella—. Por aquella época estaba acabando el doctorado en la UBC, tenía los días contados como capitán de los T-Birds; le aseguré que cuando me marchase, él sería el capitán. Lo fue, Hunter, pero ¿por cuánto? No creo que llegase a cuatro meses debutando como capitán. 
—Murió —concluí. 
—Sí, en un accidente de coche en España. Era una gran persona; no conocí nunca a sus padres, es más, no hablaba mucho de ellos, bueno... sé que tenía una hermana, ¡oh!, y que su padre curraba para el CSIS. Poco más. Se hospedaba en la fraternidad Kappa Sigma; no bebía, detestaba el alcohol; se escondía por ser gay. Era un buen alumno, Hun —no le corregí—, quería ser abogado, pero no llegó a ser nada de lo que deseaba: casarse, adoptar...  
—No sabía nada de eso. 
—Habló. Te has callado cosas peores, colega —reímos, pero negué, no había cosas peores o más amenas; cada persona le daba a sus problemas o errores el carácter que merecían. Perder a una persona que querías podía serlo todo o nada. Unas personas lo superarían, otros no. Esa era la respuesta. 
—Ya —escruté el bar a rebosar de personas. 
—Te parecías a él, con el pelo negro, esos dos focos verdes —fruncí la frente—. Días después de su funeral busqué en la guía telefónica el número de su casa. Cero. Nada. No había rastro de ellos. 
—¿Cómo se llamaba? 
—Lander Balmaceda. 
Balmaceda, ¿dónde lo había escuchado? 
«Hunter, él es Abel Balmaceda de Tapas ñam, ñam» me había presentado Cam, con Isobel flanqueando. 
—Conocí a un Balmaceda. Abel Balmaceda de Tapas ñam, ñam, en Barcelona.
—¿De tap... qué? 
Tapas ñam, ñam. El padre de Mía es chef.
—Ah —degustó el ron en su boca—, ¿y?
—Y no sé. 
—Ya —se frotó el mentón—. Te ha entrado un SMS. 
Le miré, ignorando el teléfono. 
—¿Cómo estás? —le pregunté después de haberme desnudado su pesar. 
—Colocado —hipó—. Voy a mear. 
Asentí y desbloqueé el iPhone X. 

+00 34 665 745 784
Gran programa, muchacho 23:45
La casa ha quedado fabulosa 23:46

Con el corazón en la mano tecleé: 

Hunter Campbell 
Perdone, ¿quién es usted? 23:47

Como respuesta aquel número me llamó. 
—¿Sí? —murmuré. 
—¿Hunter? Hola, soy Cam; ¿qué tal estás, muchacho? 
Me quedé blanco. Hablando del rey de Roma...
—¿Hunter?, ¿estás ahí? ¿Hola?  
—Sí, perdón. Hola, Cameron —agarré la botella de Bacardí—. Bueno, ahí vamos, y ustedes, ¿qué tal están? 
En mala hora pregunté. Cam puso el altavoz. 
—Hola, Hunter —me saludó la madre de Mía. 
—Contentos —contestaron ambos a unísono. 
Una morena se acercó a mí con un vaso vacío. Tenía el pelo negro, como el mío, y le caía por la espalda hasta el culo, uno pomposo, hecho para aferrarse a él. 
—Hola —me saludó coqueta. 
—Oh, ¿estás con Mía? —preguntó Cam al otro lado de la línea. Parpadeé confuso. 
—¿Qué?, ¿con Mía? 
—Sí. 
—No, Agnés; Mía tenía esta noche turno doble en el restaurante —le contestó Cam. 
—Me alegra saber que estás ahí para ella, Hunter. Te adora.
¿Mía no les había contado nada? 
Creían que seguíamos formando el par perfecto. 
¿Qué esperar cuando no esperabas nada? 
—Agnés, Cam; perdón por sonaros borde, pero... 
—¿Mía te lo ha contado? —me cortó Cameron con acento. 
—¿Contarme qué? —la morena se echó el pelo sobre el hombro. Olía a flores cuando acercó su cuello a mí.  
—Había pensado aceptar tu oferta —¿qué oferta? Pensé pasándome la mano por el mentón. 
«Hunter, me pensaré la oferta, muchacho» 
«Le ofrecí a tu padre la apertura del Isobel en Canadá»
«Isobel III en Canadá»
Joder, no. Cerré los párpados con fuerza. 
—No se llamaría Isobel III; cómo sabrás le puse al restaurante de Barcelona: Mía. Tengo pensado llamarlo así en Vancouver. 
«Podría llamarse Mía» ofrecí aquel tormentoso día.
Callé como una puta con los padres de Mía al otro lado de la línea preguntándome porqué me marché antes de la apertura de Mía, alabándome por el buen programa de Tabatha, el resultado espectacular de la casa... 
Alec llegó para salvarme, —perdón— llegó para meterle la lengua en la boca a la morena.
—Me llamo Cassandra, pero llámame Cass —se presentó, después de pescar peces en la garganta de Alec Tremblay.  
—Eh, tío —Alec me zarandeó—, ¿vamos? 
—¿A dónde? —balbuceé; seguía en un mundo paralelo, en uno escuchaba a los padres de Mía hablar, en otro, Cass y Alec se besaban en el ascensor. 
—Tío, CORTA. 
—Sí, corta. 
—¿Hunter? —preguntaron los padres de Mía a unísono. 
—Perdón, debo marcharme. 
Corté. 
No sabía cómo, pero acabé contemplando a Alec lamerle a Cass su vulva rosa y húmeda; había regresado a la época voyeur. Me preparé una raya de coca y colocado penetré el cuerpo moreno de Cass, con ella pasando su lengua a lo largo de la polla de Alec. 
Tríos
«Parad. Tengo que salir de aquí»
«Traerme aquí a enseñarme ¿qué? ¿Tres cachondos mentales follar delante de un loco y una mema?» 
Era Mía, su voz el día que la llevé por segunda vez al local de sexo. 
Alec no gemía, pero enredó sus manos en la melena negra de Cass a la par que le llenaba la boca con su semen blanco y espeso. 
¿Eso éramos: tres cachondos mentales? 
Tenía que parar. Paré. 
—Hunter, ¿qué haces? 
—Esto...esto está mal... —murmuré, blanco como las sábanas arrugadas de la cama. Alec se acercó a mí. Cass no comprendía. 
—¿Qué está mal, Hunter? —preguntó Alec, colocándome su mano en el hombro sudoroso. 
«¿Qué está mal, Hunter? Esto está mal. Todo está mal. Tú estás mal» me gritó Mía. 


Una hora después salí de la ducha, seguía blanco y la coca, un polvo níveo, seguía en la bolsa. Me pasé la mano por el pelo negro y marqué su número desde el teléfono de Alec. 
¿Qué esperaba? 
Nada, porque no lo cogía, pero un segundo después su voz llegó clara como el agua al otro lado de la línea.
—¿Sí? —oí su voz espesa y ronca, el ronroneo del mar, las aves, el zarandeo de las ramas de los árboles—. ¿Hola? 
—Mía corre —la alentó un hombre—, no te quedes atrás. 
—No, Mase; ahora os alcanzo —paró en seco; había salido a correr, ¿con quién?, ¿quién era Mase?—. Hunter, ¿eres tú? 
Me quedé callado. ¿Sabía que era yo? 
—Hunter. 
Pero ¿qué hago? 
Corté. 
No era yo, yo nunca la llamaría, no después de todo. 
No estás preparado para perdonarla, de hecho, nunca deberías hacerlo. 
Olvídala.

No sé cuánto ha pasado desde la última vez que subí capítulo, pero con los exámenes y la orla a duras penas podía sentarme a escribir. Quedan cuatro capítulos para el reencuentro, ¿qué esperan que pase?, ¿creen que Hunter debería perdonar a Mía o seguir en esa línea?

Esta semana os subiré nuevo capítulo narrado por un personaje que despertó del coma con muchas cosas que contarnos... ¿Qué sorpresa nos traerá Jude Emer Carter?

HUNTER (Cross Vol. II)Where stories live. Discover now