33. Por siempre. FINAL

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—Violación.

Ángel suspiró. Sin decir nada, lo tomó del codo suavemente y lo introdujo en la cocina, donde se sentaron, el uno frente al otro; entonces le preguntó cómo se había enterado.

Dave le explicó que aquella mañana ella se lo había soltado sin tapujos en el Juzgado, pero no tuvieron tiempo de debatir porque los padres de Jill la llamaron para irse pronto.

—Hemos hablado esta tarde por teléfono —aclaró Dave— y me lo ha contado todo.

Se refería a la violación.

—Se ha ido acordando de cosas con el tiempo —explicó—, porque cuando la interrogaron, no recordaba mucho. Pero ha estado teniendo pesadillas y, en ciertos lugares y con algunos olores, recordó los detalles. Y me ha llamado porque estaba teniendo un ataque de pánico.

Jill le había contado que la agarraron del pelo, que la golpearon y entre los tres la sujetaron, y ella no pudo defenderse. Dave necesitó bajar la mirada y tragar fuerte al pensarlo; se le estaban calentando las venas.

—Fueron los tres.

Una aguja le penetraba el pecho hasta el miocardio. Le dolía por ella, porque entendía su vergüenza, porque recordaba oírla explicarlo llorando, sin poder abrazarla ni hacer más que decirle que lo sentía.

Dave apoyó el codo en la mesa para sostenerse la cabeza y suspiró.

—Uno de ellos la hizo sangrar con un destornillador —musitó, sin valor de mirar a su padre— y luego pasaron uno por uno, como si fueran animales.

Se echó contra el respaldo de la silla y bufó. Repetirlo le estaba costando más de lo que había imaginado porque entendía lo humillada y sucia que ella sentía. Él llevaba sintiéndose así meses.

—Seguramente fue Álvaro —dijo, endureciendo la expresión—. Es un enfermo. Y puede que Sergio no esté involucrado, pero Santos me odia a muerte. Santos la ha tocado solo porque sabe que la quiero.

—En el vídeo de la evidencia solo aparece Álvaro.

—Porque Sergio siempre lo cubre —protestó Dave.

Su padre resopló también y, tras pasarse las manos por el cabello, le preguntó cómo estaba Jill.

—Tiene ansiedad social —sentenció Dave; de pronto se había enseriado, porque le desgarraba el alma no poder hacer nada para que Jill no sufriera—. Le da miedo salir a la calle, le da miedo cualquier chaval. No duerme, no tiene ganas de nada. Y no piensa hacer Bachillerato. Hace tiempo me dijo que quería irse a Madrid, a estudiar y a vivir, pero ahora dice que todos sus sueños están rotos. Y su padre quiere llevársela a Barcelona. Tienes que hablar con él, papá, yo no la quiero perder.

Ángel miró a Dave, que había clavado los ojos aguados en los de él; vio sus nudillos rojizos y pelados, pues el muchacho había posado las manos sobre la mesa, y se ablandó.

—La quieres, ¿verdad?

Dave asintió, agachando la vista, y en el rostro del chico se pudo leer la decepción e impotencia de estar perdido, de tener miedo al porvenir.

Ángel dejó escapar un hondo suspiro.

—¿Entiendes que tienes dieciséis años?

—Sí, pero siento que he vivido cuarenta.

—Que ella esté embarazada no significa que te tengas que responsabilizar.

—Pero quiero, papá. He encontrado a alguien por quien haría cualquier cosa.

Lo decía en serio. Se había enamorado de ella.

Su padre elevó las cejas y le preguntó si había hablado con Jill.

—Sí. Le sugerí que abortara, pero ella no quería, así que le pregunté si se casaría conmigo cuando fuéramos mayores de edad. Me dijo que sí. Me quiere, papá. Y yo no quiero hacer nada mal. Quiero estudiar, quiero hacer Bachillerato para demostrarte que no soy un inmaduro.

—Sé que no lo eres.

Podía verlo en sus ojos. Porque Dave sentía que no era suficiente para Jill, que no se la merecía, que tenía mil defectos que ella odiaría cuando los descubriera. Y Ángel se dio cuenta.

—¿Qué dicen sus padres?

—Son buenas personas, papá, como tú y mamá antes del divorcio. Pero tienes que ir conmigo a hablar con su padre y convencerlo de no mudarse.

—Puedo intentarlo.

Saber que lo ayudaría, aunque no garantizara lo que quería, lo descargó por dentro. Infló de alivio los pulmones, retorciéndose los dedos.

Su padre confiaba en él. Se lo demostraba sin decírselo. Y él, a sus dieciséis años, supo que podía ser mejor. Porque su padre le había enseñado a ser un hombre.

—Solo quiero que me dejes seguir estudiando —murmuró, y de pronto alzó la cabeza para mirarlo.

Dave nunca había tenido planes para su vida, pero los estaba construyendo a partir de los destruidos de Jill.

Dave había resucitado, con su risa y sus lágrimas, y el corazón lleno de compasión, con ganas de amar y de luchar sin miedo a morir. De eso estaba hecho su hijo.

—Déjame hacer Bachillerato, papá —le suplicó Dave—. Te prometo que sacaré matrícula de honor, haré oposiciones, me casaré con Jill y cuidaré de su niño como tú has cuidado de mí.

—¿Oposiciones para qué? ¿Qué quieres ser?

En una fracción de segundo, Dave volvió al asesinato de su hermana, a la paliza brutal en el instituto, a los azotes de Egea, al suicidio de su madre, a Jill.

A cuando la vida orquestó que volviera a la vereda correcta con la espalda quebrada, hasta hallar la luz al final del túnel.

A cuando la salvación se materializó en un uniforme con la bandera nacional.

Dave tomó aire y miró a su padre.

—Policía.

F I N

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora