Capítulo 19.

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Capítulo 19.

Se encontraba secándose las manos cuando la puerta del apartamento de su hermano se abrió bruscamente. Con el trapo entre las manos y una sensación extraña en el cuerpo, Abby se asomó por el umbral de la puerta de la cocina, donde había estado fregando los platos ensuciados. Gian se había ido hacía ya casi una hora, después de la extraña conversación que habían mantenido. Desde ese momento la castaña había estado comiendo y holgazaneando en el sofá, a la espera de Blake, hasta que, finalmente, se había levantado del mueble y se había puesto a fregar lo utilizado, en un intento de desaburrirse.


— ¿Blake?— preguntó la castaña cuando no vio a nadie. Acabó de pasarse el trapo por las manos y lo tiró sobre la encimera antes de salir completamente de la cocina. Observó todo el salón e, incluso, el pasillo, en busca de la persona que había abierto la puerta, pero no encontró a nadie.— ¿Gian?


— Ab...y— escuchó que decía una voz entrecortada por jadeos de dolor que se atenazaron en el pecho de la muchacha.— Ab...y— la muchacha abandonó con prisa el pasillo y se dirigió hacia el recibidor, donde el cuerpo malherido de su hermano la recibió sin contemplaciones. Ahogó un grito de horror antes de agacharse a su lado y darle la vuelta delicadamente, con mimo.


— Blake...— susurró la castaña, agarrando el rostro de su hermano con ambas manos. Acarició con ternura las facciones de éste y apartó un par de pelos castaños que se adherían a su frente como si estuvieran pegados con pegamento.— ¿Qué te ha pasado?— preguntó después de revisar el maltrecho cuerpo del chico. Observó preocupada el violáceo hematoma que se asomaba por el costado derecho descubierto del muchacho, así como del hilillo de sangre que le escurría de una de las cejas.


— Lla...ma a Giaaaan— pidió, doblándose de dolor. Abby contempló, impotente, como su hermano se retorcía entre sus brazos mientras se agarraba la pierna izquierda. Dirigió velozmente los ojos a aquella zona y dejó escapar un jadeo asombrado cuando descubrió, con cierta dificultad, como en el oscuro pantalón del castaño se vislumbraba un círculo de sangre.— Es...tá en uun pi...so más.— masculló como bien pudo, antes de apretar los dientes con fuerza.


La muchacha asintió con vehemencia antes de ponerse en pie y salir, como alma que lleva el diablo, del piso. Subió de dos en dos los escalones hasta que se encontró en el rellano de encima y picó a la única puerta que tenía felpudo. Esperó, impaciente y con los nervios crispados, hasta que la puerta se abrió. Parpadeó un par de veces, sobrecogida por la imagen que sus ojos recibían; la puerta había sido abierta por un tipo alto, de aspecto descuidado y ojos rojos que en esos momentos la observaban de arriba abajo con una sonrisa pretenciosa. Sus ropas oscuras despedían un fuerte olor a alcohol que le provocó una arcada que fue capaz de retener en su garganta. Sus cabellos, largas y sucios, los tenía atados en un pequeño moño sobre la cabeza, como se había puesto de moda últimamente.


— Hola, preciosa. — saludó el tipo, apoyándose contra la puerta abierta en un intento de parecer más interesante. — ¿Qué te trae por aquí, belleza?


— ¿Está Gian?


— ¿Gian? ¿Quién lo busca? — preguntó el muchacho, reincorporándose y poniéndose a la defensiva. Blake le había comentado que nadie, absolutamente nadie, podía saber que el italiano estaba viviendo en aquel piso con él. Por ese motivo, además de cobrar el alquiler que había puesto como precio a la habitación donde ahora se quedaba el silencioso chico con el que vivía, recibía una pequeña suma de dinero extra que le servía para comprar más pastillas.

IsolatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora