━ 𝐕𝐈: La sangre solo se paga con más sangre

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Las seis mujeres, tras una larga jornada repleta de duros entrenamientos, disfrutaban del nattveror* entre continuas risas y miradas de complicidad. Y es que, de vez en cuando, a Lagertha le gustaba reunirse con ellas para evadirse de sus problemas y preocupaciones, que no eran pocos.

Los lazos que había forjado con ellas eran inquebrantables. Por algo las cuatro primeras se habían convertido en sus más leales escuderas, a pesar de la corta edad con la que contaban Astrid, Eivør y Drasil. Hilda, por el contrario, no era ninguna guerrera, pero el don que le habían conferido los dioses la convertía en alguien de suma importancia para la rubia. 

Era su völva*, la persona a la que acudía cada vez que precisaba consejo o apoyo espiritual.

Hilda ejercía el seiðr, un tipo de magia muy poderosa. Y, al igual que el resto de seiðkonur* que poblaban las tierras nórdicas, estaba en contacto directo con Odín, Dios de dioses y Padre de todos, por lo que no era de extrañar que entre los habitantes de Hedeby fuera una mujer muy respetada, además de temida.

Al fin y al cabo, ¿quién no querría conocer su destino? ¿Saber lo que los Æsir y los Vanir tenían reservado para cada uno de sus siervos mortales? Aquello siempre se había considerado una gran fuente de poder. Daba a la gente la oportunidad de hacer planes para el futuro, de superar los tiempos difíciles, así como también servía para brindar esperanza.

Sin embargo, Hilda no se consideraba como el resto de völur* que erraban de aquí para allá, de aldea en aldea, ofreciendo sus servicios a cambio de un puñado de monedas. Ella, lejos de convertirse en una nómada, sin ataduras ni lazos familiares, se había casado y tenido un hijo. Había perseguido sus propios sueños y ambiciones, dejando de lado lo que, según los estereotipos que regían la sociedad vikinga, debía hacer, y eso era lo que más admiraba Lagertha de ella.

—He de anunciaros algo —articuló el Conde Ingstad, captando la atención de sus invitadas, que guardaron silencio para poder escuchar lo que tenía que decirles—. Voy a reconquistar Kattegat. Aslaug no sirve como reina, nunca lo ha hecho.

Ante sus palabras, Eivør y Drasil compusieron sendas expresiones de asombro. No eran estúpidas. Siempre habían sabido que, llegado el momento, Lagertha se cobraría su tan ansiada venganza y recuperaría aquello que le había sido arrebatado, pero eso no significaba que no se sorprendieran al descubrir que sus sueños de reconquista estaban tan cerca de hacerse realidad.

La expresión de Kaia, en cambio, no varió lo más mínimo, puesto que llevaba meses estando al corriente de los planes de la rubia. Habían ideado juntas una estrategia de ataque y esperaban poder llevarla a cabo pronto. Si todo salía según lo previsto, en unos días estarían festejando su victoria en el Gran Salón de Kattegat.

—¿Al fin vas a darle su merecido a esa zorra estirada? —Hilda bebió de su copa, sintiendo que el peso de todas las miradas, en especial la de Lagertha, recaía sobre ella—. Alabados sean los dioses —dijo, una vez que se hubo secado las comisuras de los labios con el dorso de la mano.

Su comentario pareció hacerle gracia a Astrid, que tuvo que morderse la lengua para no carcajear. Aquella mujer de aspecto sabio y elocuente siempre decía lo que pensaba, sin filtros de ningún tipo. Era natural y espontánea, y eso le gustaba.

—Así es, Hilda. —Lagertha realizó un gesto afirmativo con la cabeza—. Ha llegado el momento.

La anciana esbozó una sonrisa mordaz, justo antes de cruzar miradas con Eivør, su nieta. Ella era la única familia que le quedaba, su mayor tesoro, de ahí que estuviera tan orgullosa de la mujer en la que se había convertido. Veía en ella su propio reflejo, al igual que la sombra de Hrólfr.

➀ Yggdrasil | VikingosWhere stories live. Discover now