Herencia sombría

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Praga, 1818        


Los cascos de los caballos resonaban en el suelo, tirando de la oscura carroza. Un hombre perteneciente a la aristocracia de Praga, aprovechando la privacidad que las cortinas del carruaje le proveían, examinaba el contenido de un papiro por quinta vez. Era un sujeto metódico, no le gustaba dejar nada al destino.

Perdió la concentración cuando notó que se habían detenido.

—Cochero, ¿por qué hemos parado? —preguntó con cierto hastío.

—Un accidente, amo —contestó el aludido.

—¿Qué ha ocurrido?

—Un vagabundo que no miró por donde iba y un carruaje le ha pasado por encima.

—La providencia ha actuado acorde a las circunstancias —arrojó sin remordimiento, observando a gente sin techo arremolinarse alrededor del occiso.

Pordioseros y olores nauseabundos eran lo típico de la ciudad, que afeaban con su presencia a Praga.

El carruaje prosiguió el camino una vez superado el obstáculo. Unas calles más adelante, volvieron a detenerse.

—¿Qué ha pasado esta vez?

—Un cortejo fúnebre —respondió el lacayo.

Corrió la cortina, sigiloso, escudriñó desde el interior a los allegados del difunto. Fue a cerrar el velo cuando alguien advirtió su presencia.

—Don Marek Ondrejka, buenos días—dijo un hombre uniformado—. Pensé que estaría en el séquito. Ayer tampoco lo vi en el velorio. Stanislav Černy era amigo suyo, ¿no?

—Conocidos —corrigió entre dientes—. ¿Falta mucho para que la calle esté despejada? Tengo una reunión de negocios y no quiero llegar tarde.

—Puedo acelerar las cosas por un pequeño precio —frotó los dedos índice y pulgar indicando lo que quería.

Marek entendió el ademán y dijo al cochero:

—Tibor… aquí nuestro representante de la ley quiere un incentivo, ¿crees poder dárselo? —Los orbes añil refulgieron de malignidad.

Las palabras fueron arrojadas con doble intención. Advirtiendo implícitamente no cruzar la línea. La imagen repulsiva de su palafrenero reforzaría ese mensaje.

—Sí, amo —los ojos oscuros, como boca de lobo, se quedaron fijos en el agente. Sacó del bolsillo una bolsa de cuero de la cual extrajo diez coronas—. Aquí tiene.

El gendarme alargó la mano con recelo. Cuando las monedas cayeron en su palma se apresuró a retirarla, pero Tibor lo sujetó con fuerza de la muñeca

—Es terrible cómo murió Stanislav Černy, ¿no? —rio, mostrando una dentadura descuidada, enmarcada en un rostro cadavérico.

El hombre se estremeció de temor. Se sobó la muñeca cuando la tuvo libre. Dio la vuelta a donde estaba la escolta del muerto y la detuvo para que el carruaje cruzara sin inconvenientes.

Tras la ventana del coche, Marek inclinó su sombrero en gesto de agradecimiento, sin perder la expresión de burla maliciosa.

Tiempo después, llegaron al salón de obras públicas.

Marek descendió haciendo gala de la aristocracia que lo caracterizaba. En la mano derecha llevaba un maletín y en la izquierda un bastón que remarcaba sus estatus social.

—Buenos días, Marek —Lo saludó un hombre de elegante envestidura.

—Buenos días, Rybar —compuso una falsa sonrisa—. ¿Vienes por la resolución?

CRÓNICAS NEGRAS ©Where stories live. Discover now