Ya tengo dientes.

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En cierta noche veraniega, un hombre regresaba a su casa después de haber bebido y jugado en la gallera hasta hartarse, gastando el dinero que no tenía.

A pesar de la melopea, lograba sostenerse de su caballo con un equilibrio asombroso.
Iba por el camino cantando, arrastrando cada palabra, mientras el corcel jadeaba con cada pendiente que subía.

Un tramo después, iniciaron el descenso hacia una quebrada. A medida que se acercaba, empezó a oír el llanto de un infante. Por un momento creyó que lo estaba imaginando, mas al llegar al lugar preciso donde provenían aquellos inquietantes lamentos, comprendió con horror la realidad de la situación. Era un bebé recién nacido que alguna madre desnaturalizada había abandonado a las inclemencias de la naturaleza.

— ¡Por San José! ¿Cómo alguien puede abandonar a un inocente a su suerte? — exclamó el hombre apiadándose del crío — . Vendrás conmigo. Yo te daré el hogar que te ha sido negado.

Enseguida se quitó su poncho, lo arropó con el, y con un nudo experto lo acomodó en su espalda. Prosiguió su camino por el Zigzagueante sendero.

Al cruzar un peñasco, tanto hombre y caballo empezaron a resollar como si llevarán un peso adicional. El hombre empezó a jorobarse rápidamente debido a la diminuta carga que llevaba tras su dorso. ¿Cómo era posible que un bebé pesara tanto? Extrañado ladeó la cabeza.

¿El bulto era más grande?

Fue en ese momento que el pequeño balbuceó unas turbadoras palabras:

— Papi, ya tengo dientes.

¿Dientes? ¡Imposible! a los niños no les sale los dientes tan rápido. Se respondió así mismo el hombre.

— Papi, ya tengo cola y cuernos — continuó el niño.

El individuo espantado soltó la carga, y observó aterrorizado la bestia que cayó de su espalda.

Era el mismísimo diablo.

Aquel engendro lo miraba con una sonrisa torcida de triunfo, dejando escapar de su boca una saliva verde pastosa.

De pronto la expresión burlesca del horripilante ente desapareció. El hombre en medio de su shock entendió lo que sucedería.

Mas cuándo lo creía todo perdido, de una de sus alforjas surgió un gallo blanco con tintes naranjas, y sin previo aviso se interpuso entre el Leviatán y el infortunado hombre.

El ave multiló y desgarró la piel del demonio sin misericordia. La criatura trató de defenderse fallando en cada intento.

Los vio perderse en el profundo desfiladero. El gallo encima del monstruo desprendiendo pedazos de carne, entre alaridos espeluznantes.

Los desesperados relinchidos de su caballo hicieron reaccionar al sujeto. Asió las riendas con manos temblorosas y recorrió las últimos kilómetros a galope infernal.

Cayó a puertas de su casa echando espuma por la boca.

Pidió perdón a la imagen de su virgen churona antes de morir.

Nadie sabe si el perdón le fue concedido.

Tal vez esté en el cielo o el infierno... o vagando en algun rincón de la tierra.

Nota: Adquieran un gallo blanco. Nunca se sabe cuando los pueda salvar del maligno, aunque al final el terror los termine matando.

CRÓNICAS NEGRAS ©Where stories live. Discover now