—Hola, Henrie —saludó deshaciendo el nudo en la garganta y lo miró parado junto a ella.

Cassie —respondió él sin retirar la vista de la capital.

—¿Viniste a verme desaparecer a lo lejos? —intentó bromear pero el sabor amargo de su partida seguía en su paladar.

—No eres la única que se marcha el día de hoy —dijo haciendo contacto visual con ella.

Lady Cassia frunció el ceño confundida, el pelirrojo levantó su mano y una cuerda reposaba en ella. Henryk se dio la vuelta para señalar algo con sus ojos, ella imitó a su amigo y siguió la cuerda con la mirada hasta dar con una yegua endémica de Quogos. Su corazón dio un salto y se apresuró a acariciar al animal, la cabellera era del mismo color chocolate que había en sus calzados altos y que luego se desvanecía en el color vainilla característico de la especie.

—¿Cómo...? —preguntó girándose hacia el guardia detrás de ella—. ¿Cómo conseguiste sacarla de los establos? —ladeó la cabeza confundida y pasó sus dedos por la frente de la yegua—. ¿Acaso... la compraste? —inquirió asombrada.

—Algo así —se encogió de hombros al divagar divertidamente.

—Dime qué hiciste —demandó risueña.

—No te contaré nada que no sea relevante saber, es un regalo de mi parte para tu nueva vida —contestó entregándole las riendas del caballo—. De esta forma no me extrañarás y tendrás a nuestro hogar a tu lado donde sea que vayas —guiñó.

Lady Cassia sonrió ante tal demostración de cariño, ella sujetó las cuerdas enternecida y tomó las manos de Henryk antes de que él las apartara. Estaba consciente de que tocar a la servidumbre era una falta importante al protocolo pero para ella la nobleza y sus estúpidas reglas podrían hundirse en las letrinas, ellos le habían arruinado el resto de su vida... ya no tenía que probarle nada a nadie. Eso fue lo que le dio el coraje para tirar del agarre que compartía con el guardia y darle un abrazo que tardó toda una vida en aparecer entre ambos. Henryk le devolvió el gesto con la misma emoción que ella, le acarició la espalda y luego el cabello suelto cuyas puntas enroscadas le rozaban las caderas a la rubia.

—Estarás bien —murmuró junto a su oreja—. Sé que vas a estarlo —añadió aferrándose a ella—. Siempre lo estás.

La tristeza en su interior fue suplantada por calma, revelándole lo mucho que había necesitado oír esas palabras en los últimos días. La muchacha de vestido mostaza contuvo la lágrima que amenazaba con exponerla, recargó su cabeza en el hombro de Henryk y la dejó caer antes de romper el abrazo entre ambos.

Las esmeraldas en la mirada de su mejor amigo también se encontraban teñidas de rojo compartiendo el dolor que ella padecía en ese instante. Lady Cassia deseó poder llevárselo con ella a Blashire sin embargo sería egoísta de su parte arrastrarlo a la desgracia con ella, por lo que le tocaba hacer el trabajo difícil en esta ocasión.

—Pediré un cambio a Arysthron —informó Henryk por lo bajo robándole la palabra—. Probablemente me enviarán a Sowlyre —ella negó con la cabeza—, serviré ahí un par de meses y con un poco de suerte de los dioses podré llegar a tu boda —habló esperanzado.

Lady Cassia le cuestionó a Sailen cómo se había ganado a un amigo que la quisiera tanto como Henryk Slorrance lo hacía incluso después de todas las veces que fue grosera con él y lo manipuló para conseguir lo que ella quisiera. La rubia se sintió aún peor dándose cuenta de la horrible persona que había sido con él.

—El único lugar donde vas a estar es aquí —le contradijo haciéndolo fruncir el ceño—. Trabajas para Lady Kaya y es lo que seguirás haciendo... por mí —soltó las riendas de la yegua y le acarició la flor en el peto.

Heredera de CenizasWhere stories live. Discover now