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Los tenues rayos de sol le golpearon el rostro como si fuesen látigos de luz que atentaban contra su siesta, Lena se hizo bola en la cama y con cada segundo que pasaba se convencía más de permanecer acostada en todo el día. Se cubrió completamente con la sábana y se aferró a su sueño con fuerza, no le emocionaba el día que tenía por delante puesto que llevaba dos días encerrada con Wilinthea aprendiendo sobre costumbres y modales de gente refinada, según el príncipe era con el fin de ayudarla, ¿ayudarla a qué? Lena no lo sabía pero tenía miedo de preguntar. El príncipe heredero se había encargado de rodearla con las mejores comodidades que le podía ofrecer como las almohadas de plumas de ganzo y las sábanas de mil hilos con las que estaba durmiendo en ese momento sin embargo, Lena no dejaba de ver sus aposentos como una celda de oro sin barrotes. Estaba encerrada todo el tiempo y nadie tenía permitido entrar ni salir además de Wilinthea.

La chica estaba a punto de alcanzar el quinto sueño cuando la puerta rechinó atormentándole los oídos y enterró la nariz en la almohada en un intento por huir de cualquier rastro de vida afuera de sus cobijas. Lena estaba decidida a tener una hora más de paz y (de ser necesario) se dispuso a ahuyentar a la mujer regordeta que seguramente traía su desayuno acompañado de una nueva sesión de protocolos para memorizar.

—Wilinthea —se quejó en un bostezo—, estaré lista en... —ronroneó—. Tal vez mañana —dijo pausadamente arrullándose con sus propias palabras.

Lena se dejó llevar por la calidez de su cama y se acomodó para seguir durmiendo plácidamente.

—Arriba —los ojos de Lena se abrieron de par en par al oír una voz masculina.

Unos dedos callosos rozaron su hombro cuando le arrancaron las sábanas, los reflejos de Lena actuaron rápidamente y un puño salió disparado hacia donde supuso que estaría la cara, una mano firme atrapó su ataque centímetros antes de que pudiera extender por completo su brazo. Lena volteó a ver al dueño de esa mano fuerte y tosca, que aún sosteniéndola por la muñeca, despegó su espalda de la cama en un tirón sin dejarle un segundo para protestar. Como pudo, la chica se retiró el cabello de la cara para poder tener una visión clara del hombre frente a ella, quien la observaba con unos ojos grises casi igual de duros que una roca.

—¿Quién eres? —demandó Lena todavía cautiva de su agarre, estaba al tanto que su camisón mostraba más piel de lo que le gustaría aunque él no movió su vista de la cara de Lena.

—Tu entrenador —soltó su muñeca provocando que ella cayera de espaldas y rebotara en su cama—. Vístete, salimos a correr en diez —le aventó la ropa a la cara y para cuando ella se la quitó el hombre estaba saliendo de su habitación cerrando la puerta detrás de él.

Lena sorprendida por tal trato se apresuró a levantarse de la cama, el príncipe nunca le habló acerca de ese salvaje, es más ni siquiera le había informado que su entrenamiento empezaba aquella mañana. Analizó lo que el bárbaro sujeto le había traído, por no decir tirado. Se trataba de unos pantalones ligeros con una camisa parecida a la que usaba su padre en la aldea, apartó los recuerdos y prefirió alistarse antes de que ese hombre regresara. Ya vestida y con el cabello recogido en una trenza, salió a buscarlo y lo encontró viendo los jardines por el balcón de la sala de sus aposentos por lo que Lena aprovechó para inspeccionar al hombre en silencio. Su cabello era de un castaño claro, su ancha espalda y brazos marcados se notaban debajo de la tela de su camisa además divisó el comienzo de una gruesa cicatriz en su nuca que bajaba hacia su espalda, tenía el cuerpo de un guerrero.

—¿Vas a desperdiciar la mañana admirándome o saldremos a correr como me dijeron que haríamos?

Lena tragó saliva apenada y suspiró ideando alguna respuesta que le devolviera parte de su orgullo.

Heredera de CenizasWhere stories live. Discover now