—¿Y el bebé? ¿El bebé está bien?

Max asintió.

Catalina tenía ya tres años de matrimonio con Max y un saludable embarazo de siete meses, que la hacía parecer como si trajese cargando una enorme pelota bajo su ropa. Tratándose de una mujer de complexión pequeña, su vientre abultado la hacía verse realmente graciosa.

—El bebé también está bien.

Samuel dio un largo suspiro lleno de alivio.

Desde que se habían enterado que Catalina estaba embarazada, la noticia se había vuelto el tema de conversación y una alegría extra en sus vidas.

Samuel y William no podían creer que iban a ser tíos y Max estaba enloquecido de felicidad de saber que iba a ser padre. Un bebé en la familia era lo que todos habían estado necesitando. El hijo o hija de Catalina, seguramente sería el bebé más consentido.

Los tres chicos se desvivían por complacerla. Aunque tenían que decir que ella los tenía realmente sorprendidos. Su carácter dominante y mandón, se había suavizado casi por completo. Se había vuelto tranquila y paciente. Sin exigencias o antojos raros. Siempre con una reluciente sonrisa.

El hecho era, que todos estaban muy felices por el acontecimiento. Después del trago amargo con la caída de la silla, todo había sido alegría, en los últimos dos meses antes de conocer al nuevo miembro de la familia. Y cuando el día por fin había llegado, a Catalina no le había hecho falta cariño ni compañía. La familia de Max estaba ahí. También estaban los padres de William. Incluso la madre de Samuel había pasado en la sala de espera toda la mañana, acompañando a la madre de Will y a la señora Clara.

—¿Cuánto tiempo va a tardar esto? —William y Samuel habían pasado toda la semana yendo y viniendo, tratando de calmar a Max. Afortunadamente para ellos, a Catalina le habían dado ganas de dar a luz en domingo, por lo que no habían tenido que ir a trabajar ese día. Que se le hubiese ocurrido entrar en labor de parto a las cuatro de la mañana, eso no se lo agradecían tanto.

—Que vayas y vengas por todo el hospital no va a acelerar el proceso. Así que siéntate de una vez.

A Max lo ponía muy nervioso no tener idea de lo que estaba pasando adentro. A Catalina no le encantaba la idea de ser observada mientras pujaba, así que en cuanto tuvo oportunidad, echó a todo mundo afuera de la habitación. Y aunque obviamente el bebé era de ambos, Max decidió respetar su decisión de permanecer sola en aquel momento.

Tampoco era muy aficionado a la sangre, en todo caso.

—Familiares de Catalina...

El médico aún no terminaba siquiera de hablar, cuando Max se levantó de la silla en la que se acababa de dejar caer y se abalanzó hacia él como un vendaval.

—¡Sí, sí! Soy yo. Yo soy su padre. Del bebé, no de ella. Basta, que no sé ni qué estoy diciendo. ¿Están bien? ¿Los dos están bien? Creo que me voy a desmayar.

Max se llevó una mano al rostro.

Samuel ahogó una risa.

—Todo está perfecto. Ambos están bien. En un momentito más podrán pasar a verlos.

Pasaron unos diez minutos antes de que los dejaran entrar a la habitación. No podían entrar todos juntos, pero Max, Samuel y William, habían podido entrar juntos.

El rostro de Catalina era de tranquilidad absoluta. Parecía realmente cansada, pero incluso con sus ojeras y el cabello un poco desordenado, ella se veía radiante. En sus brazos, un pequeño y silencioso bulto de mantas blancas, se removía intentando obtener una posición más cómoda.

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