CAPÍTULO VIII: RESPIRANDO POR ESTE MOMENTO

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En ocasiones, un pequeño acto de locura, desencadena una serie de eventos que ya no tienen regreso. Un impulso que en un comienzo puede parecer tonto, nos lleva a experimentar las peores y las mejores sensaciones de la vida. Cuando menos te das cuenta, ya estas cayendo... Como cualquier caída, el golpe dolerá. Se trata, sin embargo, de un dolor que casi puede considerarse placentero y que por todas las dichas que arrastra consigo, definitivamente vale la pena.

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William se sentía completamente ridículo.

No podía ni siquiera abrir los ojos por la lluvia y por un lado se sentía agradecido, porque estaba seguro de que no sería capaz de soportar las miradas de personas juzgándolos.

Sintió como las manos de Samuel se ajustaban a su cintura y una sensación cálida lo recorrió de pies a cabeza. Cada pensamiento de duda y de vergüenza, desapareció en ese instante. Solo estaban ellos dos.

A aquello ni siquiera se le podía llamar bailar. Se trataba de un torpe balanceo. Movimientos descoordinados y risas que quedaban diluidas en la lluvia.

—El agua está muy helada —susurró sin abrir los ojos. Su cuerpo estaba temblando y sin haberse dado cuenta, se había pegado tanto a Samuel, que podía sentir la respiración ajena a un costado de su propio rostro.

—¿Entonces estás temblando por el frío? —preguntó Samuel en tono burlón—. Rompes todas mis ilusiones, ¿sabías? Pensé que te estaba poniendo nervioso.

William no dijo nada, pero se encogió un poco más al sentir como los brazos de Samuel lo habían rodeado por completo, abandonando su cintura para acomodarse sobre su espalda. La sensación era tan cálida y agradable, que no había podido evitar sonreír.

Samuel se alejó solo un poco para poder observarlo. William estaba hecho bolita sobre su pecho. Temblando como una hoja y con los ojos cerrados. Se sentía tan pequeño e indefenso, que un instinto posesivo y protector apareció de quién sabe dónde. Sacudió la cabeza, porque no debería sentir lo que estaba sintiendo y era extraño y confuso y no sabía si le agradaba del todo. Pero William abrió los ojos, e incluso si estaban algo empañados por la lluvia, Samuel fue capaz de ver algo que nunca había visto antes y no sabía lo que era, pero se deshizo en instantes de todas sus preocupaciones.

—Me mentiste —La voz tímida de Will se escuchó a través del ruido que provocaban las gotas de lluvia chocando contra los pequeños charcos en la calle.

—¿Qué cosa? —Samuel se separó un poco más, solo lo necesario para poder admirar aquella carita de mejillas rojas y labios temblando... Era adorable. Ser capaz de reconocerlo, le daba una nueva dimensión a las cosas. Una que no conocía.

—Dijiste que sabías bailar —reclamó.

Samuel soltó una carcajada.

—Pues me has descubierto. La verdad es que soy un asco bailando. Pero... ¿sabes para qué sí soy muy bueno? —William negó con la cabeza y Samuel entrelazó los dedos de sus manos en la espalda del otro muchacho.

Quizá lo que William estaba imaginando no era precisamente lo que pasaba por la mente de Samuel... o tal vez sí. En todo caso, nunca lo sabría. Cuando el muchacho estaba a unos cuantos centímetros de su cara, un coche pasó tan cerca de ellos, que los hizo separarse, saltando un poco en su lugar. Terminaron salpicados con el agua de un charco.

—¡Hijo de puta! —Samuel gritó. Pasó la mano por su rostro y después por su cabello. No sabía cuánto tiempo habían estado bajo la lluvia, pero como era lógico, estaban mojados de pies a cabeza. El sol se había metido y el cielo completamente gris, amenazaba con desatar una fuerte tormenta. Hacía mucho frío.

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