EPÍLOGO

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Desde aquella mágica boda en la que William y Samuel habían unido sus vidas, habían pasado ya cuatro años. Cuatro años en los que el amor había estado presente en cada aspecto de sus vidas.

No todo había sido color de rosa, pero era precisamente ese amor el que había ayudado para que supieran sobrellevar cada uno de sus problemas.

Continuaban con la norma no oficial de jamás irse a la cama molestos el uno con el otro. Por más difícil que hubiese sido el día, siempre intentaban hablar de forma calmada y arreglaban sus diferencias antes de besarse suavemente y acostarse a dormir.

Funcionaban realmente bien juntos.

Mientras que William era un tanto más serio, callado y mal humorado, Samuel era ruidoso, infantil y juguetón. Estar con Will había sanado cada una de sus heridas.

Su vida juntos era inmensamente feliz.

—Por favor, Will. —La voz de Samuel salió como un susurro ahogado, entre pequeños jadeos que ya no podría reprimir por mucho que lo intentara. William dejó escapar una risa socarrona. Amaba escuchar a su esposo suplicando.

Samuel estaba acorralado entre el cuerpo desnudo de William y los fríos azulejos de la ducha. Podía ver como la pared frente a sus ojos, se empañaba con cada una de sus respiraciones y jadeos.

—Sabes que no puedo apresurar esto. No quiero lastimarte.

—No vas a lastimarme. Hazlo ya.

—¿Alguien aquí está ansioso?

—Si sigues con tus tonterías yo... ¡dios!

William empezó a moverse lentamente. Un vaivén lento y profundo que tenía a Samuel aferrándose como podía a la pared de baldosas. Ligeros gemidos escapaban de sus labios.

Pocas veces lo hacían de esa manera, pero Samuel tenía que admitir, que él realmente disfrutaba cuando William tomaba el control en los momentos de intimidad.

Y se dejó llevar. Se dejó arrastrar por el amor que sentía. Por la confianza ciega que tenía en su esposo. William era la única persona que lo hacía sentir completamente a salvo. Él único que lo hacía sentir seguridad en medio de esos brazos que sabía bien, no lo soltarían jamás. Solo con William se daba el lujo de sentirse pequeño y vulnerable. Solo con Will se sentía protegido.

✿✿✿✿✿✿

Una mañana más había llegado y con ella, la responsabilidad del trabajo. Al menos podían decir que era un trabajo que realmente amaban y en el que además podían verse.

Se habían quedado a vivir en Londres y ambos eran profesores en uno de los mejores conservatorios de música para educación básica, media y superior. Poder enseñar a niños y adolescentes, era realmente fascinante para William.

Samuel por su parte, enseñaba en el área universitaria. William por supuesto, no estaba del todo feliz con eso. Las cosas parecían no haber cambiado y Samuel, un joven profesor de treinta y dos años, seguía levantando montones de suspiros entre las estudiantes de cada una de sus clases.

Para William, Samuel era mucho más guapo y sexy ahora. Más de cuatro años más sexy. Tenía que estar aguantando a diario las revolturas de estómago por los celos infantiles que sentía. Sabía que no tenía de qué preocuparse. Sin embargo, observar el descaro de algunas de las jóvenes estudiantes, lo hacía derramar su bilis por los celos.

—¿Vas a seguir enojado por esa tontería? —Samuel tenía un buen rato intentando contentar a su esposo. El asunto estaba resultando difícil por decir poco. Prácticamente le estaba sacando las palabras a la fuerza. William no había quitado aquella mueca de disgusto de su rostro—. Por favor, amor. No es para tanto.

ROMPECABEZASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora