CAPÍTULO XI: LA MITAD DE UN CIELO AZUL

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Si William hubiese imaginado lo doloroso que iba a ser enamorarse, probablemente hubiese huido mucho antes. Lamentablemente para él, el amor no era algo de lo que pudiese huir. Él no había decidido a quien amar. Él no había elegido a Samuel. Samuel solo había aparecido y se había metido bajo su piel como si siempre hubiese pertenecido a ese lugar.

Y todo había terminado tan rápido.

Ya no eres suficiente para mí...

Esas palabras se repetían una y otra vez en la mente de William, causando tanto dolor, que deseaba poder borrar todo aquello que lo había llevado al momento en el que se encontraba.

¿Realmente no había sido suficiente? La pregunta no dejaba de atormentarlo, porque mientras había estado con Samuel, se había sentido más querido, cuidado y apreciado, de lo que se había sentido con cualquier otra persona. ¿Por qué Samuel había dicho una cosa como esa? ¿Era posible que hubiese fingido tanto amor?

No estaba seguro de poder averiguarlo algún día. De lo único que sí tenía certeza, era que nada le había dolido tanto. No de esa forma que parecía haber puesto un peso sobre su espalda. Un peso del que no iba a ser sencillo deshacerse.

Samuel se había ido. Y él no había tenido la oportunidad de decir nada. Si tenía que ser sincero, no era mucho lo que tenía para decir. No porque no hubiese una explicación a sus acciones, sino porque viendo la realidad, hablar no parecía tener caso alguno.

Que los padres de Lidia fueran vecinos de su abuela, solo había servido para que la chica se apareciera frente a él, con una enorme sonrisa, halagos, sentimientos que él ya había olvidado y un montón de recuerdos.

Al parecer ella no había olvidado y aquel beso había sido tan repentino, que Will se había quedado congelado, sin la voluntad para corresponder, pero sin ser capaz de alejarla tampoco. No imaginó todo lo que ese error le iba a acarrear.

William nunca se había considerado una persona rencorosa, pero la rabia que sentía en ese momento, incluso llegaba a asustarlo. Sentía que algo en su pecho se estaba cayendo a pedazos y estaba seguro de saber, que nada debía haber terminado de esa manera.

—¿Quién se cree que es? —susurró para sí mismo—. ¿Quién mierda se cree que es?

—¿Estás bien? —preguntó aquella voz que jamás le había parecido tan desagradable como en ese momento. Volteó a su derecha y cada detalle en la chica que se encontraba de pie frente a él, le causó la más absoluta repulsión. Desde la forma en que se había acomodado el cabello tras la oreja, hasta la expresión de sus ojos. Escudriñando cada detalle en él—. ¿Ese quién era? —cuestionó de nuevo y William sintió que la ira se derramaba a borbotones. Agachó la cabeza y pudo ver a través de las lágrimas en sus ojos, como sus manos estaban echas puño.

—Ese... tiene un maldito nombre —pronunció con los dientes apretados. La muchacha sacudió la cabeza, confundida por el tono hostil en su voz. Dio un paso hacia él, estirando la mano para poder alcanzarlo. William retrocedió.

—¿Estás enojado conmigo? —preguntó.

Will estuvo a punto de dejar escapar una fuerte carcajada.

—¿Y tú estás intentando parecer ingenua?

—¿Perdón? No entiendo a qué te refieres, Will. ¿Él era tu amigo?

Esta vez la carcajada sí salió. Ronca y cargada de amargura.

¿Amigo? Ya ni siquiera era eso.

—No sé si realmente eres tonta, o están intentando burlarte de mí.

—¡Oye!

—¿Acaso lo que viste parecía una pelea entre amigos? —La muchacha dio un par de pasos atrás. Negó ligeramente con la cabeza. Se podía apreciar su nerviosismo en la forma de jugar con los bordes de su blusa.

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