CAPÍTULO I: LA LLEGADA AL CONSERVATORIO

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Los cálidos rayos de sol entraban por la ventana de su habitación. Afuera, el cielo estaba hermosamente azul y despejado. Aquella mañana, el frío ni siquiera se hacía sentir, no molestaba en absoluto. De hecho, si le daba la gana, Will podría darse el lujo de transitar por la vida sin chaqueta y con los pies descalzos, porque el día estaba hermoso, colorido, majestuoso, brillante...

O quizá no.

Definitivamente no.

En realidad, ningún caprichoso rayito de sol se dignaba a colarse entre las persianas. El cielo estaba asquerosamente gris y amenazante. ¿Una tormenta? Probablemente sí. ¿El frío? Calando en los huesos y ardiendo en la piel, como todas las mañanas de invierno. Pero, ¿qué podía importar? Ninguna de esas insignificancias podía afectarle a Will. En ese momento, aquel muchacho era un concentrado de burbujeante felicidad y mejillas rojas. Y tratándose de él, eso ya era decir mucho.

Luego de tanta espera, por fin había recibido la carta de aceptación y podía decir con seguridad, que estaba más feliz de lo que había estado en toda su vida.

—¿Estás seguro de esto? —La madre de William entró a su habitación, mientras este, terminaba de empacar su maleta. En el fondo de su corazón de madre preocupada, aún esperaba que su hijo se arrepintiera de aquella decisión. Y no es que estuviese en desacuerdo, ella estaba feliz por cada uno de sus logros, pero el hecho de separarse por tanto tiempo de su querido hijo, la aterraba.

—Estoy a punto de irme, mamá. Está todo listo allá y tú sabes cuánto he batallado por esto, ¿estás intentando hacer que me arrepienta? —Las manos de Will cayeron pesadas a sus costados, suspiró profundo y luego de una leve pausa, abrió de nuevo el cierre de su maleta, para hacer una última revisión, ante la atenta mirada de su madre. La entendía, o al menos trataba de hacerlo. La separación no le estaba resultando nada fácil.

—¡Claro que no! —aclaró de inmediato—. Tienes que ir, yo... yo quiero que vayas. Es solo... Voy a extrañarte mucho. —Will dejó escapar el aire de sus pulmones y una leve sonrisa se pintó en sus labios un poquito agrietados por el frío. Su mamá se acercó a paso lento y cauteloso. Lo envolvió en un apretado y cariñoso abrazo y aunque lo intentó, a Will le resultó imposible quedarse quieto y se removió con ligera incomodidad, mientras era asfixiado por el amor de su madre. Trataba de entender, ¿cómo existían personas con aquella facilidad para demostrar afecto? A él le resultaba una tarea casi imposible. Pero... esta era su mamá ¿cierto? las madres eran así... casi siempre.

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Tenía mucho tiempo esperando aquel momento. Se había esforzado como jamás lo había hecho por otra cosa. Lo cierto era, que nada lo apasionaba tanto ni de esa manera como la música. Para él, las melodías que interpretaba eran su pase directo a ese mundo donde todo era perfecto y nada podía afectarle.

Había sido difícil. Aquella escuela era una de las más prestigiosas, pero William había demostrado que su talento lo hacía merecedor, así que él y su adorado violín...

Viajarían hasta Londres.

La vida que le esperaba allá, era incierta. Había conseguido una beca para estudiar una especialidad en música clásica, pero esa beca le alcanzaría para muy poco. La vida en la ciudad, era costosa y él, tendría que arreglárselas de alguna manera para sobrevivir. Por el momento, ya tenía el pequeño departamento donde vivirían. Y es que, afortunadamente, Catalina iría a Londres también y ambos compartirían ese piso. Cato era la mejor amiga de Will, prácticamente habían crecido juntos, eran como hermanos y él no podía sentirse más aliviado de contar con su compañía.

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