🌺Capítulo 2🌺

198 45 149
                                    

"La realidad íntima del amor solo puede ser reconocida por el amor mismo"

Hans Urs von Balthasar.

Santa María Huatulco, Oaxaca, México.

Nada más arribar en el aeropuerto Huatulco, Charlotte arrastró las ruedas de su maleta de mano dirigiendo sus pasos a la zona de desembarque, para extraer su maleta de viaje.

Una vez la tuvo entre sus manos, a pasos resueltos enfundados en sus delicados stilettos de brillante negro, prosiguió en dirección a la salida del edificio.

Ancló la mirada agudizada entre el gentío que se desparramaba a escasos metros, mientras traspasaba el portal de vidrio. Un elegante cartel con letras cursivas llamó su atención, no obstante, la inolvidable voz de su madre la alcanzó casi en el acto.

— ¡Charlotte! ¡Pero mírate nada más, mija! Qué guapa estás. —Exclamó Carmen corriendo con prisa en dirección a su encuentro.

La alcanzó a la velocidad de la luz, atrapándola entre sus brazos de manera cariñosa. Charlotte apenas logró convencerse de que realmente estaba entre los brazos de su madre luego de tanto tiempo. Pero allí estaba, cobijada bajo la agradable y reconfortante calidez de los brazos maternos.

Bien sabía que sería en vano el siquiera quejarse con su madre de que hubiese ido a su encuentro pese a haberle notificado que no lo hiciera ya que un chofer iría por ella, después de todo sabía muy bien que Carmen tenía una determinación de roble, la misma que reconocía en sí misma.

—No te atrevas a recriminarme el haber venido por ti, tienes familia mija y no hacía falta un chofer ­—sentenció Carmen confirmando verbalmente que le leía le mente con una facilidad impresionante.

— A quien habré heredado mi determinación tan tenaz. —Sonrió la joven guiñándole un ojo con complicidad—. Lo que me preocupa es Naná, espero no haya quedado sola.

Carmen de inmediato sacudió la mano al aire, restándole gravedad al asunto.

—Naná quedó en las mejores manos y con una compañía muy especial... —le sonrió sin poder ocultar la emoción que fluía a borbotones de su alma—Vamos a casa y ya verás que tengo la razón, mija.

Charlotte sintió cierto grado de nerviosismo al escuchar esas palabras. Sin duda alguna le daba curiosidad saber a quién se refería su madre. Pero la curiosidad se vio eclipsada por un fugaz pensamiento. Buscó con la mirada al hombre de pulcro traje negro con el cartel que había llamado su atención con anterioridad y sonrió al ver que el letrero que sostenía en sus manos con su nombre lucía elegante y hasta refinado, realmente a Sofía no se le iba ni un detalle.

Con movimiento suave soltó el brazo de su madre y se acercó al hombre para liquidarle la tarifa por las molestias y despacharlo. Una cosa era segura y era que Carmen no saldría de allí sin ella.

El chofer carraspeó ostensiblemente al recibir la cuantiosa suma de dinero y no pudo evitar sonreír al constatar que lo desembolsado era mucho mayor a lo estipulado en tarifa.

—Muchas gracias, señorita. Mi nombre es Mario y estoy para servirla. —Posó sus ojos en el equipaje que descansaba al costado de ambas—Permítame trasladar sus pertenencias al menos.

Charlotte asintió complacida y observó como el joven trasladaba sus maletas hasta el interior de la limusina y se alistaban para recorrer casi los tres cuartos de hora que los distanciaban de Mazunte.


Charlotte asintió complacida y observó como el joven trasladaba sus maletas hasta el interior de la limusina y se alistaban para recorrer casi los tres cuartos de hora que los distanciaban de Mazunte

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Un Precio Que Pagar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora