━ 𝐕: Caminos separados

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Aquello le hizo pensar en Ragnar Lothbrok y en el pequeño desencuentro que había protagonizado esa misma mañana tras la partida de Björn y Hvitserk.

Habían llegado a sus oídos rumores, habladurías que tenían como partícipe al antiguo rey de Kattegat. Se decía que en un arranque de desesperación había intentado comprar a la gente de la ciudad para que lo acompañasen en su viaje a Wessex, empleando el oro y las joyas que, inviernos atrás, había guardado a buen recaudo para cuando le llegase la hora de reunirse con Odín.

Como cabía esperar, nadie había aceptado sus sobornos, a excepción de algunos hombres que de poco le iban a servir debido a su avanzada edad y a su deteriorado aspecto físico.

Volvió la vista al frente y negó con la cabeza, sin poder evitar compadecerse de él.

—Al fin te encuentro. —Una vez más, aquella voz potente y atronadora hizo que emergiera de sus pensamientos.

Drasil viró la cabeza hacia su derecha, encontrándose con Ubbe, que la miraba con una amplia sonrisa en los labios. La castaña tuvo que morderse el interior del carrillo para no sonreír ella también, dado que, pese a que la noche anterior se había excedido con la bebida, lo recordaba todo a la perfección: las dos conversaciones que mantuvieron, los coqueteos, las insinuaciones...

—¿Me buscabas? —Drasil alzó las cejas, fingiendo asombro.

—Ajá. Eres muy escurridiza, ¿lo sabías? —manifestó Ubbe a la par que se cruzaba de brazos. A la luz del sol sus ojos parecían muchísimo más azules, lo que solo sirvió para embelesar aún más a la joven, que tuvo que ingeniárselas para que no se notara su atracción por él.

—Gracias —contestó ella, burlona.

El príncipe rio por lo bajo mientras negaba con la cabeza. Por lo visto, a aquella chica le gustaba ponerle las cosas difíciles.

—¿Es cierto lo que dicen? —volvió a hablar Drasil tras un corto silencio. Ubbe la observó con interés, a la espera de que le proporcionase más detalles—. Que tu hermano Ivar va a acompañar a tu padre a Inglaterra —añadió, presa de la curiosidad.

Algo había oído, aunque le costaba creer que Ragnar quisiera llevarse a su hijo tullido, también conocido como El Deshuesado, a una incursión tan arriesgada y, cuando menos, peligrosa.

—Las noticias vuelan en esta ratonera. —Ubbe chasqueó la lengua, confirmando así las sospechas de su interlocutora, que entornó los ojos—. Mi padre ha debido perder la cabeza —prosiguió sin ser capaz de comprender el motivo que lo había llevado a tomar esa decisión tan absurda.

—Yo creo que sabe lo que hace, aunque a primera vista pueda parecer una locura —contradijo Drasil, encogiéndose de hombros.

Aquel último comentario pareció desconcertar al chico, que la miró con el ceño fruncido, como si estuviera conversando con una desequilibrada. Era cierto que su padre jamás hacía nada en vano, pero después de lo ocurrido esa mañana en el mercado dudaba que estuviese en sus cabales.

—Permíteme que lo dude.

Drasil le lanzó una mirada de soslayo. Era consciente de que casi todo el mundo había dejado de amar y respetar a Ragnar, que muchos habían perdido la fe en él, pero ella seguía confiando en su buen juicio.

—¿Y por qué no vas tú con él? —quiso saber, entrelazando las manos sobre su regazo.

—Desde que mi padre se fue, Kattegat se ha convertido en un importante puesto comercial, por lo que otros reyes lo miran con envidia —explicó Ubbe, aún con los brazos cruzados sobre su pecho—. Tanto Sigurd como yo queremos proteger a nuestra madre.

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