9. CUANDO TENGO TU AMOR

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Desde la habitación de la casa de campo, Amaia y Alfred podían oír como sus familias charlaban animadamente sobre el viaje que tenían planeado para el puente de diciembre.

Amaia cerró los ojos y respiró profundamente el aroma de Alfred, tenía la cabeza apoyada en su pecho y quería concentrarse solamente en los latidos de su corazón.

- Amaieta, ¿crees que...?

La chica en cuestión no le dejó acabar la pregunta, ya que le mandó a callar con un sonoro "shhhhh" y un golpe en el abdomen.

- Estoy escuchando tu corazón. – Le dijo suavemente mientras empezaba a llevar el ritmo con la mano.

Alfred sonrió divertido y se dedicó a acariciarle el pelo a Amaia. Poco a poco, notaba como se iba durmiendo, como sus extremidades se hacían más pesadas y como sus ojos parpadeaban más rápidamente de lo normal para evitar cerrarse del todo. Era cierto que teóricamente habían subido a dormir, pero parecía que Amaia no acababa de decidirse, ya que aún no había notado los pequeños espasmos que tenía cuando se estaba quedando dormida. Así que Alfred tampoco quería dormirse, le apetecía aprovechar la sensación de Amaia recostada en su pecho todo el tiempo que pudiera.


Mientras tanto, Amaia se encontraba encandilada por los latidos constantes del corazón del chico. Cuando se dio cuenta que sus pulsaciones bajaban el ritmo, fue consciente de que Alfred estaba a punto de entrar en el mundo de los sueños.

En ese momento Amaia esbozó una sonrisa traviesa y se preguntó si podría conseguir controlar la cadencia de los latidos del corazón de su chico.

Disimuladamente, empezó a acariciarle la barriga por encima de la camiseta, y poco a poco fue bajando hasta llegar al botón de los vaqueros de Alfred.

Notó como Alfred se tensaba levemente, pero al no percibir más movimientos por parte de Amaia volvió a relajarse. Durante esos pequeños instantes de tensión, la chica se había dado cuenta que el corazón de Alfred había cambiado el ritmo. Iban a tener una siesta interesante.

- Cucu... ¿no tienes calor? – Preguntó Amaia inocentemente.

Alfred levantó la cabeza de la almohada para poder mirarla.

- Pues la verdad es que no. – Le dijo extrañado. - ¿Tú sí? Vas en manga corta, Amaix.

- Ya... pero creo que mis padres se han pasado subiendo la calefacción.

Acto seguido, Amaia llevó las manos hasta el borde de su vestido rosa y rápidamente se lo sacó por la cabeza, para luego dedicarse a desenrollar las medias que cubrían sus piernas.

- Deberías quitarte algo, Alfred, solo mirarte me da calor.

Y no llegaba a imaginarse cuanta, pensó Amaia mientras seguía los movimientos delicados con los que Alfred se quitaba la ropa.



La desnudez nunca había sido un problema para ellos, estaban acostumbrados a verse sin nada, pero la primera vez que fueron conscientes del cuerpo del otro como a objeto de deseo fue una calurosa noche de verano hacía un par de años.

Amaia no paraba de dar vueltas por la cama frustrada porque el calor no la dejaba dormir, hacía horas que se había quitado toda la ropa, pero hasta el roce con las sábanas le producía un calor inimaginable. Al final, Alfred encendió la luz, se levantó de la cama y se puso unos pantalones de chándal.

Ya no puedo inventarloWhere stories live. Discover now