6. QUE HAS PASADO SIN TROPEZAR

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Faltaban pocos meses para que Amaia y Alfred se mudasen a Barcelona para ir a la universidad. Alfred había retrasado dos años sus estudios para poder irse al mismo tiempo que su amiga, aunque había aprovechado ese tiempo para acabar trombón en el conservatorio de Pamplona.


Desde hacía aproximadamente medio año, Amaia había empezado a salir con un chico llamado David.

Aún se estaba arreglando cuando oyó que picaban al timbre de su casa.

A pesar de llevar tantos meses saliendo con el chico esa era la primera vez que la iba a buscar hasta la puerta de casa, normalmente siempre quedaban en el sitio donde iban a pasar el tiempo, fuese el cine o un restaurante.


En la planta baja se encontraban Alfred y Ángel viendo un partido de fútbol por la televisión, los dos estaban tan ensimismados que no se dieron cuenta que había llegado David hasta que oyeron a Javiera carraspear a su lado.

El padre de Amaia miró al recién llegado con cara de pocos amigos y continuó atendiendo al partido sin dirigirle ni una palabra, aquel chico no le gustaba para su hija. En cambio, Alfred le sonrió y le indicó que se sentase donde quisiera mientras esperaba a que bajase Amaia.

David se sentó en una silla incómodo, la idea de no ir a buscar nunca a Amaia había sido suya, odiaba a Alfred y odiaba verle tan cómodo en casa de su novia. Pero esa vez había accedido después que Amaia le prometiese que se lo compensaría. El chico estaba seguro que la recompensa de Amaia sería abrirse de piernas de una vez por todas, porque se estaba haciendo derogar y ya le estaba poniendo nervioso, así que valía la pena aguantar al insufrible de Alfred durante unos minutos.


Amaia bajó risueña y después de saludar a David con la mano se sentó en el sofá entre las piernas de Alfred.

- ¿Me abrochas, cucu?

Alfred apartó la mirada del partido y la llevó hasta la espalda de la chica que tenía delante.

- Hacía tiempo que no te ponías este vestido, estás preciosa. – Le dijo mientras le subía la cremallera.

- No me lo pongo porque es un poco incómodo, pero bueno, por un día no pasa nada. – Se giró y le dio un pequeño beso en los labios a Alfred.

Desde que se habían besado por primera vez hacía años en la oscuridad de la habitación de Alfred, ya no habían parado de hacerlo. Les gustaba sentir sus labios chocar, el sabor de sus bocas cuando se juntaban, el calor que les recorría el cuerpo antes de separarse. Pero solo eran besos, pequeños y platónicos. Sus familias ya estaban acostumbradas a verles hacerse arrumacos y darse besos, la sorpresa se la llevarían el día que dejasen de hacerlo.

Sus respectivas parejas sabían lo cercanos que eran y sabían el tipo de caricias y de besos que se daban, pero los dos habían dejado muy claro desde el principio que el trato del uno con el otro no iba a cambiar.

A veces pensaban que era egoísta lo que les estaban haciendo, tanto a David como a Lorena, la novia de Alfred, pero después razonaban que habían ido con la verdad por delante desde los inicios y no creían que estuviesen haciendo nada malo.


Amaia se levantó y extendió su mano hacia David.

- ¿Nos vamos? – Le preguntó sonriente.

- Siento decirte esto pero, no creo que el vestido sea lo más adecuado para la ocasión. He venido en moto. No tengo ningún problema en que te subas con el vestido pero...

Ya no puedo inventarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora