5. ES QUE TOT HO FAS TAN FÀCIL (II)

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Alfred empezó a ver rojo, se levantó de donde estaba sentado y empezó a vociferar.

- ¡Ni se te ocurra poner un pie en las escaleras! Se acabó. – Dirigió su mirada a Mimi. - ¿Te parece algo adecuado enviar a un tío al que Amaia no conoce a molestarla? ¿Te gustaría despertarte y ver que no estás sola en la habitación? ¿Qué hay un desconocido acosándote? No me lo puedo creer Mimi.

Mimi pareció acobardarse ante las palabras de Alfred.

- Vale, ya le digo que haga otra cosa... no hace falta que te pongas así.

- ¡Ni otra cosa ni leches! He dicho que se acabó, este paripé de fiesta de cumpleaños ha acabado. Así que agradecería que recogierais vuestras cosas y os marchaseis.


Sin dar tiempo a que nadie respondiera, Alfred empezó a subir las escaleras de dos en dos para dirigirse a su habitación. Esperaba que Mimi se hubiese dado cuenta de lo enfadado que estaba y sacase a toda esa gente de su casa.

Abrió la puerta de su cuarto lentamente, intentando no hacer ruido por si Amaia dormía. Se acercó hasta la cama y vio que la chica estaba con los auriculares puestos y los ojos cerrados. Con cuidado le empezó a quitar el móvil de las manos para dejarlo en la mesilla de noche, pero al notar el tacto de la mano de Alfred, Amaia abrió los ojos y le sonrió dulcemente.

- ¿Ya se ha acabado la fiesta? – Preguntó mientras desconectaba la música y quitaba las cosas de en medio.

Alfred se tumbó a su lado mirando el techo.

- Por suerte... les he mandado a todos para casa. – Suspiró y llevó su mano hasta el bajo vientre de Amaia. - ¿Te encuentras mejor?

- Ya no me duele tanto, me ha ido bien la infusión que me has preparado antes... y las pastillas claro. – Rió Amaia mientras se acurrucaba al chico que estaba a su lado.


Amaia no había bajado a la fiesta de Alfred porque llevaba todo el día encontrándose mal por culpa de la regla. Mientras escuchaba los latidos del corazón de Alfred no pudo evitar recordar la primera vez que la vino a visitar la dama de rojo.

Llevaba toda la noche revolviéndose en la cama, no encontraba una postura que le permitiera quedarse dormida, además, el dolor de barriga que le había empezado por la tarde no hacía más que intensificarse con el paso de las horas.

Cuando no pudo aguantar más zarandeó el hombro de Alfred para despertarle.

- ¿Qué pasa Amaieta? – Le preguntó medio dormido.

- Me duele muchísimo la tripa.

Las palabras le salían entrecortadas, ya que tenía que parar de hablar cuando la barriga le daba una punzada fuerte.

Alfred se incorporó inmediatamente, alerta. Abrió la luz de la mesilla de noche y observó a la chica, quien estaba sudorosa y encogida por el dolor. Llevó una mano a su frente y le retiró el pelo de la cara.

- ¿Quieres que avise a Javi? A lo mejor tendríamos que ir a urgencias y yo no puedo llevarte.

A Alfred nunca le había jodido tanto no tener 18 años y carnet de coche.

- No. ¿Me traes una pastilla de la cocina?

Sin esperar un minuto más, Alfred se levantó rápidamente y corrió hasta la cocina. Cuando volvió, Amaia estaba sentada, con las rodillas en el pecho, los ojos cerrados y respirando rápidamente. Se acercó hasta ella y le ofreció un vaso de agua para tomarse la pastilla.

Ya no puedo inventarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora