1898 - Capítulo 3

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El almirante Pedro Cobo Tobías estaba sentado, enfrente de la mesa de su camarote, mientras revisaba, concentrado y en absoluto silencio, los informes enviados por el resto de la flota española que aguardaban ordenes en el puerto de Santiago. Los rasgos de su cara no transmitían expresión alguna, pero por dentro, la fatalidad y el temor, lo corroían y lo paralizaban.

<<Clank-clank-clank>>

Alguien golpeó la puerta del camarote.

—Adelante —dijo el almirante Cobo. Tras abrirse la puerta hacia adentro, un marinero cruzó al interior del camarote, hizo un saludo militar y esperó a que el almirante se fijara en él—. ¿Qué sucede marinero?

—Señor, el enviado de la corona, Juan Acuña, desea verle de nuevo.

—Malditos burócratas...

—¿Señor, ha dicho algo?

—No, no he dicho nada. Dígale que... le veré en cinco minutos. Llévenlo a la cubierta de mando.

—A sus órdenes, señor —dijo el marinero, antes de salir del camarote y cerrar la puerta. El Almirante Cobo hizo su silla para atrás y se levantó. Abrió su armario personal y cogió del perchero que había detrás de la puerta su chaqueta de almirante y se la puso antes de salir de su camarote. Tras unos pocos minutos de caminata por los pasillos de Infanta María Teresa, llegó a la cubierta de mando. Allí, además del personal oficial que trabajaba habitualmente, se encontró con el brigadier Benavente, el cabo Martínez (escriba y ayudante del brigadier Benavente durante los interrogatorios), el enviado de la corona, Juan Acuña... y a los dos prisioneros que llevaban a bordo más de tres meses y que no sabía que estaban haciendo en la cubierta de mando.

—¿Qué es todo esto? —preguntó el almirante Cobo.

—Señor —tomó la iniciativa el brigadier Benavente—, el enviado de la corona, Juan Acuña, me ha instado a reunirse con usted, para informarle de que está autorizado para llevarse a los presos, Ramón Guetti y el señor Kato.

—¿Que está autorizado? —preguntó el almirante Cobo.

—Así es —se limitó a decir Juan.

—¿Con qué autoridad?

—Con esta autoridad —el enviado de la corona metió una mano dentro de su abrigo, y de uno de los bolsillos interiores sacó una carta, manuscrita a mano y con el sello real marcado en la parte inferior de la carta, que extendió ante la cara del almirante—. Esta carta informa de que yo, Juan Acuña, enviado de la corona, en virtud del poder concedido por el presidente del consejo de ministros, Práxedes Mateo Sagasta y de la reina regente, María Cristina de Austria, tengo la misión de escoltar a estos dos prisioneros de regreso a España. Tome, échele un vistazo.

El almirante Cobo cogió la carta y la leyó en silencio.

—¡Señor! —intervino el brigadier Benavente—. ¡Esto es altamente irregular!

—Estoy de acuerdo con el brigadier Benavente, señor —habló por primera vez el cabo Martínez, el escriba—. Las declaraciones de los prisioneros sobre lo que ocurrió con el USS Maine, no se sostienen por ningún lado. Pienso que nos están ocultando la verdad, incluso pienso que nos mintieron acerca de sus identidades. Apretarles las tuercas para descubrir la verdad, es clave para saber qué fue lo que pasó la noche de la explosión del USS Maine.

—¡Silencio! —gritó el almirante Cobo—. Digamos que me creo todo eso de la orden real. ¿Debo llevarles de vuelta a España?

—Eh... más bien no —dijo Juan—. Deseamos ser llevados de vuelta a Santiago.

1898Donde viven las historias. Descúbrelo ahora