3- Helena

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Las palabras del hombre de la túnica no tienen ningún sentido. ¿Magia? ¿Un portal? Las supersticiones sobre fantasmas son una cosa, muy comunes en lugares abandonados como Bhangarh a los que envuelve alguna historia desgraciada. Pero la magia y los portales... es de locos.

Miro a Arshad, esperando ver en su expresión incredulidad o enfado por este burdo intento de engaño pero su piel ha perdido al menos dos tonos de color. No puede creerlo, ¿verdad? Es todo un truco. Tiene que serlo. Uno muy bueno, tengo que admitir.

–Tal vez nos hemos desorientado con tantos túneles y esto es otra salida.

–No lo creo. No había tantos desvíos y esto no es Bhangarh, de todos modos. Estamos en otra ciudad.

La seguridad con la que responde Arshad me preocupa aún más que sus palabras. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que, aunque no conozca la zona tan bien como él, es evidente que tiene razón. Los colores y la vida que se respiran no tienen nada que ver con las ruinas en las que estábamos hace apenas un rato y el sol está tan alto como a mediodía.

–¿Y si nos han dejado inconscientes en algún momento? Explicaría que sea de día de nuevo y estemos en otro lugar –elucubro, ansiosa por agarrarme a cualquier otra opción que no sea la que el hombre de la túnica ha planteado.

Arshad, sin embargo, pone los ojos en blanco ante mi teoría.

–Creo que nos hubiéramos dado cuenta de algo así, Lennox. Y este hombre ha logrado que entendamos su idioma en apenas unos minutos.

–¿De dónde venís, entonces? ¿Cómo es vuestra ciudad? –interviene uno de los piratas, un chico delgado que se aparta el pelo castaño de los ojos con una cinta azul.

–Collen, creo que es un poco pronto para avasallarles a preguntas.

Otro joven moreno, bastante más alto y musculoso que Collen, nos sonríe con la mano en el hombro de su compañero.

–Y yo creo que es más importante saber a dónde hemos llegado –respondo–. ¿Qué clase de lugar es este?

Parece que Collen va a responderme, pero entonces oímos un alboroto repentino que parece provenir de los túneles.

Nadim abre la trampilla con rapidez, entrando con el sable en la mano para enfrentarse a lo que quiera que esté ocurriendo y el que parece que da las órdenes le sigue de cerca. Arshad y yo no tardamos en meternos en la trampilla tras ellos, con los demás pisándonos los talones.

En los túneles, desiertos hace apenas unos minutos, se escuchan los ruidos inconfundibles de una pelea. Lo que más me sorprende, por encima de los gritos en hindi, es escuchar la voz de mi padre.

Tanto mi madre como él aparecen, a la carrera y sofocados, y se detienen al vernos. A ninguno de nosotros nos da tiempo a asimilar la situación antes de que los que sí reconozco como los hombres de McAllary nos alcancen.

Es una suerte que no sepan distinguir entre los dos grupos, porque al arremeter contra los piratas nos dan un margen para defendernos. A pesar de que nos superen en número, la pistola de mi madre y la que aún conserva Kay les dan ventaja suficiente. En seguida se libran de los indios mientras Arshad y yo, aún maniatados, nos esforzamos por esquivarles.

–Suelten a estas personas inmediatamente –exige mi madre, aún con el arma en alto, cuando nos quedamos a solas con nuestros secuestradores.

Kay también la apunta a ella, pero su expresión está lejos de ser amenazante. Imagino que es por eso por lo que Nadim le arrebata el arma.

–¿Para que nos matéis después? –replica, sin dejar de tenerla a tiro.

–No vamos a hacer eso –interviene mi padre, elevando las manos en gesto conciliador –. Nos iremos en cuanto les liberéis.

–Lo único que queremos es salir de aquí –me atrevo a decir, tratando de apoyarle –. Aunque no sepamos muy bien cómo.

Hay unos momentos de confusión en los que los piratas intercambian miradas y algún cuchicheo, tratando de decidir si pueden fiarse de nosotros. Finalmente, es el hombre rubio que parece ser el capitán el que se dirige a nosotros con gesto impaciente.

–Si lo que dice Owen es verdad y habéis llegado aquí por error... y no ganamos nada reteniéndoos, quizá sea mejor librarnos de vosotros. Andando.

Con esas palabras empiezan a guiarnos bruscamente hacia la trampilla. Una vez debajo, Arshad y yo la miramos con desconfianza. Mi madre, sin embargo, asciende sin pensárselo dos veces. Mi padre la sigue de cerca y se choca contra ella cuando se detiene al abrirla.

–Pero, ¿qué...?

–¿Qué ocurre, Dora?

–Ven a ver esto, Lionel.

Se aparta para que también él pueda llegar a la altura de la calle y su reacción es similar a la que hemos tenido nosotros antes.

–Imagino que sigue siendo Lorelle, ¿no? –pregunta Collen, con curiosidad.

–Claro. Los portales no se activan y desactivan como si tal cosa. Lo que no entiendo es cómo han llegado hasta aquí antes –responde Owen.

–¿De qué están hablando?

–Ya no estamos en Bhangarh, parece. Esta gente dice que esto es... ¿Rydia, verdad? Ah, y estamos en el mar. Es todo un poco complicado –respondo a mi madre–. Y surrealista.

–Saquear tumbas es complicado. Perseguir banshees es surrealista. Pero los portales son...

–¿Magia? –pregunta Owen, completando la frase de mi padre con una sonrisa.

–¡Tonterías! –exclama Arshad a mi lado, aunque hace unos minutos no parecía tan seguro.

–¿De verdad? –el hechicero se acerca a él y le examina la herida.

Sólo con pasar con suavidad la mano por encima del corte que le ha provocado el cuchillo de Nadim, la piel se junta de nuevo y únicamente queda una marca rosada que desaparece por sí sola en unos segundos.

–¿Cómo ha hecho eso? –pregunta mi madre, entre asustada e intrigada.

Arshad intenta frotarse el brazo con las manos aún atadas, sin dejar de mirar la piel intacta.

–Sé que puedo pecar de ingenuo, querida, pero empiezo a pensar que es posible que esta gente diga la verdad –murmura mi padre.

–Primero que suelten a nuestra hija, Lionel. Después decidiremos si los creemos o no. Y al Thakur, por supuesto –añade, con un ademán en dirección a Arshad y sin soltar su pistola.

–Quizá podríamos intentar hacer las cosas por las buenas alguna vez, como dice Kay –propone Collen, que cada vez me cae mejor.

–¿Y tenerlos por aquí? Si no pueden volver a casa, no vamos a dejarles en nuestro refugio mientras buscamos el lago –bufa el capitán.

–Pero Jared, tal vez... –interviene Kay, pensativo– tal vez puedan venir con nosotros. Quizá puedan pedir volver a casa, ¿no?

–¿Cargar con más gente? –El capitán, Jared, nos evalúa otra vez, escéptico.

–Pueden ser de ayuda –insiste Kay.

–Es cierto. No se han defendido mal. Si nos encontramos con más barcos de Geraint...

Aunque no sé quién es Geraint, su nombre basta para que todos se callen y sé que eso no es buena señal. Mi padre, sin embargo, decide aprovechar la oportunidad.

–Sí que podemos defendernos. Y ayudaros. Si nos lleváis de vuelta a casa, claro.

–Eso, amigo, es algo que tendréis que hacer vosotros solos –responde Owen, con un tono muy poco tranquilizador.

Lo único que sé es que de momento, a un gesto suyo, mis muñecas vuelven a estar libres.

La Ciudad de los LadronesWhere stories live. Discover now