1- Helena

89 3 0
                                    


La escalera termina allí abajo, pero el techo no permite saber si hay alguien unos metros más adelante o seguimos estando solos. No se oye nada más que el rumor de nuestras respiraciones, y estoy a punto de preguntarle si no sería efectivamente más sensato regresar con Narendra y nuestros refuerzos cuando algo metálico, tan frío como una esquirla de hielo, se desliza por mi hombro hasta mi cuello.

Quiero girarme para zafarme del arma, pero unos brazos me rodean con fuerza, inmovilizándome y apartándome de Arshad, que acaricia uno de sus kukris sin sacarlo aún del cinturón.

El hombre que me sujeta nos espeta algo en un idioma que no reconozco. Desde luego no es inglés ni hindi, y Arshad parece tan confuso como yo.

Se recupera rápido de la sorpresa y se esfuerza en obligar a aquel desconocido a soltarme, sacando sus dos kukris y moviéndolos con agilidad, aunque demasiado cerca de mi cara para mi gusto. Al menos logra su objetivo, ya que en cuanto noto aflojar el agarre de sus brazos sobre mí me retuerzo para escabullirme.

El hombre que retenía es de piel morena como la de Arshad, con el pelo oscuro y liso recogido en una coleta y ojos castaños. Debe de ser indio, pero no parece uno de los andrajosos secuaces de McAllary, ya que su camisa blanca está casi nueva y el sable que aún empuña amenazadoramente aún brilla.

Arshad y él se evalúan durante unos segundos, pero está claro que el Thakur tiene desventaja. El tipo de armas hace que deba acercarse mucho más a su contrincante para herirle, por muy hábil que sea con los kukris. A pesar de ello, o quizá precisamente por eso, es el primero en atacar. Consigue que el otro retroceda, pero incluso acorralado sigue bloqueando los kukris con el sable, hasta que hace un giro con la muñeca que hace volar por los aires uno de los cuchillos de Arshad y recupera terreno, hiriéndole el brazo.

Sintiendo el corazón en la garganta al ver cómo la sangre empieza a manchar su ropa, saco la pistola que aún escondo en el sari y trato de apuntar, pero la batalla sigue y corro demasiado riesgo de herir a Arshad si disparo.

–¡Nadim!

Gritando lo que imagino que es el nombre de su compañero, un muchacho que aparece de repente de los túneles hacia los que nos dirigíamos sujeta mi brazo desde atrás con fuerza, quitándome el arma antes de que pueda reaccionar.

–¡Kay! –responde Nadim con el ceño fruncido, seguido de una advertencia de nuevo en ese extraño idioma.

Arshad aprovecha la distracción para recuperar el kukri que había perdido y ganar de nuevo terreno a Nadim, mientras me enfrento a Kay tratando de recuperar la pistola. Aunque intento bloquearle los brazos, logra zafarse y me apunta directamente a la sien.

Por gestos, le indica a Arshad que suelte los kukris y él, a regañadientes, los deja caer y Nadim los recoge con una sonrisa triunfal y empieza a empujarle por uno de los pasadizos mientras Kay hace lo mismo conmigo.

Arshad les espeta algo en hindi y, al no obtener respuesta, cambia al inglés.

–¿Quiénes sois? Pagaréis por esta afrenta, os lo aseguro. Soy el Thakur de Jaipur y Bhangarh es MI ciudad –masculla Arshad.

Es la primera vez que se ha referido a Bhangarh como suya. Supongo que es la ira lo que le hace reclamar toda la autoridad posible. Sus palabras, sin embargo, no surten ningún efecto en quienes quiera que sean quienes nos han sorprendido en los túneles. Se miran entre ellos y comentan algo sin que comprendamos ni sola una palabra, mientras siguen avanzando y tirando de nosotros.

–Creo que no te entienden, Arshad. No más que nosotros a ellos.

–Pues hay cosas que han dejado muy claras –responde él irritado, llevándose una mano al brazo herido.

Ignorando nuestras protestas, siguen guiándonos por corredores cada vez más amplios hasta que una luz se empieza a dibujar al fondo. Al llegar al final, salimos al exterior y la luz de la mañana nos ciega durante un momento. Me resulta extraño, porque apenas había anochecido cuando hemos entrado en el templo. ¿Tanto tiempo hemos estado en el interior?

Por la mirada que me dirige, sé que Arshad se encuentra tan desorientado como yo, pero continúa caminando por el terreno arenoso a mi lado. Parece que nos encontremos en alguna especie de cala, pero eso es imposible. ¿Qué playa podría ser esta, a menos de media hora andando de Bhangarh?

Sin embargo, está delante de nosotros. Cuando giramos, las olas rompen contra la arena y un barco se encuentra fondeado a cierta distancia, resguardado por los acantilados que separan la pequeña cala del mar abierto. Arshad se para en seco y yo siento que me empiezo a marear. ¿Qué está ocurriendo?

Nadim nos insiste para que continuemos y Kay tira de mí con una mirada que parece casi de disculpa. Es un poco más joven que su compañero, quizá de mi edad, de pelo y ojos claros y gesto amable. Imagino que será más comprensivo que Nadim, así que pruebo con el francés en un último intento de comunicarme con él, pero sólo se encoge de hombros y mira al suelo mientras me guía.

Nos dirigimos a unas figuras que esperan en la playa y ya de cerca veo que todos van armados y con ropas cómodas de viaje, excepto uno que lleva una especie de túnica. Están cuidando un fuego y la barca que les llevará de nuevo al barco. Entonces entiendo algo de pronto: estos hombres son piratas.

Esa verdad cae como una losa y la entereza que he mantenido durante el camino amenaza con desvanecerse. No sólo porque nos superan claramente en número y estamos desarmados, sino porque negociar con piratas parece bastante más complejo que con McAllary. De pronto soy consciente de que hace calor, huele a humedad y el sari empieza a agobiarme.

–Helena, ¿estás bien? –me pregunta Arshad, cambiando la expresión grave y algo irritada que ha tenido los últimos minutos por una en la que me parece adivinar preocupación.

–¿Qué te parece? –le espeto sin pensar.

Me arrepiento en seguida de haberle hablado de ese modo, pero no parece molestarse. Me sujeta con firmeza del codo y me concentro en seguir caminando. Un paso. Otro. Hacia esos hombres que nos miran con expresiones hostiles. Tres pasos. Cuatro. Hacia los piratas con los que ni siquiera podemos entendernos.

El olor a sal y el ruido monótono de las olas me recuerdan a otras playas menos amenazantes aunque igual de calurosas, de vacaciones con mis padres en España. Pruebo a pensar en eso para evadirme, pero sólo me hace recordar que no les hemos encontrado aún. La posibilidad de que los piratas les tengan me anuda aún más el estómago y no creo que pueda aguantar mucho más sin vomitar.

El grupo nos mira con expectación, excepto uno de ellos. Es alto y rubio, con el pelo largo y recogido en una coleta y cara de poca paciencia. Da cuerda a Nadim para que nos ate y se entabla en una discusión con él en la que acaban participando todos.

–Me encantaría entender qué demonios están diciendo –susurro. No porque no me escuchen, sé que no me entenderían, sino porque no quiero llamar su atención.

–No lo creo, teniendo en cuenta que están decidiendo que hacer con nosotros –me responde Arshad en el mismo tono, con una calma que me sorprende.

–¿Cómo es que estás tan tranquilo?

–¿Y tú? Ni siquiera les has insultado todavía.

–No tiene gracia si no me entienden –replico, aun sabiendo que sólo intenta desviar la atención de la situación en la que nos encontramos–. Pero he preguntado primero.

–Tengo curiosidad. Quiero llegar al fondo de esto, ¿es esta la maldición de Bhangarh? ¿Son estos los fantasmas?

–Eso mismo me pregunto yo. Y si nos llevarán hasta mis padres –confieso por fin.

–Pero una playa, de día... No entiendo nada.

–Lo sé –suspiro, mirando una vez más a mi alrededor como si me hubiera golpeado en la cabeza al bajar por las escaleras y estuviera soñando–. Yo tampoco.

La Ciudad de los LadronesWhere stories live. Discover now