20. Entonces lo entendió

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—¿Y por qué no juegas?

El nombre de su padre real cruzó la cabeza de Dave; luego las caras de los asesinos de su hermana. Bajó la vista y se rascó los nudillos. Tal vez por los recuerdos.

Un aplauso seco cortó el silencio y los dos se volvieron hacia la puerta.

—¿Qué ha sido eso?

Dave separó los labios para contestarle y la voz de Egea le ahorró las explicaciones. A través de las paredes no se comprendían las palabras, pero la mente de Jill ató cabos tan rápido que incluso ella misma se asustó:

—Dave, ¿qué pasa?

Dave la miró. Ya nada le sorprendía.

—Nada —aseguró—. Nada, princesa, te lo juro.

Acarició la mejilla de Jill con el dorso de la mano por inercia. Sus ojos grises parecían cristales.

—Pasa todos los días, es normal —insistió él, que escuchaba el bombeo histérico del corazón de Jill—. Es una tontería.

—¿Se pelean así todos los días?

Dave vio una lágrima rodar desde el ojo izquierdo de Jill hasta su barbilla y se le cayó el alma a los pies.

Se oyó un rosario de insultos, una silla arrastrarse, un grito y un portazo. La puerta principal o del dormitorio. Luego llanto desolador.

Dave se encogió de hombros.

—Las parejas se pelean, ¿no? —trató de convencerse.

Jill frunció el ceño, respirando agitada.

—No así, no todos los días —protestó, y Dave necesitó apartar la vista hacia la puerta para no mirarle la boca.

Se preguntó cómo reaccionaría si la besaba. Seguramente ella no querría juntar sus labios con los de un monstruo.

—Así es él —dijo al fin, y ella ladeó la cabeza.

—¿Es tu padre?

Dave se volvió a ella, horrorizado.

—¡Claro que no! Mis padres están divorciados, ese es el marido de mi madre.

—¿Y por qué le habla así? —gritó ella, exasperada—. ¡Llama a la policía! ¿No te da miedo que le pegue?

—¿Miedo, dices? ¡Ese animal vive aquí desde febrero y solo sabe hacer una cosa con las manos! ¿No me has visto?

Enojado, se quitó la chaqueta y la sudadera, y se recogió la camiseta sobre el pecho para mostrarle su estómago plano. El de ella se plegó.

La muchacha observó con nubes en los ojos el cardenal negro de cuatro dedos de ancho que abarcaba la cadera de Dave, las decenas de cortes rojizos desde el codo hasta su pecho; y cuando él le dio la espalda, el labio inferior de Jill empezó a temblar.

Unas doce marcas se repartían a lo ancho de su espalda, marrones y violáceas, y un apósito cubría una herida como la de su frente.

—La poli no hará nada —sentenció él, bajándose la camiseta—. En cuanto sea mayor de edad, me largaré de la casa.

Jill se había paralizado. No sabía qué decir, así que clavó la vista en sus puños sudorosos, apretados contra los muslos, y deshizo el nudo en su garganta con un sollozo.

Dave pestañeó para ahuyentar las lágrimas. Detestaba sonar brusco, pero también callar los demonios solo. Escuchó a Jill hipar y sorberse la nariz, y supo que, si la miraba, se rompería él también.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant