Capítulo 16. Por ti y para ti

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Maratón 2/3

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Mientras Orange esperaba digerir el beicon para seguir con su segundo desayuno, Tony se sentaba sobre la camilla esperando pacientemente a que Banner terminara de preparar sus herramientas. Con aire ausente observaba el lugar, esta vez no lo revisaría en la bahía médica, sino en el laboratorio ¿La razón? Ni la sabía ni le interesaba.

Banner mientras tanto, se demoraba adrede para observar el comportamiento del castaño. Luego de ver un poco su relación con Orange y aceptar que este era más inteligente que un zorro normal, decidió que, a parte de su comportamiento esquivo a toda persona y mutis voluntario, el genio no tenía un problema tan grande como pensó al entrar la noche anterior a la habitación. Era evidente que no confiaba en nadie y que se había vuelto muy dependiente del zorrito, debía actuar con cuidado para poder ganarse al menos una pequeña confianza del genio, de esa forma sería más fácil poder ayudarlo. Y ya sabía cómo acercarse a éste.

Una vez hubo puesto las herramientas en el carrito al lado de la camilla, tomó los electrodos y los colocó en el pecho del genio, mirando con el ceño fruncido la cicatriz horizontal que tenía en medio de sus pectorales. Tenía ganas de que el otro tipo le diera a Steve una paliza más.

En la siguientes horas, hizo en el genio todo tipo de estudios y le tomó sangre para hacer análisis con diversos aparatos que había por ahí. Algo aburrido, Tony se puso a jugar con el zorrito igualmente aburrido. Se hallaban en una gran competencia a ver quién lograba pasar más tiempo sin parpadear, ganó Tony ya que Orange se distrajo con un frasco lleno de un líquido dorado. Mientras lo sostenía para que no hiciera un destrozo en un lugar lleno de sustancias peligrosas, Bruce terminó sus análisis y decidió comentar con el genio su situación.

—Tony —le llamó deteniendo la pequeña pelea que había entre el hombre y el zorro— Debo hablarte sobre tu situación médica, por fav—fue interrumpido por el castaño que levantó su mano para frenarlo.

—Lo sé.

—Ya sé que sabes sobre las consecuencias de la operación que tuviste, yo me enteré luego de ver los estudios de ayer—dijo suavemente intentando no hacerle rememorar malos momentos—Quiero hablarte sobre las heridas que te hiciste después y—la mano se alzó nuevamente.

—Lo sé— repitió con calma y negó con la cabeza cuando vio al doctor intentar hablar de eso nuevamente. No le interesaba escuchar lo que ya sabía, él mismo sufrió por esas heridas y las dejó sanar solas.

—De acuerdo—suspiró mientras se frotaba los ojos con frustración—Tony—dijo serio, captando la atención del genio—No me importa lo que haya sucedido, las elecciones que hayas tomado ni lo que decidas hacer ahora o en un futuro. Ahora estoy aquí, por ti y para ti. Si necesitas algo, aquí estaré. Si quieres huir, búscame. Si estás herido, yo te sanaré. —los ojos castaños lo observaban sin expresión alguna, pero eso no lo desanimó, debía decírselo—No quieres hablar, no te obligaré. No me molesta tu presencia ni la de Orange. Si quieres pasear por aquí o realizar algún experimento, ven y utiliza lo que necesites, no hay ningún problema. Son libres de estar en cualquier lugar en este edificio y tomar lo que necesiten, nadie los molestará y puedes contar con Viernes para todo —con eso dicho, liberó al castaño de los cables y aparatos y se dispuso a guardar todo, dejando al genio hacer lo que deseara.

Al verse libre y con permiso de vagar por ahí, salió del laboratorio con rumbo a la habitación donde estuvo el día de ayer, por suerte no se encontró a nadie en el camino. Estaba por entrar en ella cuando Orange escapó de sus brazos y saltó al piso, mirándolo fijamente. Tony conocía esa mirada, y no le gustaba nada. Solía ponerla cuando se quedaban encerrados en la cabaña debido a las largas lluvias que duraban varios días seguidos, sin excepción alguna, terminaban bajo la lluvia y embarrados porque el zorrito decidía que estar allí era aburrido, y no le bastaba con simples juegos de interior. Resignado, entró a cambiarse el piyama y lavarse los dientes, saliendo a los cinco minutos para seguir de lejos al travieso ser que no tardaría en llenarlo de problemas.

No fue mucho lo que tardó en cumplirse su predicción. Quince minutos, solo fueron quince malditos minutos los que tardó el zorrito en hacer explotar la tostadora.

¿Cómo fue que lo hizo? Todo iba bien, lo siguió a la sala común donde el pequeño decidió subir a la barra a curiosear lo que había mientras él miraba si había moros en la costa. Estaba jugando con un cubo rubik en los sillones frente al televisor, armándolo por décima vez cuando sintió el olor a quemado y el chisporroteo que no debería salir del aparato, corrió como alma que lleva el diablo y por los bigotes de Orange logró alejarlo cuando la tostadora hizo *kapuff*.

Se dio la vuelta para ver a la máquina hechando humo y varias piezas salpicadas aquí y allá en la cocina. Tomó a Orange de la piel de su nuca y lo sostuvo frente suyo en el aire, mirándolo con toda la furia que pudo invocar.

Así los encontraron los vengadores cuando llegaron apresurados por el sonido de la explosión, alarmados y preparados contra un ataque. Luego de unas miradas pudieron entender que el causante de todo era el animal en frente del genio, el cual se negaba a verlos y se puso a limpiar el desastre luego de mandar al causante al rincón, donde duró unos minutos antes de escaparse y romper algunos almohadones. Obvia decir que terminó encerrado en la habitación junto con él mientras arreglaba la tostadora y un –aún– castigado Steve limpiaba el desastre de los almohadones

Yo lo sé Donde viven las historias. Descúbrelo ahora