12. ¿Necesitas que te lea un cuento, cariño?

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Veinte, veintiuna, veintidós... ya ni sé cuantas vueltas llevo dadas en la cama. No puedo dormir.

Enciendo la luz y me incorporo violentamente. Bufo y busco el móvil con poco tacto: solo son las dos de la mañana. Agudizo el oído y no consigo escuchar nada al otro lado de la pared.

Desde que llegamos del pub Cris desapareció detrás de la puerta de su habitación, y no sé nada de él desde entonces.

¡Paso! No soy una cría para estar esperando que él dé el primer paso: si algo le pareció mal, ¡qué me lo diga!

Salgo de mi habitación con mucho cuidado de que no me escuche, y me acerco a la puerta de su cuarto. Acerco la oreja pero nada, no se escucha nada.

Abro la puerta tan despacio que ni yo la escucho, motivo por el cual me felicito mentalmente de mis actos, y la cierro con el mismo cuidado.

Está todo en silencio, no sé si estará durmiendo o no, pero yo no me pienso ir de aquí sin hablar con él: ya sea esta noche o mañana por la mañana. Me da lo mismo.

Camino como si lo estuviera haciendo por encima de millones de docenas de huevos, aparto la sábana que lo cubre y me meto dentro de ella. Acerco mi cuerpo al suyo y, sin pensarlo, rodeo su cintura con uno de mis brazos.

—Pero...—farfulla, sobresaltado— ¡Andy! —Pega un salto en la cama, quedándose de rodillas—. ¿Qué diablos haces?

Lo observo con los ojos muy abiertos en la oscuridad. ¡Pero si no hago nada!

—No puedo dormir —respondo, con tono infantil.

Eso hace que suelte un suspiro y, posteriormente, una carcajada.

—¿Necesitas que te lea un cuento, cariño? —me dice con voz melosa.

Chisto y niego, aunque sé de sobra que no me está viendo.

—Quiero dormir contigo, ¿puedo? —pregunto con tono infantil una vez más. Me siento mal y preocupada a partes iguales, estoy segura que estando con él todo eso se pasará y podré dormir toda la noche.

—Yo tampoco puedo dormir, peque —me dice con cansancio, tirándose hacia atrás.

Anda, ¡pues perfecto! Fiesta del pijama al canto.

Alargo la mano y enciendo la luz con brusquedad. Aprecio como se revuelve y se tapa. ¡Anda ya!, ¿todavía sigue con esa tontería? Me cubro los ojos con una mano con gesto cómico.

—¡Por favor, depravado, tápate! —finjo gritar, aunque entre susurros para que no nos escuchen los vecinos—. Soy un alma inocente que no vio un culo en su vida.

Me río yo sola ante mi comentario.

—No seas idiota, no estoy desnudo —alega, pero sin destaparse en ningún momento.

No importa que lluevaWhere stories live. Discover now