1. ¡¿Qué diablos hice yo en otra vida?!

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Quién me iba a decir a mí, hace media hora, que la frase «Andrea, estás despedida» no iba a ser mi peor momento del día

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Quién me iba a decir a mí, hace media hora, que la frase «Andrea, estás despedida» no iba a ser mi peor momento del día.

Presiono los labios con tanta fuerza que siento que en algún momento me terminaré haciendo daño, aunque no lo sentiría.

Siento ganas de gritar, de pegar e incluso de cortarle los huevitos de gilipollas que tiene el muy cabrón. ¿Debería de preocuparme mi instinto psicópata? Niego con la cabeza mientras el maldito mensaje vuelve a mi cabeza una y otra vez.

—Andrea, te juro que no es lo que tú crees —repite por tercera vez, mientras me mira de una forma que juraría no haber visto nunca.

Por un momento hasta quiero creerlo... ¡será cínico!

—Claro que no, supongo que es lo más normal del mundo que recibas mensajes insinuantes de otra mujer —digo, tan rápido que siento que las palabras brotan de mí sin antes pasar por mi cerebro.

Creo que podría jurar que escucho el fuerte estruendo que hace mi corazón al quebrarse en mil pedazos.

Suspiro derrotada, sintiéndome la persona más patética del planeta Tierra, ¿cómo no pude verlo antes? ¿Cómo no pude darme cuenta de que el muy gilipollas de Joaquín me estaba engañando con otra?

—¿Insinuante? Por favor, Andrea, solo es una compañera de trabajo que... —Intenta justificarse, comenzando a mover mucho las manos.

«Bla, bla, bla», es lo único que sabe hacer. Soltar tonterías sin sentido.

—«Me lo pasé muy bien contigo, ¿repetimos?» —coreo, recordando cada una de las palabras de ese maldito mensaje.

Joaquín me observa sin saber bien que decir. Venga ya, no soy una paranoica, ¡me la está pegando con otra!

—Es una amiga con la que...

Me llevo las manos a los oídos a la vez que comienzo a bailar por toda la cocina al cántico de «habla cucurucho que no te escucho».

No quiero oírlo, no quiero. Estoy segura de que mis oídos no soportarían más mentiras y, por otro lado, tampoco aguantarían saber la verdad. Lo último que necesito es conocer los detalles de las relaciones íntimas de mi todavía novio y la zorra de su... ¿querida? ¿O la querida soy yo? ¡Joder!

Me quedo paralizada de un momento a otro, aparto las manos y es en ese instante cuando me doy cuenta de que Joaquín cesó en su intento de contarme las mil y una patrañas de su vida.

—Me voy —expongo finalmente, como si de la verdad universal se tratara.

—Pero... ¿a dónde vas a ir? Andrea, por favor... —Comienza a bajar la voz, como si hasta ese momento no se diera cuenta realmente de nuestra situación.

No es una bronca más, es la definitiva. Si hay algo que no perdono es la mentira, y sea como sea, este imbécil me mintió.

No respondo, ni tampoco me molesto en plantearme recoger mi ropa o las pocas pertenencias que puedo tener en su maldito apartamento. Busco rápidamente con la mirada mi bolso y lo encuentro apoyado sobre la silla de la cocina. Es la primera vez que le veo la parte positiva a mi desorden vital: no soportaría tener que meterme en la habitación para buscarlo.

No importa que lluevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora