1

130 5 1
                                    


22 de septiembre de 1906.

Eran las 10 de la noche cuando de repente escucho, a alguien tocar la puerta imperioso. Tomo la vela de la meseta para acercarme a la mirilla. Me sorprendo.

—¿Antje, qué haces aquí a estas horas? —pregunté extrañada.
—Perdóname Aleid, lo siento tanto —sollozaba Antje mientras mecía algo en sus brazos.

Estaba a punto de preguntarle cuando escuche el llanto de un bebé, miré hacia el bulto en sus brazos, después la miré atónita.

—Yo no quería Aleid.
—Ven, siéntate. Cuéntame lo que sucede.
—He engañado a mi esposo con el hijo del carpintero —musitó con la mirada baja.
—¡Antje! ¿Cómo has podido cometer tal atrocidad? ¿No tienes vergüenza? —exclamé horrorizada por aquella declaración.
—Perdóname Aleid por mi pecado Aleid, caí enamorada de aquel chico tan guapo, mientras al contrario de él, mi esposo no es más que un hombre amargado que ni me mira.
—Eso no es excusa para tu crimen.
—Lo sé, por eso vine a pedirte te lo quedes, y no lo des en adopción.
—¿Estás loca acaso?
—Me lo debes Aleid, yo envió donaciones a tu orfanato todos los meses. Si no fuera por mí, estos niños no tendrían un techo donde refugiarse —espetó molesta.

Mire a Antje y al bebe sostenido en sus brazos. Aspire hondo y acepte con un asentimiento, alargue los brazos para tomar al bebé. Ella sonrió ampliamente y me lo dio con sumo cuidado.

—Gracias Aleid, muchas gracias.
—Aceptaré este bebé con la condición de no verte por aquí, no quiero levantar sospechas, después de todo se parece mucho a ti.
—¿Al menos puedo nombrarlo?
—Sí, puedes.
Antje miró al niño con ternura mientras le acariciaba la cabeza, soltó unas cuantas lagrimas.

—Te llamarás Ruud Rajminov.
—¿Rajminov? –pregunté extrañada.
—Su padre es ruso.

No hice más preguntas. Antje miró una última vez a su hijo y salió por la puerta para no volver como habíamos acordado. El niño rompió en llantos como si supiera que no volvería a ver a su madre de nuevo, yo lo mire con tristeza y comencé a mecerlo mientras cantaba una nana para lograr dormirlo. Después de un rato el niño consiguió conciliar el sueño, lo lleve a la habitación donde había una cuna y lo recosté con delicadeza.

—Eres igual a tu madre, espero no sea una maldición.

2 de julio de 1912.

—¡Señora Aleid! ¡Señora Aleid! —gritaba un niño de cabello negro mientras corría con una flor en la mano.
—¿Qué ocurre Ruud? –pregunté cantarina.
—Esta flor es para usted, la encontré en el jardín y me pareció muy bonita.
—Lo es, aunque siempre al obsequiarme algo haces una pregunta.
—Me gustaría saber. ¿Cómo llegue aquí? —preguntó Ruud con ansias— Porque todos los niños saben cómo llegaron aquí menos yo.

Me quede callada por un momento mientras pensaba si en decirle la verdad, o inventarme algo para saciar su curiosidad.

—Pues una noche muy oscura mientras guardaba los trastes en la cocina escuché a alguien tocar la puerta, así que me acerque, mire por la mirilla, mas no vi a nadie. Abrí la puerta por curiosidad y te encontré en una canasta con una carta donde decía tu nombre.

Ruud me miró con sus ojos color miel durante un momento para después sonreír convencido. Dejo la flor en mis piernas y fue corriendo hacia el piano en el salón, valga por caso le había enviado su madre hace dos años porque le mencione el interés de su hijo por la música. No obstante para hacerlo feliz, convenció a su esposo de enviar un piano al orfanato.

—Señora Aleid tocaré la canción mas difícil que conozca para usted –dijo sonriente.

Ruud flexionó sus dedos antes de comenzar a tocar, ¨Sonata Claro de Luna¨ de Beethoven. Por cierto, le enseñe ayer. Sus dedos comenzaron a moverse como si flotaran sobre las teclas mientras los sonidos demostraban su alegría a la perfección. Cerré mis ojos y me deje llevar por el hermoso sonido. No sé cómo, logre visualizar la imagen de un campo de flores en mi mente.

Ruud terminó de tocar. Vino corriendo hacia mí, mientras daba brinquitos de felicidad.

—¿Qué tal estuvo señora Aleid?
—Fue simplemente maravilloso como siempre, mañana te enseñare una aún mas difícil —Ruud brinco de la alegría, yo sonreí—. Ahora ve a decirle a los mayores que vengan a ayudarme con la cena.

Ruud salió corriendo emocionado, no obstante cuando iba a ir a la cocina escuché el sonido de alguien tocando. Me arregle el vestido y al estar frente a la puerta mire por la mirilla, sin embargo no sabía quién era aquel hombre que se encontraba del otro lado.

—Buenas tardes, soy Nikolay —extendió su mano, luego alzó la mirada.

Con solo ver sus ojos, pude saber quién era aquel hombre parado frente a mí.
—¿Qué quieres? —pregunté hostil.
—Solo quiero verlo... —susurró.
—¿No crees estar algunos años tarde?
—Ahora fue que lo descubrí, por favor déjame verlo. Cuando Antje me lo confesó vine corriendo hasta aquí, solo quiero verlo antes de volver a Rusia mañana —expresó angustiado.
—Solo te lo mostrare por el hecho de tu partida, más solo serán unos minutos —el asintió emocionado—. Espere sentado mientras voy por él.

Fui a buscar a Ruud a la cocina y lo encontré pelando unas papas junto a los demás chicos.

—Ruud, ven un momento conmigo a la sala.

Al llegar a la sala de estar su padre se levanto impaciente de la silla aunque se volvió a sentar. Me acerque con Ruud hacia él. Sus ojos se aguaron. Ruud me miró extrañado y le sonreí calmada.

—Ruud aquel señor vino a visitarte porque le dije que tocabas muy bien el piano.
—Hola Ruud, soy Nikolay. Encantado de conocerte. ¿Tocarías para mí? –preguntó tratando de contener las lagrimas.
—Si señor –respondió Ruud feliz por poder tocar.
—Gracias pequeño.

Ruud nos miró a los dos un momento extrañado ante nuestra actitud, de cualquier manera fue hacia el piano, se sentó y pensó en alguna canción. Me miró a mi en busca de respuestas, en cambio yo le guiñe el ojo. El sonrió y volvió a tocar la misma sonata de esta tarde más rápido que antes. Su padre abrió los ojos sorprendido.

—Gracias —susurró Nikolay.

Yo asentí complacida. Los dos escuchamos la pieza fascinados hasta que Ruud termino e hizo una pequeña reverencia. El señor Nikolay lo felicitó con un gran abrazo y le mencionó lo orgulloso que estaba. Me miró agradecido y luego se fue para más nunca volver, o eso pienso yo.

Entre Sol y Fa.Where stories live. Discover now