—¡Ahá! Ahora entiendo todo. Por fin te diste cuenta que estás enamorado de ella. Aunque todo esto de los anuarios... ¿Es para preparar una especie de confesión?

—¿Qu- Qué? ¡No sé de qué hablas! Ya sabes cuánto me fastidia Solae. —Su expresión con ceja levantada y brazos cruzados me decía que nada de lo que le dijera la sacaría de su convicción.

—Me dijiste que me ibas a decir la verdad y yo pensé que por fin lo confesarías. Si vas a inventarte algo, no me interesa ayudarte. —Paula otra vez intentaba esquivarme, sabiendo que la necesitaba.

—Deja de hacerte la interesante. Lo que te voy a decir es mucho más extraño y confidencial que algo que solo está en tu imaginación.

—Algún día tendrás que admitirlo, pero te lo dejaré pasar esta vez. —me dijo después de pensarlo un momento. A continuación me pidió que la acompañara a su cuarto.

Ir a su habitación era algo que siempre que era posible, evitaba. Ver toda su ropa tirada sobre una silla, cosas sobre la cama, e incluso tazones abandonados con líquidos de caducidad indefinida, me provocaba tics nerviosos. Sin embargo, ella sabía ubicarse dentro de su desastre. Apenas entró, despejó un par de cosas de debajo de la cama y sacó una caja donde estaban todos los anuarios, incluidos los de cuando yo era pequeño y ella aún no estaba en el colegio.

—¿Esos no son mis anuarios? —pregunté al ver que de algunos tenía dos copias.

—Tú mismo me los diste —me respondió frunciendo el ceño ante mi acusación. —De todas formas, acá están si los necesitas. —me dijo, mientras me pasaba una copia de los más antiguos hasta el más reciente.

Casi sentí ganas de abrazarla, pero por supuesto que no lo hice. Ni con mi hermana ni con nadie solía tener ese tipo de impulsos tan cariñosos.

Me apresuré a abrir el primero a mi alcance, que era el más antiguo y lo hojeé entusiasmado. Paula me miraba intrigada, seguramente preguntándose qué podía interesarme tanto en un impreso tan añejo.

—¡Ajá! ¡Lo sabía! —exclamé triunfante. Paula miraba la página donde salíamos todos los de mi curso cuando pequeños, sin entender nada. Su mirada me exigía explicaciones.

—¿Ves a ese tal Anton Rissey por alguna parte? —le pregunté exaltado, poniéndole el anuario abierto prácticamente en su cara.

—¿Anton qué? —Me quitó el anuario y lo alejó para poder ver bien de qué le estaba hablando. Yo solo quería que se apurara en confirmar que sus ojos veían lo mismo que yo. –Acá no sale ningún Anton. ¿Quién es ese?

—¡Exacto, no es nadie y me acabas de ayudar a confirmarlo! —respondí satisfecho. Anton no salía en la lista de alumnos. Y ciertamente tampoco figuraba en la foto oficial. Para asegurarme, también revisé las fotos de los otros cursos de ese mismo año, pero para mi alivio tampoco aparecía. Uno a uno, fui tomando los otros anuarios, repitiendo la misma búsqueda, mientras Paula me ayudaba con los otros ejemplares haciendo lo mismo, sin entender por completo por qué era tan importante para mí.

Luego de terminar de revisarlos todos, pudimos comprobar que efectivamente el rubio amigo de Solae no figuraba en el registro de ninguno de los anuarios. El famoso Anton Rissey era totalmente una farsa y esta era la prueba.

—¿Viste? ¡No estoy loco! —exclamé nuevamente, con energías renovadas, pero estoy seguro que en ese momento Paula no estaba muy de acuerdo.

—¿Ahora sí me vas a explicar? —me exigió mirándome de brazos cruzados. Me tocaba cumplir con mi parte del trato y contarle quién era Anton. Durante mi relato, Paula me escuchó con atención, extrañadísima. Ciertamente ella, que por tener catorce años estaba dos cursos más abajo que nosotros, tampoco había oído nunca antes acerca de él y según me dijo, ya deseaba conocer en persona al impostor que tenía a todos engañados.


—Hay otra cosa que me preocupa. —añadí, una vez que ya tenía a Paula como mi aliada—. No solo la aparición de Anton es extraña, sino que desde que llegó, Solae ya no me reconoce como su mejor amigo.

Paula soltó un bufido, intentando ahogar su risa. —¿En serio? ¿Solae desconociéndote? —Su impresión era genuina.

—Sí, aunque suene increíble —añadí un poco irritado. Mi hermana conocía tan bien como yo la intensa relación de acoso constante que recibía de Solae cada día.

—Pero ¿Y no deberías estar contento? Después de todo, lo único que haces es quejarte de Solae. Si es verdad que no te gusta, es como si tus deseo por fin se hubiese hecho realidad. ¿O no?

Era lo que yo pensaba. Miré la foto del anuario que yacía abierto sobre la mesa, donde aparecíamos Solae y yo a los trece años. Ella siempre mostrándose alegre, como si nunca nada malo ocurriera en el mundo, mientras que yo posaba con expresión de oler algo que estaba podrido. No podíamos ser más distintos y no era precisamente un secreto que varias veces deseé que Solae dejara de ser tan intensa y me dejara en paz.

Al parecer, ese anhelado día finalmente había llegado.


Para más información sobre como comprar el libro en tu país en físico y/o digital: www

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Para más información sobre como comprar el libro en tu país en físico y/o digital: www.catakaoe.com y mis redes sociales: @CataKaoe

No me conoces, pero soy tu mejor amigo ¡En librerías!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora