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¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué se sentía tan bien haciéndolo? Sebastian la sujetaba con la delicadeza con la que se sostenía una frágil pieza de cristal. Era diferente a la vez anterior, él no estaba apurado. Por el contrario, parecía decidido a besarla en cámara lenta. Tenía un sabor extraño en la boca, no podía compararlo con nada que hubiera probado, porque era nuevo. Podía decir que era dulce, aunque había un dejo de amargor casi imperceptible.

Quería hacerlo bien, quería que él tuviera un buen recuerdo del beso que ella podía darle. Aventuró sus labios a mordisquear los de él y le dio la impresión de que si no lo pensaba demasiado, besar era un arte que se le podía dar bien. Sólo tenía que saciarse al ritmo que él proponía. Aún tan cerca, sentía que había demasiado espacio entre ellos. En su imaginación y en las películas, las parejas se abrazaban y se subían unas sobre otras, pero no se sentí preparada como para que las manos de Sebastian le conocieran las depresiones y los volúmenes. Menos aún en medio de la calle. Aún así, el calor de su palma en la cintura se sentía como ambrosía en el paladar.

Él se separó de ella, pero Joy no quería abrir los ojos y enfrentarse a la realidad. No quería verlo a la cara y permitir que la hiciera sentir en falta por haber accedido a un beso al que debía, por todo lo que quería, negarse. El blondo le tomó el rostro con las manos y le besó los párpados, la punta de la nariz y volvió a rozarle los labios. Había pájaros cantando, el zumbido de alguna abeja se oía a la lejanía, había gardenias, y todo aquello se sumaba a las manos volcánicas de Sebastian, que la hacían derretirse lentamente de adentro hacia afuera.

—Joy. —No, no quería que la nombrara. No quería asumir que era quien era, pero no podía permanecer en el limbo toda la vida. Abrió los ojos con pesadez y se sintió abrumada por los reflejos de luz que se filtraban por los celestes de él, tan cerca—. Papá va a proponerle a Mel la mudanza —susurró lenta y pausadamente, mientras le acariciaba el cabello que le enmarcaba el rostro.

La muchacha abrió los ojos de par en par y se alejó de él hasta que el contacto se rompió por completo. ¡Ahora menos que nunca quería vivir bajo el mismo techo que él! Había demasiada intimidad que compartir, demasiadas cosas que no quería saber de él aún. Se sintió sofocada por lo que sentía y se negaba a comprender, y por la resignación en la voz de él. Necesitaba estar sola, alejarse de todo y todos, alejarse del perfume de esas flores que comenzaba a marearla.

—Quiero irme a casa —lo vio suspirar a ojos cerrados y se sintió como una niña molesta—. Nos vemos —añadió, frunciendo el ceño a conciencia, caminando sin mirar sobre el hombro.

Sabía que no la perseguiría, porque Sebastian podía darse cuenta cuando no quería que la siguieran. Quería encerrarse en su habitación y leer un poco, olvidarse el campo minado que parecía ser su interior. Lo escuchó llamarla, pero de todas formas no se detuvo. Antes de que pudiera darse cuenta de por dónde iba, llegó a su casa y entró rauda.

—Joy, ¿eres tú? —preguntó su madre desde la cocina.

—¡Sí! —contestó, yendo a donde ella para hacerse una taza de alguna bebida bien caliente que llevarse a la habitación.

Como leyéndole la mente, su madre le hizo entrega de una taza de chocolate en cuanto cruzó el umbral de la puerta.

—Era para mí, pero tu pareces necesitarlo más —le sonrió, pasándole la bebida—. Cielo, ¿estás bien? —preguntó preocupada, a lo que Joy improvisó una sonrisa y asintió.

—Sí, sólo estoy cansada, gracias por el chocolate, venía a por esto.

—¿Cómo te fue en el examen?

El examen. Ya se había olvidado de él. Y cómo le había ido era un misterio para ella.

—Creo y espero que bien —sonrió, a lo que Mel entrecerró los ojos con una sonrisa.

Pariente LegalWhere stories live. Discover now