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La casa olía a hogar, a guiso de verduras y carne. Mel se había acostado, pues le dolía la cabeza, Dave estaba en el estudio, trabajando fuera de horario, y ella había quedado encargada de la cena. Hacía frío, así que era la comida perfecta para esa noche.

Mientras revolvía la cacerola, se preguntaba qué sucedería esa noche en la mesa. Su madre estaría en cama, así que sólo serían Dave, Bastian y ella. Qué problema, pensó. Joy no era buena en los engaños, en fingir que A, cuando B. La preocupaba que Dave se diera cuenta de todo, por culpa de ella. Y, aunque la ansiedad era inmensa, no podía dejar de sentir mariposas en la panza, cada vez que pensaba en él.

Nunca le había pasado tal cosa, no que recordara, al menos. Sí le habían gustado chicos en la escuela primaria, pero nunca con tanta intensidad.

Mientras cavilaba sobre sus sentimientos por Sebastian y el miedo de ser descubiertos, escuchó la puerta de entrada.

Sólo había un integrante de la familia fuera de la casa. Tomó aire, pues la boca del estómago se le hizo un nudo, y trató de mantener una actitud casual y natural. Por supuesto, falló el comenzar, pues se acomodó la ropa y el cabello desesperadamente.

Sebastian entró en la cocina y la saludó como si nada. Como si no hubiera compartido besos, intimidades y confesiones. Ella asintió, a lo que él sonrió, dándose por entendido. Se sentía una tonta y sabía que estaba sonrojada.

Siguió revolviendo el guiso y un silencio bastante incómodo se hizo presente. Aquello la ponía más nerviosa, así que comenzó a contarle a Bastian lo que había sucedido con Juls, desde el primer día. Si bien era una técnica para no morir de nervios, era agradable contarle ese tipo de cosas.

Él no decía nada, simplemente escuchaba lo que Joy parloteaba. Llegó a oír que se levantaba, a sus espaldas, y caminaba hacia ella.

La castaña seguía hablando de lo mal que había estado Juls y de lo poco que podía enojarse con él; y lo hacía sin mirar ni de soslayo al muchacho que, ahora, se encontraba de pie, con la espalda apoyada contra la mesada a su lado.

Sin previo aviso, la tomó por el buzo que llevaba puesto y tiró de ella, para que lo enfrentara.

—¿Me das un beso? —preguntó, muy tranquilo.

Joy no estaba acostumbrada a todo aquello. El calor le subió por el cuello hasta prenderle fuego la cara. Soltó el aire y se dijo que ya lo había besado tantas veces, que no podía seguir inquietándose cuando él quisiera más.

O cuando ella quisiera más.

Asintió y él volvió a sonreír. Soltó la cuchara de madera, para que ésta se acomodara sola dentro de la cacerola, y se acercó un poco más a quien la hacía tener noches en vela.

Era automático —y eso la sorprendía muchísimo—, en el momento en que tocaba los labios de Bastian, se relajaba cada músculo de su cuerpo y sentía la necesidad de abrazarlo con tanta fuerza, que lograra fundirse con él en un solo cuerpo.

Reptó las pequeñas manos hasta la nuca masculina y ladeó la cabeza, mientras acariciaba las hebras rubias. Sentía el calor de las grandes manos en su cintura, por debajo del buzo y de la remera. Era agradable y el beso dulce y tierno.  

Bastian se alejó un poco y besó una vez sus labios, luego su mejilla y, por último, su cuello, haciéndole cosquillas con la incipiente barba.

—Te prometo —le dijo en un susurro cómplice— que, en algún punto, dejará de ser extraño.

Ella rio, sin separarse de él.

—Es extraño, porque estamos en la cocina y Dave en el estudio. Y mi mamá arriba. Me siento una delincuente —carcajeó por lo bajo.

Pariente LegalWhere stories live. Discover now