Prologo: Un Angel que Nace

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Prologo: Un angel que nace

Tiempo: indefinido.
Lugar: indefinido.

Era un lugar remoto, donde el hombre aun no había puesto nombre a aquellas tierras. Era la tierra de nadie. A lo lejos se podía vislumbrar como se alzaba una columna de humo. El poblado. A unos 15 kilometros a lo lejos.

Solo era lo único visible de aquel lugar que había sido el hogar de aquella mujer que se encontraba ahora solitaria en una pequeña cueva en el fondo de esta tierra de nadie.

Dentro de la cueva se podía vislumbrar un pequeño fuego que muy apenas se mantenía vivo pese al clima atroz de un Diciembre. Sin embargo, no hacia frío adentro de la cueva. No al menos para aquella mujer que se encontraba en la soledad de aquellas paredes, rodeada de dos pequeñas mantas, dando a luz.

La pequeña mujer se encontraba absorta en su tarea. Pujando con fervor. Sus cabellos negros estaban llenos de mugre y sudor. El pequeño rostro oliváceo esbozaba una mueca por el esfuerzo que le llevaba a cabo dicha tarea. La luz del fuego podía deslumbrar en aquel bonito rostro, una enorme cicatriz que cruzaba desde el borde superolateral del ojo hasta llegar a la comisura de los labios. 

Dicha cicatriz se había llevado a cabo con un solo fin: Marcarla. Que todos supieran que era una desterrada. Que nadie se le acercara. Que nadie la amara. Y es que, un par de años después de su nacimiento, el medico brujo de su tribu había visto una visión con respecto a aquella chica.

Humo, sangre y muerte. Unos ojos anaranjados.

Es lo que había dicho con respecto al futuro de esta chica. Pasaron los años y la visión no cesó por lo que prefirieron eliminar el problema antes de que fuera un peligro. La abandonaron en aquella tierra sin nombre ni dueño a su suerte. Creían que en poco tiempo algún animal se desharía de ella o el hambre terminaría por matarla. Pero eso solo hizo que la profecía solo fuera tomando curso.

Una criatura oscura, a lo lejos, se reía al ver aquella oportunidad en sus manos.

Por tres años la Criatura se encargó de aquella mujer. Protegiéndola, alimentándola, fingiendo amarla y por supuesto, vengandola. Claro que el fin de aquella Criatura no era precisamente amar a esta pequeña e insignificante humana pero era un Demonio y podía intentar fingir amor por ella a cambio de lo que él tenía en mente. Ya lo había hecho una vez y había tenido un resultado favorecedor.

Aquella gélida noche en la oscuridad, la mujer dio luz a un pequeño niño. El llanto de aquel bebé fue la alarma para ella de que su tormento había terminado. La mujer suspiró de gusto. Sus labios se alzaron en una pequeña sonrisa llena de amor por aquella Criatura que había nacido de su ser. Aun sin poder hablar intentó calmar a su pequeña criatura. La mujer contemplo con adoración a su pequeño niño. Cabello oscuro como la misma noche, unos pequeños ojos naranjas que brillaron en la noche. Una piel morena que relucía lo tersa que era su pequeña piel de bebé. La pequeña Criatura se acurrucó en ella, buscando su calor. Ella lo cubrió con las mantas que la cubrían a ella.

No podía creer que ella había sido capaz de concebir a tan bello querubín.

Entonces a lo lejos se alzó otra columna de humo. A ella le entró un escalofrío. Ella sabía lo que significaba. Su tribu se estaba muriendo. Su Ángel había ido a vengarla para que jamas la buscaran. Ella sabía de la profecía y sabía que el bebé sería buscado y matado si la tribu se enteraba de la existencia de la pequeña criatura que se hallaba ahora entre sus brazos. Giró su cabeza hacia el fondo de la cueva, dandole la espalda a como todo lo que existió para ella se marchitaba. Arrullo a su niño hasta que ambos se quedaron completamente dormidos cerca del calor del fuego.

El calor de su pequeño niño desapareció de su pecho, levantándola de un salto. Entonces vio a su amado junto a la pequeña criatura. Ojos anaranjados, una piel blanca como la misma nieve en la altura de las montañas. Cabello negro y una poblada barba que lo hacia lucir mucho mas mayor de lo que era el joven demonio. Una singular cana en su cabello que parecía fuera de lugar, tal vez solo colocada ahí por el para dejar ver que era mucho mas grande de lo que su complexión ameritaba. Era fuerte, musculoso, cualquier hombre se acobardaría al entrar en un duelo con este demonio. Era un total adonis.

Sin embargo, siempre hubo algo intimidante en esa mirada que intentaba demostrar un amor que no existía.

"Tiene tu cabello" musitó intentando sonar cariñoso pero solo salió una frase sin emoción. "Y el color de tu piel."

"Tus... ojos, Arioch" dijo la mujer, con su poco conocimiento de las palabras.

"Muy bien. Mis ojos." Asintió sin poner mucha atención a la madre del niño en sus brazos.

"Bonito." Dijo ella después de pensar un tiempo en lo que diría.

"Perfecto." Le corrigió Arioch, volviéndose a ella. "Un digno heredero de mi futuro imperio. Será fuerte e invencible como yo." Dijo, alzando la voz al mismo tiempo que elevaba al niño en sus brazos. "Arakiel. Será Arakiel su nombre. Arakiel, Principe del nuevo Inframundo."

"Arak... Arakiel. Bonito" dijo la mujer mientras alargaba sus brazos hacia su bebé pero Arioch alejó al niño de ella, sacudiéndolo fuertemente. Este despertó en un mar de lagrimas.

"¡Mio!" Gruño ella.

"No querida. No más. El ya no es tuyo." Dijo dedicándole una feroz y gélida mirada.

Ella siseó como una leona. Dispuesta a proteger a su pequeño cachorro. Ella sabia que no podía competir contra Arioch pero no podía quedarse con los brazos cruzados. Gruño hacia Arioch, retándolo. Con las pocas fuerzas que tenia, se abalanzó hacia el usando sus dientes y uñas. Arioch soltó al niño por la sorpresa y el bebé cayó en los brazos de su madre en un llanto estruendoso. Ella quiso huir pero el demonio ya la esperaba en la entrada de la cueva.

La tomó del cuello y al pequeño Arakiel con el otro brazo.

"Realmente no era necesario esto, linda pero no me dejas otra opción." Dijo mientras ella chillaba y trataba de soltarse de el. Apretó con fuerza el débil cuello de ella hasta que se escucho un crujido. Arakiel lloró con todas sus fuerzas.

Su cuerpo se deslizo de entre la fuerte mano de Arioch, la cual fue perdiendo fuerza.

"Fue un placer, querida." Dijo mientras tomaba una de las mantas y cubria a un Arakiel chillando descontroladamente y abria sus alas negras como la misma noche y se alzaba en el aire sin voltear atrás.

The Chosen Ones 0: OblivionWhere stories live. Discover now