14. Escala de grises

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—Dame un abrazo.

Cristina, recostada en la almohada, extendió hacia él los brazos y Dave, en vez de reírse, se preocupó. De pronto, su hermana no parecía tener trece años, sino ocho.

—¿Qué te pasa? —preguntó, caminando hasta ella.

—Tengo miedo.

Dave la envolvió entre los brazos. Al apoyarse Cristina en su estómago, él ahogó un quejido. Le apretaba sin querer la cadera amoratada.

Durante medio minuto en que Dave estuvo transmitiendo calidez al cuerpo frío de Cristina, escucharon el viento sacudir la cortina del dormitorio; luego le palmeó la espalda.

—No te asustes —dijo, y le pasó la mano por el cabello—. Estoy yo aquí.

・❥・

Aquella noche, acostado en su cama, se quedó contemplando el techo, sin conciliar el sueño. Daba vueltas en la cama sin poder respirar, porque comenzaba a resfriarse, y despertó a las nueve de la mañana con un fuerte dolor de cabeza.

Adolorido, bajó a la cocina intentando no lastimarse y agarró la caja de cereales y la leche para desayunar en su cuarto. Se asomó antes a la habitación de su hermana: ella ya había salido, por lo que decidió quedarse allí.

No quería ver a su padrastro. Que Egea lo hubiese golpeado en su propio dormitorio lo desprotegía tanto que prefería estar en el de su hermana. Vio antes de entrar la pegatina que él le había pegado en la puerta con su nombre; después se tumbó con cuidado en la cama, apoyó la cabeza sobre la almohada y se sumergió en su olor.

Y la extrañó muchísimo.

Volvía a adormecerse cuando escuchó el dormitorio de sus padres abrirse y pesados pasos subir la escalera hacia el baño. Dave incorporó su cuerpo magullado y salió. Por la ventana del comedor notó que estaba nublado.

—Va a llover.

Su madre estaba en la cocina.

—¿Quieres comer algo? —Al verlo con la sudadera puesta, la mujer se extrañó—. ¿Tienes frío?

Tenía miedo. Por un segundo quiso decirle que le habían azotado y le ardían los correazos, pero no logró separar los labios. Egea bajaba del piso superior. Dave se retiró de nuevo a la habitación de su hermana y desayunó solo.

Egea no trabajaba aquel día. Por suerte, se iría al gimnasio a las diez, cuando Dave subió la escalera y echó el pestillo de su cuarto. Se acostó bocabajo para observar las nubes grises tornarse negras a medida que cruzaban el cielo. No había llovido en días y probablemente lo haría aquella tarde.

A la una menos cinco se despertó de golpe, ignorando cuándo se había dormido, con el estómago compungido. Olía a pollo y se escuchaba agua correr y platos chocar con la mesa.

Dave no quería comer sin su hermana, pero su madre lo hizo bajar. Mientras cortaba el filete, Lorena le preguntó dónde estaba Cristina y él se encogió de hombros.

Con el transcurso de las horas, comenzó a extrañarse de que sus amigos no le hubiesen llamado. Aburrido de mirar las nubes negras, se colocó la capucha sobre el cálido gorro de invierno y bajó al salón a decirle a su madre que saldría a buscar a Cristina.

—Le estoy llamando y no contesta. ¿Se puede saber dónde anda? —Se acercó Lorena, más enojada que preocupada, y Dave la miró sin saber qué decir.

Pálido cual fantasma, pasó la mirada de su madre a Egea, que ni siquiera parecía consternado. Dijo que volvería en algún momento, pero su madre insistía en llamar a la policía. Dave, sin opiniones que aportar, solo los observaba.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora