9. Mientras ella no estaba

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—Es mi mujer, subnormal —le replicó, acercándose peligrosamente al muchacho.

—Y mi madre, gilipollas —contestó Dave.

—Vete a la mierda.

—Que te jodan.

El enorme puño de Tribuno impactó contra la cara de Dave, justo encima de la boca, y el muchacho volteó sin evitarlo.

De pronto Egea lo agarró de la sudadera y lanzó al suelo con tan mala suerte que Dave necesitó hacerse un armadillo para protegerse de la lluvia de patones que recibió.

—¡Déjalo, no te ha hecho nada!

Horrorizada, Lorena jaló el brazo de Egea con las pocas fuerzas que le quedaban y él no se resistió. Cada vez que veía al muchacho, le hervía la ira en la sangre; necesitaba descargar toda la ira que había guardado contra el chico en aquel preciso momento o de lo contrario explotaría.

—¿No querías guerra? —inquirió mientras Dave se levantaba despacio; el chico todavía sentía el cosquilleo recorrerle el surco sobre el labio superior—. Pues la vas a tener, imbécil. Esta es mi mujer, no la tuya.

Dave tragó con fuerza. Se había llevado la mano a los labios, aunque no estaba sangrando, porque sentía la boca dormida.

—Eres un puto enfermo... —No logró acabar porque Egea se soltó de la mujer para agarrar a Dave del cuello con una sola mano.

—A mí me hablas con respeto —le recordó, y el espeluznante brillo en sus ojos pardos hizo saltar al corazón de Dave. No podía culpar a su madre: aquel hombre era tan guapo como el mismísimo demonio—. Si no aprendes por las buenas, será por las malas. No sabes con quién te estás metiendo, chaval.

Lo dejó caer de rodillas y, antes de alzar Dave la cabeza, una potente patada en el estómago lo encajó de costado contra el sofá. Más que por las vueltas del vientre, se preocupó por las náuseas que inundaron su boca.

Entonces sí notó los labios húmedos.

Sangre.

Oía entre zumbidos a su madre suplicarle a Egea que parase de una maldita vez, que Dave era solo un niño y no podían combatir como si dispusieran de la misma fuerza; se había abrazado a Egea con el propósito de calmarlo y, por lo visto, funcionó, porque permaneció estático, observando al chico con los dientes apretados.

Dave agachó la cabeza a causa del intenso mareo, aferrado al sofá, y escupió la sangre y saliva que brotaban de su boca para no tragársela.

Se había mordido la lengua al ser lanzado contra el sofá. Tomó aire, entre arcadas. Iba a vomitar.

—Y vete acostumbrándote, porque me faltan mucho que cobrarte —lo amenazó Egea; Dave no podía ni abrir los ojos—. Inútil de mierda.

La sangre había goteado en el sofá y el suelo, y se le secaba en la barbilla, sin prisa, despacio. En lugar de respirar, jadeaba ahogado.

Egea se volvió a Lorena, que nunca había visto los ojos de su hombre resplandecer de ira como en ese momento, y la apartó para entrar a la cocina a por una lata de cerveza que lo calmase.

Afortunadamente, en el frigorífico no había ninguna, así que agarró las llaves del mostrador y salió de la casa.

Dave pensó que se partiría el cuerpo si se movía, pero debía demostrarle a su madre que seguía siendo un hombre, pese al ardor del costado. No había ganado la lucha y sabía que no sería la última.

—Cariño... —Su madre se encaminó hacia él, pero se detuvo en seco al verlo intentarlo—. No tenías que haberte metido.

Con dificultad Dave se enderezó; le palpitaba la boca, le hormigueaba el rostro, pero mantuvo el equilibrio. Pequeñas manchas de sangre se secaban en sus comisuras y los dientes.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora