Mientras se adentraban entre los bancos de madera, Dave echó un vistazo alrededor.

Hacía mucho tiempo que no entraba a una iglesia católica. Sobre ellos se levantaba una impresionante cúpula que abrumó al muchacho hasta cortarle el aliento. Pasaron por delante de las capillas, entre paredes forradas de planchas de oro, donde estaban las esculturas de los santos.

En vez de arte, Dave vio estatuillas sin voz ni vida que lo trasladaron al vago recuerdo de la comunión de Cristina.

Él la había hecho a los ocho años, pero tres años más tarde, antes del divorcio, su padre real se hizo religioso y no consintió la comunión de Cristina porque decía que "el demonio estaba en la iglesia católica". Y Dave, a sus once añitos, se asomó al pasillo desde la cocina a preguntar si había demonios en la casa.

—No, hijo —repuso su madre—, el demonio es tu padre.

Sin previo aviso, Egea se volvió y agarró a Dave del hombro para que no se perdiera. El chico creyó que se le saldría el corazón por la boca al verse arrastrado por la oscura basílica, pero en el justo momento, su salvación se encarnó en un joven de cabello teñido de blanco que abrazó a Tribuno.

—¡Egea! ¡Cuánto tiempo!

De un jalón se zafó Dave y echó a correr. Aprovechó el tumulto de señoras con vistosos sombreros y bolsos para abrirse camino. Solo echó la vista atrás para asegurarse de que Egea estaba de espaldas.

Y huyó.

Como un condenado atravesó la avenida en línea recta, sin rozar el suelo, cruzó las calles sin mirar y se incendió los gemelos. Las calles se entrecruzaban, de manera que giró tan pronto como pudo y se perdió por la Plaza de España.

Y cuando ya subía por la calle del Paso, donde había otro supermercado, el flato en el costado le obligó a aflojar el ritmo. Contra el escaparate apoyó la espalda y sacó el móvil para llamar a Sergio.

Le dolía respirar por la presión en los pulmones; el corazón le golpeaba el pecho como si fuese un martillo de plomo.

Sofocado, se desabrochó el primer botón de la camisa y pegó el móvil a su oreja. Solo pudo quejarse cuando su amigo descolgó.

—Ven por mí, tío. Sácame de este infierno.

Estaba intranquilo, le pesaban las piernas y su rostro se había oscurecido a causa del sudor.

No había remordimientos; solo temor a que su madre cruzara aquella calle. Imposible: debía de estar camino a la iglesia.

Se quitó la chaqueta y remangó la camisa blanca. Necesitaba aire. En aquella esquina no corría la brisa y él hervía.

Sergio apareció en su bicicleta a los cinco minutos en dirección contraria, por la acera, con su sonrisa burlona y chándal. Dave rápidamente se acomodó detrás de él y su amigo echó a pedalear calle abajo, hacia el parque de patinaje, donde Álvaro estaba jugando fútbol.

—Cuando lo recojamos, nos largamos al Tiro.

—¿Qué?

—En el campo del Tesorillo es muy complicado colarse.

—¿Vamos a jugar al fútbol con este calor?

—Tienes calor por el traje, imbécil. ¿Y tu hermanita? ¿No has pensado en ella?

—A la mierda mi hermana.

No había tenido tiempo de pensar en Cristina.

Encontraron a Álvaro pateando el balón en la pista de cemento; Sergio le silbó desde la acera, y Dave se arrimó a su amigo para que Álvaro cupiese al final. No era seguro ni legal, pero tampoco había más opciones.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें