Capítulo 38

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A nuestro paso vamos abriendo un camino en el bosque, trotando en los caballos mientras las horas del día pasan y pasan.
Algunas plantas son tan altas que te rozan los pies e incluso llegan a pincharte.
En cierto punto del camino, los animales comienzan a reducir su velocidad.

Mis manos aferradas a la cintura de Ethan y mi cabeza apoyada en su espalda, siento como bufa.

Dirijo mi mirada hasta mi hermana, ésta se encuentra totalmente diferente a mí. Agarrada al soldado pero manteniendo en una distancia prudente sus cuerpos.

Finalmente, los caballos se paran. Ethan se gira hacia mí y me incorporo para mirarle.
—Tienen que descansar.
—Susurra, sólo para mí.
Asiento y le observo bajar del animal, me ofrece su mano y la tomo, siendo ayudada para descender al suelo.

Elalba y el desconocido hacen lo mismo y comenzamos a caminar.

Las pantuflas de mis pies comienzan a ser demasiado incomodas tras un rato de camino.
El vestido de cama me molesta y se engancha en todas las plantas y rocas que encontramos a nuestro paso.

Entonces, la tela se engancha nuevamente en un pedazo de roca.
No me detengo, agarro el pedazo de vestido que no está enganchado y tiro, arrancando el resto.
Casi sonrío al notar el alivio.

A nuestro paso nos cruzamos todo tipo de mesones, bares, casas y demás.
Todos escondidos en mitad del bosque.

Elalba cruza el grupo y se posiciona junto a mí. Nuestros brazos se entrelazan y le doy una rápida mirada.
Se ve cansada, más mental que físicamente.
Tiene los labios resecos y a kilómetros puedo notar la pesadez que siente.

Suspira a mi lado y comienzo a caminar un poco más despacio, dándole un alivio.

Frente a nosotros nos encontramos con una casa de empeños.
Ethan se gira sobre sus talones y enfoca a mi hermana y a mí.
—Sabéis que no os pediría esto si no fuera muy necesario... —No necesito oír más para saber a lo que se refiere.
Entre mis manos agarro el colgante de mi cuello y lo quito con firmeza.

Se lo entrego y mi cuello queda sólo con el colgante que él mismo me dió.
Normalmente suelo llevar muchas más joyas pero me desperté y todo lo que llevaba era ese colgante.
Sin embargo y para nuestra suerte, Elalba ya estaba levantada para ese entonces y lleva sus joyas habituales.
Se desprende de sus anillos, pulseras y colgantes y se los entrega a mi soldado.
—Gracias, Alba.

Ethan se adelanta a nosotros y se adentra en la casa de empeños.
Entonces, el otro chico se gira hacia mí.

Con las prisas de antes no he tenido tiempo de fijarme en él ni por un segundo.
Es un chico alto, tanto como Ethan.
Su pelo es de un negro fuerte y sus ojos son de la misma tonalidad, sin embargo parece más joven que Ethan. Como si aún no hubiera abandonado la adolescencia.
Carraspea.
—Princesa, perdone por el atrevimiento, sólo quería que supiera cuanto la admiramos en el ejército... —Hace una reverencia y mantiene la cabeza agachada.

Suspiro.
—Por favor, no me llames Princesa. Ya... ya no lo soy. —Me esfuerzo por brindarle una sonrisa.
—¿Puedo preguntar por qué nos estás ayudando? —Él asiente veloz.
—Lealtad, señorita.

Pero no sé exactamente a quien se refiere con sus palabras, si lealtad a mí o a Ethan.
O tal vez a los dos.

—Jaqueline. —Le corrijo.
—¿Cómo te llamas?

Él me sonríe con todos los dientes.
—Josh. —Humedezco mis labios.
—Gracias, Josh. —Apreta la boca y asiente de nuevo.

En la distancia observamos como Ethan sale del local y se acerca a nosotros.
—Hay una tienda de ropa por aquí, deberíamos cambiarnos.
—Sugiere, mirando a nuestra ropa.

Como ha predicho, no tardamos mucho en llegar hasta una tienda de ropa.
Son los hombres quienes se adentran en ella, dejándonos al margen y siendo precavidos para que nadie nos reconozca.

Cuando me quedo a solas con mi hermana, ésta se gira hacia mí.
—Se han ido, Jackie... ya no están. —Asiento. El recuerdo de mis padres sobre el charco de sangre llega a mi cabeza y sé en ese preciso instante que es una imagen que me perseguirá por el resto de mi vida.

Ejerzo de hermana mayor y asiento, susurrando un "lo sé" y dándole un corto beso en la frente.

—Sé que no eran los mejores padres del mundo pero les quería, Jackie. Les quería... —Su voz se corta y arruga la nariz cuando las lágrimas acuden.
—Eran nuestros padres, Alba. A pesar de todo... yo también les quería. —Reconozco.

Los chicos salen de la tienda y nos entregan la ropa. Mi hermana y yo caminamos hasta quedar detrás de ésta.
Miramos de un lugar a otro antes de comenzar a cambiarnos, ilógicamente pues estamos totalmente solas aquí, siento la mirada de alguien clavarse en mí.

Dejo caer el pedazo de vestido que aún me queda, está sucio, lleno de sangre y ahora también de tierra.
Ella repite mi acción, agarro entre mis manos los pedazos de tela.
Tiro de las costuras y los desgarro, lanzándolos en trozos de un lugar a otro. Eliminando todo rastro de haber estado aquí.

Todavía en ropa interior, doy un último vistazo a nuestro alrededor y adentro mis dos piernas en la nueva prenda, la subo por mi cuerpo y la ato en mi espalda.
Es un vestido de color grisáceo, para nada agradable a la vista pero cómodo y lo suficiente corto para que no me moleste al andar. El vestido de Elalba es prácticamente idéntico, hecho con la misma tela y color.

—¿Chicas? —Oímos una voz a nuestras espaldas y me giro con brusquedad, dando un paso firme para quedar delante de mi hermana.
Frente a nosotras, Josh tiene los ojos tapados con una mano y dos pares de zapatos en la otra.

—Sí, Josh, gracias. Puedes abrir los ojos. —Los va abriendo de a poco, tiernamente.
Nos entrega el calzado y se retira.

Cuando hemos terminado de acomodarnos, regresamos con ellos.
—Hay una posada a un par de kilómetros. —Sugiere el moreno, Ethan niega.
—Todo está muy reciente, no podemos arriesgarnos a que vean a las chicas. —Trago saliva cuando nos señala.

—¿Entonces? —El ojiazul se gira hacia mi en lugar de hacia su compañero, como si fuera a decir algo que le afecte.
—Tendremos que dormir al raso. —Oh, claro.

Sostengo la mano de la rubia y ésta me da un fuerte apretón al oír que los hombres se ponen de acuerdo.

Seguimos con nuestro camino, esta vez buscando algo más concreto.
Una zona poco concurrida donde no haya demasiados árboles.
Seguimos durante horas, tanto así que comienzo a arrastrar los pies en lugar de levantarnos al dar un nuevo paso.

Desde lejos, casi como caído del cielo, observo una más que apetecible llanura ante nosotros. Sonrío.
Casi salgo corriendo hasta llegar a ella y detenerme en seco.
Sin pensarlo ni por un instante, me dejo caer al suelo, agotada y rendida.
Los demás me siguen y se posicionan junto a mí.

Por alrededor de un minuto, todo lo que oigo son respiraciones convulsas y sonidos de animales de fondo.
El silencio se convierte en el dueño del momento y me tomo un instante para mirar a mi alrededor.

Una llanura de arena, apenas un par de piedras, una arboleda a nuestro alrededor y un camino de tierra entre los árboles.
Me giro a mis compañeros, todos se encuentran en la misma situación que yo.
Sus ojos curiosos miran de un lugar a otro y estoy segura de que sus mentes también se encuentran cavilando en cual será nuestro siguiente paso.

En lo que haremos ahora que no tenemos nada, salvo los unos a los otros.
¿Pero estamos seguros de que eso será suficiente?
¿de qué podremos salir con vida de esto?

Supongo que es una pregunta para la que sólo el tiempo tiene la respuesta.

Las reglas de la princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora