Capítulo XXXV

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Aun cuando estaba familiarizado con esa extraña sonrisa, Frank había sentido miedo.

Sabía cómo se ponía Gerard cuando jugaba, sabía que prácticamente se transformaba en alguien más, o emergía el verdadero Gerard. Y le daba miedo. Más ahora que tenía esos brotes casi psicóticos al estar obsesionándose lentamente con un ente que difícilmente podría salvar su alma podrida.

Lo vio fumar un cigarrillo con la mirada fija en el rostro inconsciente de su madre, insultándola entre dientes, todo el tiempo maldiciendo, diciendo cada una de las cosas que se había estado guardando durante tantos años. Y cuando terminó, lanzó el cigarrillo todavía encendido en dirección al rostro de la mujer, éste dejó una marca rojiza y humeante, pero Donna Way no despertó.

— Vamos a la cama, mamá —dijo Gerard, en un sarcástico tono de inocencia.

Casi no notó cuando Frank se deslizó lentamente hacia la puerta principal, o el momento en que éste abandonó el apartamento. O el hecho de que regresó sino hasta la mañana siguiente.

Frank pasaría toda la noche en aquel refugio para drogadictos en dónde le habían proveído su primera dosis en meses, intentando evitar pensar en la carnicería que se estaba llevando a cabo en su nuevo hogar. En como las manos de Gerard mutilaban a su propia madre, o qué atrocidad insana cometería con su cuerpo.

Frank no era un santo, pero sabía que… para bien o para mal, una madre es una madre.

Lástima que Gerard no comprendía éste concepto.

Durante las semanas siguientes Frank pudo enterarse por fragmentos de conversación o al ver el cuerpo de la mujer al llegar la mañana siguiente al apartamento, de lo que había sucedido esa noche entre Gerard y su madre.

— Despierta, mamá —dijo una vez más, imitando su tono principal. Completamente absorto en su tarea bajó a tomar a la mujer por los brazos e importándole poco los golpes al cuerpo, comenzó a arrastrarla hasta la habitación de ésta. Con un par de movimientos la lanzó sobre la cama matrimonial completamente limpia y sonrío, quitándose la chaqueta en un gesto casi profesional para proceder luego—. No te vayas.

Pero era imposible que el cuerpo inerte pudiese hacer mucho más que mantener su respiración casi nula o el color cada vez más pálido en sus mejillas.

Gerard fue hasta la cocina y tomó uno de los cuchillos carniceros más eficaces de su madre, luego tomó unas tijeras grandes y regresó a la habitación. Dejó ambas cosas a un costado del cuerpo y se subió de rodillas a la cama, acomodándola en el centro de la misma antes de bajar hacia ella. Con sus ojos cerrados.

Importándole poco si era visto o no, alzó uno de los brazos de la mujer y cómo pudo se acomodó contra su costado, buscando intensamente obtener un abrazo materno. Pero el cuerpo cada vez más frío no era gran fuente de consuelo para su alma atormentada.

— Puta inútil —masculló entre dientes, aunque realmente no quería decirle eso a su madre.

Entonces se le ocurrió otra idea para entibiarla un poco. Haciendo uso de las tijeras comenzó a cortar sus ropas, buscando no herir su delgada piel. Para cuando la tuvo sólo en ropa interior, se  alzó para quitar los trozos de tela, con un corte se deshizo del sostén y luego bajó a imitar la acción en las bragas. Volvió a abrazarla, pero la sensación seguía siendo demasiado artificial.

Miró por sobre su hombro y al no encontrar a nadie ahí, decidió ponerse de pie. Lentamente empezó a quitarse sus ropas, hasta quedar completamente desnudo y entonces regresó a la cama. Era mucho más cálido tener su cuerpo caliente contra el de su madre, y con sus brazos la rodeó para así transmitirle su propio calor.

Expediente 512: Los Asesinos de Monroeville • frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora