Capítulo III

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Con lágrimas en los ojos los vio alejarse hasta la nueva casa de Robert, aun con la esperanza de que Gerard notara su ausencia y se volteara para llamarlo con ellos, pero entraron por la puerta principal y eso no sucedió. Frank se quedó ahí, sentado al borde de la acera, con su rodilla sangrando y experimentando la primera holeada de celos a sus cortos once años de edad.

Se secó las lágrimas y alzó la cabeza, se iría a casa, se curaría la herida e ignoraría a Gerard hasta que él le pidiera disculpas. Después de todo era su mejor y único amigo, si él estaba completamente solo.

Pasándose un dedo bañado en saliva por sobre la sangre seca de la herida, se puso de pie y comenzó a caminar hasta el final de la calle. Luchando consigo mismo para no voltear a ver a la casa del nuevo. Al pasar por fuera del hogar de Gerard, pudo ver a su hermano pequeño jugando con unos bloques de construcción en el antejardín. Sonrió al ver sus lentes, siempre le había parecido gracioso que un niño tan pequeño necesitara lentes para poder ver.

Su corazón dio un vuelco cuando sintió unos pasos a sus espaldas, de seguro era Gerard quien había salido corriendo a buscarlo luego de notar que no estaba a su lado. Con la esperanza renacida se volteó, pero no fue a Gerard a quien encontró. Un niño un par de años mayor, rubio, de mejillas rosadas y rollizo lo miraba desde arriba, alzando una ceja y haciendo una mueca con los labios.

— Qué quieres Bob… —masculló sin ganas. Aquel era Bob, un chico que vivía a unas calles de ahí pero que le encantaba ‘bajar’ a verlos. Él tenía un amigo que vivía en esa misma calle, se trataba de Raymond, un chico de ascendencia latinoamericana. Frank lo conocía bien, más de una vez escuchó a sus padres gritarle en español a través de las delgadas paredes.

— Vine a buscar a Ray, pero no está en casa —respondió tranquilamente, paseando la mirada por sobre el menor— ¿Dónde está tu amiguito, el raro?

— ¿Gerard? —le corrigió Frank, el rubio simplemente asintió— Fue a conocer al chico nuevo.

— ¿Y te dejó solo? —se burló, Frank se mordió los labios para no golpearlo. Porque sabía que, de hacerlo, él saldría perdiendo. Se limitó a asentir— ¿Quieres ir a mi casa? —preguntó con el mismo tono divertido.

Frank lo miró frunciendo el ceño. Jamás había ido a la casa de Bob, jamás había ido a la casa de nadie más aparte de Gerard. Pero Bob le caía bien, era un buen chico y nunca lo golpeaba si podía evitarlo.

— Claro —accedió encogiéndose de hombros, Bob sonrió y se dio media vuelta, Frank empezó a seguirlo.

Al pasar junto al camión de la mudanza, alzó la vista hasta las ventanas del segundo piso, hubiese jurado que había visto una silueta. Pero cuando sus ojos llegaron a las cortinas, no había nada. Se encogió de hombros nuevamente y siguió caminando.

En el interior de la casa, Gerard se había alcanzado a esconder de la vista. Quería gritarle a Frank para que entrara y se quedara con ellos. Pero Bert le había dicho que, si quería ser realmente ‘cool’, no podía seguir juntándose con un bebé de 11 años.

— ¿Quieres ver mis revistas porno? —Bert preguntó mordiéndose los delgados labios. Gerard lo miró sorprendido.

— ¿Tienes revistas porno? —preguntó frunciendo el ceño. Había jurado ver crucifijos y cosas así en el piso inferior— ¿Tus padres saben?

Bert se limitó a asentir y, poniéndose un dedo sobre los labios para pedirle silencio, lo guío hasta el que sería su cuarto, donde una pequeña caja de cartón –con su nombre en ella y una serie de dibujos- esperaba sobre el colchón.

— Disculpa —la voz de la entrevistadora lo trajo de vuelta. Frank hizo una mueca de disgusto y se acomodó en el asiento del metal, alzó una ceja interrogante— Bob, este niño que mencionas… es Robert Bryar ¿Cierto?

Expediente 512: Los Asesinos de Monroeville • frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora