Capítulo 30

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Narrador omnisciente:

El pequeño le miraba atentamente mientras su madre le vestía. Sus movimientos eran lentos y se tomaba largas pausas con cada prenda, cepillando con sus cálidos ojos castaños el cuerpecito de su hijo —quien ya parecía todo un bebé de casi un año —. Sonrió con tristeza al ver que un delgado hilo de saliva burbujeó desde los minúsculos y rosados labios del pequeño Jeffrey.

Algo dentro de ella sufría una pena inmensa, aconteciendo lo que su interior sabía que sucedería si no hacía algo al respecto. Su pecho fue apretado con filosas agujas con tan sólo pensar en la idea de que no podría verle crecer más, que no podría escuchar su primera palabra y que mucho menos le vería corretear de un lado a otro. Jamás conocería el sonido ronco de su voz una vez llegué a la pubertad. Y eso, le quemaba de a poco, pero de una manera tan intensa, que unos cuantos lagrimones se encargaban siempre de empapar la suave piel de su rostro.

—¿En serio crees que es necesario? —preguntó dudosa aquella voz que estaba grabada en el fondo de su ser, un tatuaje lleno de recuerdos que permanecería en su alma.

TN sorbió dificultosamente de su nariz, y limpió su silencioso llanto sin que su amado se diera cuenta. O al menos eso creyó. Ella asintió, muy segura de que si hablaba, se rompería a llorar allí mismo, y se negaría a soltar a su retoño de entre sus brazos.

—No me gusta esto, TN—Jeff se acercó a ella y la envolvió con sus brazos desde atrás, recargando su mejilla en su oído. Acariciando con ternura los delgados brazos que ahora sostenían del bebé que no dejaba de babear.

—Sabes que hay que hacerlo —musitó TN a duras penas, convenciéndose más a si misma que al padre de su hijo, quien no despegaba la mirada del pequeño—. No lo expondremos más al peligro inminente que habrá. Allí estará a salvo y, si no lo logramos, podrá vivir como un niño normal.

—Un niño normal de un orfanato.

A Jeff aún la idea no le parecía, pero las palabras de TN aseguraban que volverían por él apenas todo hallase acabado. Y eso lo mantenía a flote.

—Estará bien—dijo TN, besando y apretujando al pequeño por millonésima vez en el día.

...

Aquella era una tarde húmeda y fresca del otoño, donde el sol no podía asomarse gracias a las espesas nubes que anunciaban una inminente lluvia, acompañada con luces ruidosas y posiblemente el miedo de muchos niños.

TN cargaba entre sus manos una cesta, donde descansaba su pequeño envuelto en mantas. Jeff le mostraba el camino entre los arboles del bosque de Inglaterra. Hasta que por fin, dieron con el lugar: un orfanato.

De muros de ladrillo altos, edificios de dos plantas, más anchos que altos. Un enorme jardín separaba las instalaciones de los muros, llenos de flores y arboles de todo tipo. Un barandal negro era la entrada del lugar, en la parte superior y extremo del mismo, se hallaba un timbre.

Se pararon frente a los barrotes, y se miraron a los ojos.

—¿Volveremos por él, cierto?—insistió una vez más el pelinegro, le inquietaba dejar a su hijo en un lugar como aquel. Sentía que lo abandonaba, y eso le carcomía desde dentro.

TN asintió una vez más. Mirando a su pequeño con lágrimas en los ojos. Aquello era como arrancarse una parte de su alma y dejarla allí.

El bebé no dejaba de patalear, animado ante la atención que sus padres le daban. Ignorante de lo que verdaderamente estaba pasando y de lo que, sin más remedio, estaba por pasar.

Soy su juguete (Jeff Y Tu) [[EN EDICIÓN]]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora