Capítulo 3

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Aquella misma noche ejecutó las órdenes que le había mandado el amo Ganondorf. Organizó rápidamente un grupo de mujeres que patrullarían durante la noche, y otro que lo haría durante las horas del día. En el primer patrullaje era ella quien estaba al mando, montada en un majestuoso caballo blanco seguida de sus compañeras, montadas en caballos de color pardo, armadas hasta los dientes.

Sin embargo, las viejas costumbres de la tribu gerudo no se podían olvidar con tanta facilidad. A pesar de que contaban con el apoyo del castillo de Hyrule, las mujeres continuaban practicando sus actividades de asalto, pues era una tradición arraigada desde hacía muchísimas generaciones. Esa noche, el grupo comandado por Nabooru asaltó a un grupo de nobles que cruzaban la pradera al atardecer. Sin prisioneros, sin piedad, todo culminó con la habitual sangre fría de la sanguinaria tribu. El sol ya se había ocultado y la oscuridad se hacía cada vez más profunda, por lo que las mujeres encendieron una fogata alrededor de la cual se sentaron y contaron el botín que habían adquirido, mientras el resto salía a patrullar montada a caballo. Pero la joven líder gerudo no estaba interesada en las rupias multicolores que habían obtenido, ni en las valiosísimas joyas que fácilmente podrían vender. Nabooru mantenía la vista fija en las llamas danzantes de la fogata, inmersa en sus pensamientos. "El héroe del tiempo"... jamás había escuchado de la leyenda cuando era niña, pero Sheik se la había contado hacía no mucho tiempo asegurándole que el héroe regresaría y una gran batalla se libraría entre él y su amo. En aquella ocasión no tomó enserio la fantasiosa historia, pues más bien le parecía un cuento para dormir a los inocentes niños hylianos. Y aún ahora que la tenía de frente y que su propio amo le había mandado asesinar al Héroe del tiempo, le costaba trabajo creer en ella. Trataba de imaginar cómo luciría. Trataba de formarse una imagen en la cabeza de un hombre con las características de la raza hyliana: piel pálida, ojos de color claro, cabello de tonos tenues, rasgos afilados... ¿Llevaría armadura? ¿Caballo? Y la espada legendaria que portaba ¿Sería cierto que no podía se tocada por aquellos que tuvieran el corazón impuro? Todo ello rondaba por su cabeza cuando de pronto, vislumbró algo que se movía a lo lejos. Entrecerrando los ojos para poder enfocar mejor en la oscuridad de la noche, vio lo que parecía la silueta de una persona solitaria que caminaba por los campos desnudos bañados levemente por la luz vacilante de la Luna. Buscaba, quizá, un lugar para poder acampar, pensó Nabooru. Inmediatamente, y asumiendo que aquella persona no había advertido la presencia de las mujeres gerudo, ordenó que se apagara el fuego. Al ser noche de cuarto menguante, el humo no representó ningún obstáculo debido a la poca visibilidad. Una vez extinta la fogata, Nabooru volvió a escudriñar la oscuridad, esperando a que sus ojos se acostumbraran a la poca cantidad de luz, encontrando a la misma silueta que había visto minutos antes sentándose al pie de un árbol y quedarse inmóvil, sin hacer un mínimo intento de encender una fogata para mantener el calor. Por largo rato lo observó en silencio, sin detectar variación alguna, y después de aproximadamente media hora, decidió acercársele sola.

-Quédense aquí cuidando del botín. Iré a investigar- ordenó Nabooru mientras tomaba su espada y la amarraba a su cintura con una tira de cuero.

La ladrona y el héroeWhere stories live. Discover now