Capítulo 1.

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Siete años habían transcurrido ya desde que Gannondorf, el rey del mal, se había apoderado por la fuerza del reino de Hyrule y asesinado al rey. Desde ese fatídico día, sembró terror en los corazones de todos los súbditos, desolando aldeas enteras y capturando a las cabecillas de todas las tribus con ayuda de las ladronas del desierto, las Gerudo, de quienes era líder innato por el simple hecho de ser un varón. Los primeros años de su oscuro reinado, aunque bañados en sangre y terror, parecieron transcurrir en completo orden. Pena de muerte era el castigo para quienes se le rebelaban, fueran sus subordinados o un simple grupo de aldeanos que aún le era fiel a la antigua familia real. Por tal tiranía que se extendió a todo lo largo y ancho del territorio las mismas diosas parecían entristecidas, por lo que nubarrones negros comenzaron a cubrir toda la pradera de Hyrule, oscureciendo el cielo así fuera de noche o de día. Esa nube, a su vez, parecía ser la tristeza de sus habitantes materializada. Quienes hasta hacía poco vivían inmersos en la paz, ahora experimentaban el terror. La tierra comenzó a endurecerse, los cultivos a morir, y el agua a contener un sabor amargo.

No obstante, un viento de esperanza comenzó a recorrer el reino entero exactamente siete años después de que el malvado líder Gerudo asumiera el poder. Los rumores comenzaron a circular por todo el vasto territorio de Hyrule: el Héroe del Tiempo, cuya alma había sido sellada en el interior del reino sagrado regresaría y derrotaría para siempre a Ganondorf, encerrando su alma en lo más profundo de las tierras sagradas por toda la eternidad, impidiéndole regresar en ésta y en cualquier otra vida. Pero el malvado rey no daba crédito alguno a estas palabras, pues pensaba que era únicamente una vieja leyenda.

Un día, sin que casi nadie se percatara salvo algunos cuantos servidores del rey, algo en el ambiente cambió. Fue algo sutil, pero que poseía una fuerza de espíritu impresionante, pues era parecido al de un dios. Parecía que despertaba tras la ruptura de una especie de sello, pero que después de un fuerte resplandor inicial, amainó y se desvaneció completamente tan rápido como había aparecido. De un segundo a otro, los nubarrones negros que asolaban la pradera de Hyrule comenzaron a moverse con suma rapidez, y tras unos cuantos minutos se desvanecieron por completo, dejando pasar los rayos del sol por primera vez desde hacía siete largos años. Las diosas le sonreían al reino una vez más. Pero para el rey del mal, esa luz que iluminaba el campo no era una buena señal. Se negaba rotundamente a creer en la leyenda del Héroe del tiempo, pero tras este pequeño acontecimiento, su corazón oscuro comenzaba a albergar dudas. Se encontraba en su amplia sala del trono, en lo alto de un palacio que él mismo había construido sobre los cimientos del antiguo castillo de Hyrule, observando el panorama del reino desde sus enormes ventanales. Sin más tardanza, mandó llamar a uno de sus sirvientes más leales. Éste entró silenciosamente por la puerta, abriéndola de par en par e inclinando la cabeza en señal de respeto mientras se arrodillaba.

-¿Me ha mandado llamar, alteza?- preguntó con la cabeza baja.

-Sí Sheik. Necesito que le envíes un mensaje a Nabooru inmediatamente-

-Con todo gusto lo haré. Partiré ahora mismo hacia el desierto-

-Bien. Que sea lo más rápido posible- ordenó al tiempo que su sirviente se incorporaba.

-¿Hay algo que le preocupe, mi señor?- preguntó Sheik con un tono profundamente cortés. Sus ojos rojos brillaban intensamente por la luz que entraba por los ventanales. Su cabello rubio y maltratado le caía sobre su ojo derecho.

-¿Habéis notado, sheikah, que el sol ha bañado hoy los campos de Hyrule?-

- Así es mi señor, las diosas hoy están contentas por el reinado tan justo que ha llevado, y se regocijan por ello-

-Me alegra que seas tan observador, Sheik. No en vano has sido el único superviviente de tu tribu-

-¿Qué mensaje debo llevarle a la líder gerudo?-

-¿Has oído alguna vez, mi fiel servidor, la leyenda del héroe del tiempo?

Y el rey comenzó a esbozar un sencillo plan para asesinar el Héroe del tiempo sin mancharse las manos de sangre, antes de que éste se volviera lo suficientemente fuerte para derrotarle. El joven sheikah salía a toda velocidad montado en un caballo mestizo apenas a unos minutos de haber recibido la orden de su rey, con rumbo fijo hacia la temible Fortaleza Gerudo, a la que los hylianos le tenían pavor.

La ladrona y el héroeWhere stories live. Discover now