—Acuéstate.

Su hermana se subió a la cama de rodillas para hacerse un ovillo en la esquina, sobre la almohada. Dave bostezó y miró la hora en su móvil. Las cuatro menos veinte.

—¿Te ha hecho algo?

—No, solo le he oído. Tengo mucho miedo.

Dave volvió a bostezar. Al menos le consolaba saber que su hermana se sentía segura con él, que su cuarto seguía siendo un refugio desde que su padre real se fue.

—Mamá no me hace caso —murmuró, sentándose a la orilla de la cama—, pero yo ya le he dicho que, si ese desgraciado se casa con ella, me largo de esta casa.

—No —gimoteó su hermana, y entonces él se dio cuenta de que estaba llorando, enredada en las sábanas—. No te vayas, no me dejes sola.

Dave se lamió los labios. Cansado, se deslizó sobre el colchón hasta tocar la pared con la espalda y plegó las rodillas.

En voz baja le dijo que se durmiera y Cristina, hipando, se cubrió con la sábana.

—Se largará —susurró—. Te lo prometo.

Cristina se durmió poco después; Dave, tras mucho reflexionar, se quedó dormido antes del amanecer, contra la pared, y despertó con el estómago cerrado. Rara vez tenía apetito.

No desayunó. Agarró un zumo de leche y frutas, y esperó que su hermana se bebiera la leche con cacao.

Era demasiado temprano y el novio de su madre no trabajaba.

Desde el divorcio, su madre había tenido varias relaciones que le duraban de dos a cinco meses, y cuando terminaban, la mujer acusaba a su exmarido de todas sus desgracias.

Porque si su padre no se hubiera ido, su madre no estaría sufriendo problemas de nervios ni habría pagado psicólogos, ni él habría repetido cuarto año, ni su hermana estaría buscando amor en los brazos del diablo.

Ese jueves, en el instituto, Dave seguía ideando una forma de regresar a su vida anterior, donde eran él, su hermana y su madre.

Detrás de una de las porterías del campo de fútbol, sobre un gran escalón de piedra, se alzaba el edificio del aula de gimnasia, los baños y la despensa de materiales de deportes.

Sentado en ese escalón, Dave veía el partido de fútbol de sus compañeros en Educación Física, justo antes del recreo.

Se había paseado por el campo de cemento sin rozar el balón hasta que el profesor se esfumó; entonces él se sentó.

A su padre le gustaba el fútbol y él no quería acordarse. Nunca le perdonaría todas las promesas que dejó sin cumplir antes de irse, sin avisar y sin despedirse.

Su madre estaba intentando reemplazar a su padre con cada hombre del que se enamoraba. Y Dave sabía que su madre tenía una espina clavada en el corazón porque él también la tenía.

Al pensar en su padre, se ajustó el gorro de invierno a la cabeza. Se cubría el cabello castaño y agachaba la cabeza al caminar porque odiaba parecerse a su padre.

Odiaba a su padre.

Oyó los gritos de los chicos y alzó la vista para ver a Álvaro Valencias celebrar con su equipo que habían marcado el primer gol.

Desvió la mirada a su derecha, al otro extremo del patio, al murillo de azulejos cerca de las fuentes, donde las niñas se sentaban.

La clase de 4ºA. Él estaba en el B, cursando Ciencias Sociales y sin idea de qué hacer con su vida.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن